Para MV:
Los únicos informados de su existencia eramos mamá y yo, Francisco también. Pero unos meses atrás él se había mudado a un departamento que le había prestado la patrona de mamá, Norma, en la zona de Caballito, le quedaba mucho más cerca y mucho más cómodo para ir a la facultad de Psicología. Al principio nos costó estar sin su presencia, ya que él se encargaba de detalles minuciosos cotidianos de los que nosotros no teníamos ni la menor idea, Mamá trabajaba todo el día por aquel entonces y yo era chico.
Tenía catorce años, la memoria es tramposa, quizás unos quince. Pero fue aquella época que ví a Chao por primera vez entrar por la ventana. Por la ventana de la cocina, la que da parque. Se movía en forma pausada, miraba todo con sus ojos de lince y movía su naricita despacio, muy despacio. Yo me quedé de brazos cruzados y trate de que no se asustara por mi presencia. Intuyo que él sabía que yo lo observaba. Se fue por el mismo lugar que había entrado. Esa primera noche, esperé con ansias que llegue mamá, quería contarle que había entrado un gato. Me sentía tan solo sin Francisco que vivi esa aparición como un gran acontecimiento. Antes de que llegue mamá me quedé junto a la ventana con la esperanza de verlo de nuevo. Nunca habíamos tenido mascotas. Mamá decía que era un gasto innecesario tener animales por la situación económica que atravesábamos por la muerte de papá..
Yo no sabía muy bien si me gustaban o no, nunca tuve la suerte de elegir.
-¿De qué color era?
-Negro.
-¿Todo negro?
-Sí.
-Es mala suerte.
Mala suerte. Me quedé pensando. Era la primera vez que escuchaba que algo traía mala suerte. En mi cabeza contemple varias ideas del porqué. Lo primero que se me ocurrió fue que el color negro era sucio, oscuro y a nadie le gustaban las cosas negras. Después pensé que mamá decía eso porque no quería al gato, aunque ella siempre dice que no hay que fiarse del envase si no sabemos nada del contenido. Y hasta ese momento, no sabía si el gato era bueno o malo, o las dos cosas al mismo tiempo.
Las tardes de otoño siguieron igual pero con ganas tontas de poder encontrarme de nuevo con el gato, que ya tenía nombre por más que no fuera mío. Pasaron dos semanas hasta que el gato apareció de nuevo.
Dejé un señuelo que sabía que iba a funcionar: Un jarrito con leche caliente. También el televisor encendido y la ventana apenas abierta. Se asomo, amago dos veces antes de entrar. Espere escondido debajo de la mesa con las piernas cruzadas.
Su cola rígida, sus orejas quietas y su andar resplandeciente llegaron hasta mí. Nos miramos y en el instantes que parpadeó el último rayo de sol, nos escapamos. Mis ojos se volvieron amarillo, mi pelaje de un color blanco y una mancha marrón que creció bajo mi nariz.
Sé que Francisco sigue estudiando psicología en la facultad, que mamá me extraña mucho y que los gatos no dan mala suerte. También se que yo no estoy más solo.
Por Alejo Tomás Ambrini
Mí amor !!!!!! Pequeño de rodillas cruzadas regocijo del más bello hallazgo en la soledad guiado por un felino,
Tierno