Durante el invierno convertí uno de mis días más fríos en soleado, tú nunca me lo pediste, lo hice porque hace algunas estaciones pasaba por un huracán similar al que al parecer tú surfeabas; así pude saber cómo tu barco se apartaba cada más de la orilla sin rumbo fijo hundiéndose en soledad que tiempo atrás había conocido, vivido y por poco me ahogaba en las olas de lo infinito.
Desde lo lejos te miraba, pero poco a poco me fui acercando para ser parte de tú tripulación intentando volverte al camino en conciencia de compañeros, de amigos, de seres humanos que se abrazan con el corazón, que entienden sin decir apenas una palabra, que son parte de un lugar seguro en términos de aprecio.
Posterior a nuestro encuentro fraternal cada vez más constante, cotidiano y fugaz en primavera empezamos a navegar juntos por lugares desconocidos que nos permitían encontrarnos, reímos intensamente sobre cualquier situación que se nos presentaran, charlamos de y sobre la vida compartiendo en ocasiones momentos relevantes, tristes, de felicidad, de aprendizaje de todo tipo que nos acercaban cada vez más en este mundo efímero.
Tuvimos caminatas inmensas que pasaban en tiempo inmediato por nuestras conversaciones siempre de interés para ambos, así como comidas deliciosas que entendí era tu momento favorito por la mañana, tarde o noche; el café siempre tú instante predilecto acompañado de tú enorme sonrisa al degustarlo; coincidencias que muchas ocasiones compartimos; he de reconocer que me perdí en la infinidad de tus majestuosas aguas debido a que sobre todo nos aprendimos a escuchar y acompañarnos siempre en libertad.
Pasado el tiempo-espacio una mañana de verano que caminábamos frente a la inmensidad del mar me perdí en tus ojos azules, sintiendo por primera vez cómo la brisa suave golpeteaba mi rostro sin lastimarme, por el contrario era lenta, fresca y suave; mi corazón latía intensamente de felicidad cada vez que te veía estallar en carcajadas, te abrazaba con el cuerpo, pero el alma se desprendía de mi ser, creo que se quedaba contigo no sé cuánto tiempo en agradecimiento de ser y estar ahí a mi lado, a veces en silencio, otras más alocados los dos, al ritmo de la música o del pasar del momento.
Pasados los meses considere prudente hacerte saber lo que se había transformado en mí, lo que sentía por ti en un momento de marea; tú me respondiste ―ese sentimiento va a pasar, discúlpame si te hice pensar que me agradabas de esa forma, no te puedo corresponder, a mí no me gustan los hombres― en mí se produjo una inmensa tormenta que con su fuerza rompió en pedazos lo construido en mi mente y corazón ―posiblemente por haberte idealizado― una vorágine se formó y me terminó dejando varado después de horas con un intenso llanto incontrolable.
Me lastimo el momento en que tú te fuiste con una nube negra en el pensamiento; lo sé debido a que tus palabras finales fueron “ahora entiendo todo”. Después de un largo fin de semana nos reencontramos, nada fue como antes, tú indiferencia y lejanía estaba más marcada que nunca; poco a poco te fuiste diluyendo, por mi parte e inconscientemente fui alimentando con mis actos esa inevitable separación que ya se veía venir con ese oleaje constante por ambas partes, un llevar y traer la manera, sin punto de calma.
Para otoño cuando las hojas cayeron en sus tonalidades, café, amarillentas y naranja; todas las noches me perdía en el agua salada reviviendo en mi pensamiento los recuerdos de días maravillosos a tú lado, mi corazón estaba oprimido por no saber lo que sentías o pensabas, después de esa confesión que ilusamente creí que conocías, pero así fue que entendí cuando me decías que no adivinabas lo que yo pensaba.
El tiempo siguió su curso, jamás se detuvo ni por un instante para intentar entenderme, la siguiente tarde al morir el sol con el ocaso me percate que nuevamente era invierno; esta vez el frío se siente más que en otros años, me dolía el cuerpo, pero sobre todo el alma, mis lágrimas cada vez eran más saladas, nuestros puertos cada vez más distantes.
Ya han pasado los días más festivos que en todo el mundo se conocen como celebraciones en familia, por fin decidí ser valiente y dejar de escribirte al saber que ya eras feliz en otros brazos, no niego que algunos de esos días lloré, a veces al pasar por algún sitio y recordarte ahí conmigo sonriendo, o al imaginar que nuevamente nos abrazamos al despedirnos en el metro de la CDMX cuando cada uno se iba a su destino, eso me hizo también recordar como éramos cómplices de alguna locura la cual la descifrábamos solo con la mirada, pero así como se lee, solo queda en el pasado, en el recuerdo.
De igual modo, eliminé todos los recuerdos que me conectaban a ti, mensajes, audios, fotografías, videos etcétera; aunque de mi mente y corazón no les he podido sacar del todo; cada que recuerdo nuestros viajes a la playa lloro en silencio por no haber aprovechado esos gratos momentos tanto como hubiera querido, ahora que salgo a comer solo, me viene a la memoria tú rostro al darte cuenta que no me terminaba lo que pedía, para que al final yo te convenciera en que tú te lo terminaras, en ocasiones con éxito, otras más con una cara de enfado que cinco minutos más tarde se te quitaba y me sonreías.
Ahora todos los recuerdos que guardo de ti son gratos, porque comprendí que así es la vida, el destino y el tiempo; se conjuga para ponernos en los momentos precisos, hacer lo que nos toca y volar a otro sitio; por eso decidí dejar de escribirte porque es parte de mi proceso de sanación que requiero en estos momentos, me despido de ti y me voy, pero no deje de quererte. Sé que es la decisión más valiente que he tomado, irme aunque aún te quiera.
Siempre serás mi persona, esa historia que quise con toda el alma, pero que no se pudo por lo que ambos sabemos. Iniciamos con una amistad, pero en mí el tiempo fue transformando ese sentimiento en un amor que anhelaba fuéramos pareja, ahora comprendo las razones por la que no puedo ser correspondido.
Lo escribo con el corazón, con toda la honestidad y verdad que me caracteriza. Ahora comprendo que así es el amor loco, apasionado, desbordado y valiente; porque el amor también transforma permitiendo que lo que amas esté siempre en libertad logrando lo que desea.
Sabes en este temporal siempre al alba lanzaba mí ancla para intentar no perderme, te buscaba entre todas las navegaciones sin éxito alguno, todas las noches prendía el inmenso faro por si algún día quisieras encontrarme, para ser…
Por Eveneser Francisco Cortés Cruz
(Chalco, Estado de México)
Docente desde 2014, doctor en educación, profesor en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, colaborador en el Programa de Estudios en Disidencia Sexual de la UACM, escritor de mini-ficciones, artículos y ensayos.
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