¿Cómo sucedió todo? Fue fácil, todo pasó en un abrir y cerrar de ojos, así como si nada todo había desaparecido. El mundo como existió alguna vez ya no existirá nunca más. Sólo es un recuerdo.
Cuando era pequeña la vida me fue sencilla, mi madre me amó con toda la fuerza de su ser, en cada abrazo, en cada palabra su amor estaba latente. No soy lo que soy por falta de amor.
Crecí rodeada de experiencias fascinantes; viajábamos en una camioneta que mi mamá acondicionó como nuestro hogar. Hubo días que despertaba entre las montañas y me iba a dormir en la playa más hermosa que podía imaginar. Nunca un día fue el mismo al anterior.
Aprendí a tomar fotografías viendo a mi madre hacerlo. Ese era su trabajo. Ésta es mi vocación. Pero cuando ella faltó, algo se desató en mí. Y no me percaté de ello.
Hoy no se si quiero estar en control, hay una extraña sensación de felicidad cuando se descubre una versión más oscura de nuestro ser y no se le tiene miedo.
Hoy soy feliz, aunque esté sola.
Recuerdo la primera vez. Estaba tan desconcertada que no sabía que hacer, sólo miraba la destrucción a mi alrededor sin entender lo que había pasado. Me creí afortunada de haber sobrevivido a la explosión del tanque de gas sin un solo rasguño. Ahora entiendo el porqué.
Estaba tomando unas fotografías para una revista ecológica; la camioneta que había sido el hogar de mi madre y mío, ahora albergaba mis ilusiones y esperanzas mientras me cobijaba de la soledad.
Escalé esa montaña, pasé todo el día entre rocas resbaladizas y puntiagudas, mis manos me ardían y mis pies tenían ampollas; pero si quería lograr la toma del nido de esa bella águila tenía que estar dispuesta a hacer eso y más. Y no me importaba, lo disfrutaba. Establecí mi campamento lo suficientemente cerca para lograr una fotografía única con luz del sol acariciando sutil y apacible el nido de la imponente y elusiva ave.
Esperé.
Esperé tanto que no recuerdo haberme quedado dormida, hasta que la tranquilidad de la montaña se interrumpió con un alboroto que me despertó. Allí estaba el águila, inconsciente de su majestuosidad, con sus alas abiertas limpiando sus plumas y su presa aún rogando por su vida entre sus garras.
Las tomas quedaron hermosas.
Pude apreciar la verdadera naturaleza de mi objetivo, sentí sus ansias de libertad, su amor por los espacios sin límites y su excitación por la cacería.
Fueron días perfectos.
Cuando quedé satisfecha con mi trabajo levanté mi campamento y con cierto dejo de amargura me despedí de ese lugar.
Al hacer rappel con descensores sobre aquellas rocas rojizas iba dejando en cada paso un pedazo de mi alma y me prometí volver allí en cuanto tuviera otra oportunidad. Un ventarrón sacudió mi línea provocándome una buena sacudida de la que con esfuerzos y técnicas aprendidas a lo largo de mi vida logré reponerme, pero el costo fue alto, algunas cosas que cayeron de mi mochila, entre ellas mi cámara fotográfica. Y no había hecho el respaldo de la información aún.
El coraje se fue apoderando de mí, hervía mi sangre palpitando tan estrepitosamente que podía escucharla. La frustración de ver la mejor de mis obras perdidas hizo que mi juicio se nublara cada vez más y cuando toqué tierra mi voz dejó salir el grito que había ahogado durante mucho tiempo.
Grité fuerte, resoné entre los árboles provocando a los animales huir despavoridos.
Mi casa explotó.
Me quedé hipnotizada viendo las llamas consumir mi hogar, el hogar que había sido de mi madre también. Todas las pertenencias de mi existir estaban dentro de la camioneta y las llamas las consumían vorazmente.
Cuando la patrulla de rescate llegó, el fuego comenzaba a ceder. Los árboles que rodeaban el área de descanso no habían sido alcanzados. Lo cual en sí era extraño, llegaron a mencionar los guardabosques. El veredicto indicó que la válvula del tanque de gas tenía una falla. Ese fue el origen.
Yo sabía que no era verdad.
El origen había sido yo.
No sabía como explicarlo, pero mientras las llamas consumieron mi hogar encendieron una fuerza en mí. El fuego y yo nos volvimos uno. El iniciador de la llama, mi ira.
Encontré un hotel para pasar unos días. Lo único que hice fue quedarme en la cama. Tenía miedo, de mí y por mí.
No sabía si podía controlar mis emociones. No sabía si quería controlarlas.
Por un momento mientras el fuego danzó frente a mí, toda la ira que tenía acumulada lo hacía crepitar aún más. Me sentía en un estado de felicidad pura, embriagada de poder. Y me gustó.
Las obligaciones cotidianas me obligaron a salir de mi vida ermitaña. Iba caminando sin rumbo por la calle cuando sin darme cuenta llegué a un cruce peatonal del cual no me percaté de la luz roja. Un auto frenó frente a mí forzadamente, el conductor siendo presa del pánico vociferó mientras salía del auto. Sin pensarlo me enfurecí y empecé a regresarle sus insultos, cuando un estallido nos hizo alejarnos. El coche estaba en llamas.
Su dueño mortificado levantaba sus manos al aire pidiendo ayuda. Yo me alejé despacio, disfrutando, con una leve sonrisa en mi boca.
Conforme pasaron los días, sentí como toda la ira reprimida durante mi vida seguía acumulándose en mi ser. Nunca me consideré una persona de carácter volátil, sin embargo, siempre se me enseñó a contenerme. “Las niñas buenas no gritan”, “una mujer decente no permite que las emociones tomen lo mejor de sí misma”, “no es bueno enojarse”.
Todas estas frases que se me repitieron a lo largo de mi vida hacían eco en mi cabeza. Nadie me enseñó a manejar mis emociones, sólo me indicaron como ocultarlas.
El problema es que cuando dejas salir una emoción que has reprimido mucho tiempo, no tienes las herramientas adecuadas para manejarla. No sabes como controlarte.
Y yo estaba empezando a perder el control.
En el cuarto de hotel ya había incendiado varias cosas, por lo que decidí alejarme de la población lo más posible. Nuevamente me dirigí a aquella montaña donde empezó todo.
Entre los amaneceres otoñales y las noches estrelladas encontré un poco de paz. Mi ira encontró un punto neutro donde existir.
El águila que tiempo atrás me había dado la inspiración necesaria hoy me daba su compañía en un acuerdo tácito de respeto mutuo y distancia cercana.
Compartimos nuestros días, nos hicimos compañeras de vida.
Cierto día ella no volvió al nido. Esperé y esperé. La luna iluminaba un nido vacío.
A la mañana siguiente salí a buscar a mi compañera por las montañas. Unos kilómetros más adelante encontré un campamento y un rastro que se alejaba. Seguí las huellas. A los pocos pasos me encontré con unos cazadores y el cuerpo de mi amiga colgando de un árbol. Era sólo una carcaza que evocaba vacíamente la belleza de lo que había sido sólo unos días atrás. Sus ojos me miraban inertes atravesando mi ser.
Éste fue el punto de no retorno.
Mi ira empezó a cobrar vida dentro de mi. Las ansias de venganza, mis sentimientos reprimidos tomaron una fuerza que no podía controlar. Que no quería controlar.
Exploté.
Y junto conmigo todo lo que había conocido empezó a arder también. Un fuego devorador, ansioso e insaciable empezó a recorrer las montañas. No hubo esfuerzo humano capaz de controlarlo.
Mientras el fuego avanzaba sin control consumiendo todo a su paso yo dejaba salir toda la ira acumulada, no quise contenerme. Hice erupción.
Y todo estalló.
La devastación que encontré a mi paso cuando salí de mi trance me dejó muda. No había nada. Casas, personas, cualquier rastro de vida había sido borrado de este mundo. Sólo las cenizas que danzaban con el viento me hicieron compañía.
He buscado por días enteros. No he podido encontrar nada. Ahora sentada sobre una roca miro el atardecer desvanecerse lento en el horizonte. Aquí me quedaré. Esperando…
Por Erika Castillo
(Chihuahua, 1982) Estudió Ingeniería Industial en el Instituto Tecnológico Superior de Nuevo Casas Grandes. Escritora y poeta bilingüe. Ha laborado en empresas binacionales a cargo de áreas de Aseguramiento de calidad, Evaluación de proyectos y Finanzas, también incursionó en el área de Marketing y Diseño de productos.
Madre de familia y lectora ferviente desde su infancia. Ganó el concurso de cuento a nivel estatal organizado por la DGETI en 1997. Ha publicado en varios medios digitales ye impresos, tambien ha participado en mesas de diálogo organizadas por Anaquel Literario, comunidad literaria e intercultural. Actualmente colabora con la publicación quincenal Las Aventuras de una mamá lectora.
Participó en la antología de Alas de mariposa con el poema Transformación. En la antología de Especualtivas participó con el cuento La Maldición, la Revista Ilustres publicó El secreto de la abuela en su último número. Su relato ¡AHORA ME TOCA A MI! Estará en la Antología Recolectores de Silencios de la Universidad Autónoma del Estado de México 2021.
Participó en el Primer encuentro Internacional de Poesía de Xochimilco en Septiembre 2021.
Obtuvo mención especial en el segundo concurso internacional de relatos fantásticos del Diario Tinta Nova con el cuento El Primer Colibrí.
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