Hola Ana,
Esta es la cuarta versión de la carta que empiezo, y espero esta vez no tener que hacerle ningún tachón, para poder terminarla y que te llegue impecable. Te escribo esto parado en el límite de distancia invisible que me han obligado a respetar. De acá a la puerta de tu casa hay exactamente 800 metros y un centímetro. Es la medida exacta que tiene el Vaticano de punta a punta, ¿sabías? Yo no, pero anoche me quedé hasta tarde buscando en Internet qué otras cosas del mundo miden 800 metros, además de una resolución judicial ridícula.
En este punto, será obvio decirlo, pero no estoy para nada de acuerdo con lo que decidió el Juez. Es cierto que no he tenido unos meses muy tranquilos en el último tiempo, pero me parece precipitado de su parte hacerme a un lado de vos con este campo de fuerza que tiene pero no tiene bordes. ¿Y si lo atravieso, que pasaría? ¿Qué pasa si en este instante adelanto un pie? ¿Unos rayos láser le van a avisar a la policía que lo hice? ¿Me van a caer del cielo un puñado de agentes del SWAT como las películas? Qué paparruchada todo esto Ana, por favor.
Creo que lo que más me sorprende es que hayas sido vos quien decidió activar la parafernalia legal. De la lista de defectos tuyos que hice, entre ninguno de los 17 estaba la deslealtad. Hubiera jurado que lo haría tu hermana, porque su lista supera los 32, y sí, definitivamente ella me parece que es alguien que podría jugar por la espalda.
Igual, ya está. Lo voy a dejar acá.
Yendo a la razón de esta carta, quiero que sepas que ordené tu ropa por talle y color. Está todo arriba de tu lado de mi cama. Tus discos los puse en una caja ordenados de los que más a los que menos te gustan. Podés pasar a buscar ambas cosas cuando quieras.
También tiré a la basura el mural con tu línea de tiempo que tenía en el garage. Enterito. Desde la primera foto tuya de bebé, hasta la que te saqué anoche desde atrás de un árbol, cuando sacaste la basura a la noche.
Y dejé de escribir la obra. Bueno, en realidad, le cambié el nombre. Ahora se llama “Ana Bella”, ya no es más sobre vos. Es sobre otra chica, que también trabaja como modelo, pero de zapatos, no de ropa interior. Y es rubia, no castaña.
Hablando de eso, vendí por MercadoLibre la bolsa de pelos tuyos que encontraste en mi armario. Podés quedarte tranquila que no voy a hacerle una peluca a mi próxima novia.
Porque, como ves, ya estoy bien.
Perimetralmente bien.
Omar.
Por Andrés Ballone
(Buenos Aires)
Escritor argentino. Formado en la carrera de Periodismo y Ciencias de la Comunicación, se ha dedicado a la escritura desde la adolescencia, al tiempo que se desempeña como docente universitario y facilitador en un taller de escritura creativa llamado Soltar La Mano.
Comments