4.1
Adán comenzó a teletransportarse al saber de su exnovia. Cuando terminaron, él dejó de sentir poco a poco emoción alguna hasta llegar a la casi carencia de ellas. Lilia había usado el clásico no eres tú soy yo, pero sumándole el «Deberíamos desestresarnos con otras personas» no sólo le había roto el corazón, había recogido ella misma las piezas para tirarlas a la basura.
No es que a él le fuera mal o buscara arreglarse este desperfecto, pero ahora, con el corazón latiendo a lo desgraciado, con una sonrisa en la cara y Bere entre sus brazos se sentía feliz, incluso agradecido de haber contestado aquella llamada.
1
El teléfono timbró y con un ojo medio abierto vio el nombre de Lilia en la pantalla, automáticamente su cerebro rememoró todas las escenas importantes de su relación, entre ellas, cuando se conocieron en aquel café a orillas de la laguna. En un pestañeo se encontró en el piso junto a la mesa donde hacía ocho años la había visto por primera vez. No tuvo tiempo de asimilarlo. Contestó la llamada y en otro pestañeo se encontró otra vez en su cama.
—¿Lilia? —preguntó
—Ah, sí, perdona por despertarte, pero tenía que hablar contigo. No quería que fueras a malinterpretar las cosas.
—¿Qué cosas?
—Pues que el otro día me encontré con tu mamá y ya ves cómo es. No sé qué te habrá dicho pero el niño que traía no era mío. Es sobrino de mi novio.
—No he hablado con mi madre, Lilia.
—¿En serio? Creí que te iría rápido con el cuento.
—Pues no.
—Ah, ya. Bueno, perdona por llamarte tan temprano. Pero quería aclarar que eso de los hijos no ha cambiado, eh.
—Eso ya no tiene qué ver conmigo —Le dijo Adán.
—Pues no, pero no quería que fueras a pensar mal de mí, por cierto, ¿tú estás saliendo con alguien? —Le soltó sin más.
—Eso tampoco tiene que ver contigo.
—Ni sé para qué me preocupé —Le contestó ofendida.
—Ni yo —Le dijo Adán.
2
A los días su madre por fin le fue con el cuento, que Lilia tenía un hijo. Adán no la corrigió. Poco le importaba la vida que estuviera llevando su ex, no le deseaba mal, pero tampoco bien. No había nada que saliera de ese seco corazón.
—¿Crees que sea de ese fulano? El del pelo largo.
—No sé, mamá. Ni supe quién fue ese.
—Pues el primero con el que salió después de ti. Luego vino el flacucho y ahora creo que anda con el tatuado.
Adán no quería escucharla, pero como pensara en cortarle la plática se venía con el drama de que nadie la escuchaba. Cerró los ojos y antes incluso abrirlos supo que ya no estaba en el mismo lugar. Olía a sal, el calor era húmedo y había un sonido de olas. No de esas grandes que se escuchan pesadas al caer. Eran olas pequeñas. Al abrirlos se encontró con un atardecer espectacular, había visto uno así años atrás. En aquel entonces habían hecho un viaje a Cancún para celebrar sus cinco años juntos.
—¿Mijo? ¿Dónde estás? —le preguntó su madre.
—Mamá, tengo que colgar. Voy tarde a una reunión
Nunca tenía reuniones los domingos, pero poco importaba la mentira que acababa de decir, en su lugar se quedó viendo los rojos naranjas que pintaban el cielo. El mar con su eterno movimiento esta vez no lo invitaba a entrar sino a admirarlo, haciéndole recordar que en aquel entonces tomado de la mano de Lilia le pidió que se casara con él. Sintió algo, pero no fue la gran cosa.
2.1
Durante semanas se la pasó visitando aquellos lugares en lo que había estado con ella, a veces se quedaba unos segundos y otras más de una hora. Quizá la vida le estaba diciendo que no pasaba nada con estar ahí, aunque ahora estuviera solo y con el corazón más seco que un desierto. En medio de ese proceso de aceptación y como si en verdad la vida estuviera dándole chingadazos para que su corazón sintiera algo, por la madrugada se teletransportó al cuarto de Lilia.
3
Afortunadamente estaba dormida. Había un ventanal muy grande por el que se filtraba la luz de la ciudad. Adán esperaba que el paso del tiempo hubiera dejado marcas en ella, pero no, seguía igual. A su lado estaba lo que supuso era el novio. Tenía un tatuaje de un pulpo en el brazo. Tendría que felicitar a su madre por tener la información al corriente.
Lilia se movió un poco y el novio en cuestión la abrazó. La sábana que cubría su hombro se deslizó y Adán vio que estaba desnuda. Miró al piso como si hubiera visto algo que no debía sólo para encontrarse con unos calzones rojos de encaje ¿Serán aquellos mismos calzones? ¿Cuánto duraban unos calzones? Se preguntó. Sintió algo, un poco más que la gran cosa.
Empezó a examinar la habitación: en el lado de ella había un buró blanco con un cajón negro. El de él era negro con un cajón blanco. Ambos con lámparas a juegos, relojes a juego y una foto del otro en marcos del mismo color, pero solo el de Lilia tenía un libro.
Cuando cumplió veintiocho años, ella le había regalado uno igual a ese: con el lomo rojo y la cubierta blanca. Creyó que lo había prestado y, como suele suceder, no se lo habían regresado. Se acercó sigilosamente hasta el buró. Tomó el libro, lo acerco a la luz del ventanal y lo abrió. Ahí estaba la dedicatoria que Lilia le había escrito. Su corazón empezó a latir con más fuerza de lo habitual. Adán sintió algo. Se sintió robado.
Desapareció llevándose el libro.
4
Estaba en aquel café donde conoció a Lilia, iba por la mitad del libro cuando volvió a desaparecer. Pero esta vez fue diferente, segundos antes de que todo se desdibujara y como mezclados en un torbellino vio pasar toda su vida con y sin su ex.
Apareció en el cuarto de Lilia nuevamente. Pero no era de noche, sino las 3:00 de la tarde. No estaban dormidos sino en plena cogida. Los dos lo vieron al mismo tiempo, pues Lilia estaba frente a él, en aquella posición que según le había dicho era indignante para ella, pero ahí estaba a cuatro patas y el novio con el tatuaje pulposo estaba de rodillas detrás de ella con una mano alzada lista para propinarle tremenda nalgada. Fueron unos segundos extrañamente largos donde ninguno de los tres se movió ni dijo nada. Hasta que el gato entró.
—¿¡Adán?! —le gritó Lilia.
Adán no se molestó en ver si se habían despegado o no, seguía viendo al gato. Su corazón comenzó a latir a un ritmo preocupante. Sintió mucho y esta vez sí fue la gran cosa. Lo de libro era algo, pero ¿Esto? Pasó años tratando de convencerla de adoptar a un felino pues a él le encantaban, al final ella terminaba diciendo que no solo los detestaba, sino que le parecían asquerosos.
Y como cuando todo encaja perfectamente entendió lo que esto significaba: tenía que rescatarlo porque Lilia no podía quererlo como se merecía si nunca había querido tenerlos en realidad. Se inclinó con la mano estirada esperando a que el gato se acercara.
—¡Bere! —gritó Lilia.
Pero Bere no la escuchó, fue directamente a la mano de Adán y ambos desaparecieron.
Por Murasaki Castel
(Guadalajara, Jalisco, 1990)
Vivo del lado no tan agraciado de la ciudad. Estudié Letras Hispánicas en Ciudad Guzmán. En el 2021, mi texto “La maldición del Corona” fue seleccionado en el Concurso internacional de cuento libre Sayula “Juan Rulfo”. Por ahora me dedico a la carpintería.
Comments