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  • Foto del escritorcosmicafanzine

Fuga



Huele a un humo denso, de los que se pegan en las fosas nasales por días. Las cenizas caen alrededor, se ponen encima de mi cabeza y se convierten en mi cabello. En frente de nosotros está la colina. En su cima, los templos brillan, emiten un rojo vibrante. A la izquierda, hombres nos esperan. Nos están mirando detrás de sus máscaras, frotando las manos, pienso que quizás estén sonriendo–aunque no lo hagan, dos hileras de dientes completarían adecuadamente esta imagen. A la derecha, un par de monjas acechan. Atentas, detrás de montones de cadenas, nos están observando, tal vez traigan unos garrotes en sus manos. No tengo a donde ir. En realidad, nadie de nosotros tiene una salida, pero el asunto aquí soy yo. Veo dos pilares de mármol en llamas volando en el aire, dejando una estela en el cielo oscuro, dando una caída libre hacia nuestras cabezas. Salto adelante sin pensarlo. Dejándolos a todos atrás, voy dentro del fuego.


[Fade to Black]

Abro los ojos. Unas vigas de madera se cuelgan del techo, se extienden en la pared, se disuelven hasta llegar al piso. Me imagino que viajan dentro del suelo y paren raíces en el centro de la Tierra. La casa es simplemente un cuarto lleno de chunches apilados en todas las partes. Solamente las ventanas se salvaron de la acumulación. En la mesita de noche humea una taza llena de chocolate recién hecho. Me paro, me tomo un par de sorbos y me muevo hacia el hombre. El fugitivo, condenado a cadena perpetua, está sentado en la mesa, en ese metro cuadrado que delimitaría lo que se dice “cocina”. Ha reparado mi coche, me ha preparado desayuno y me está esperando, perdido en un remolino café sobre una de las superficies de la casa. Comemos pan tostado con mermelada de arándanos sin hablar. Pone un sobre encima de la mesa, lo empuja hacia mí. El sobre hace las migajas del pan saltar asustadas. Se levanta sin mirarme y se va.


[Fade to White]

El día es soleado, el cielo tiene el color de un azul eléctrico interrumpido por unos parches grises, que aún flotan en el aire: se parece a una colcha de plumas. Quiero respirar profundo, pero me detengo; ¿quién quisiera fumarse esta nube de fuego muerto? Aun así, abro los brazos y me estiro. Veo la ciudad desde lo lejos como una lata ahogada dentro de la arena del mar. Traigo un mapa en la mano derecha. Encima, tiene apuntes–no míos. Calles e intersecciones incontables, pero ninguna ruta grabada. En la izquierda, traigo solamente la llave del auto. Me meto y percibo el olor persistente de aceite viejo y gasolina. Arranco.

 

Por Ilektra

267karfitses nació lejos de aquí y creció dentro de una cabeza llena de oro.

Estudió y estudió y estudió poquito más para terminar con un doctorado en el síndrome del impostor.

Su nombre dado es Ilektra, algunos la conocen como Eta, pero su nombre preferido es el de su alter ego mágico Madame Zaíra.

Escribe para no hablar sola y porque la gata ya no le contesta. Al fondo, desea colonizar Pluto con sus historias.

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