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Poco

Dijeron 19.34. Era obvio que no iba a ser un horario más exacto como 23.59, qué sabe el apocalipsis de nuestros calendarios y modos de contar el tiempo. Dijeron también que no vamos a sentir necesariamente nada, va a ser instantáneo como cuando te duerme una antestesia. Es raro pero no estoy nervioso, sí lo está Ana, acá sentada mirando por la ventana como si fuera a lograr ver el impacto y no que este la desintegrara en el momento. Yo miro con intermitencia hacia afuera, daría la espalda a la ventana si fuera por mí, pero no quiero hacerla sentir sola en los últimos minutos que vamos a compartir. Sé que no fui el mejor novio, pero en el tramo final, al menos, quiero cumplirle. Le agarro la mano con la mía, y con la que me queda libre le acarició el pelo como si fuera un animalito. Me tuerzo con disimulo cada vez más hacia mi escritorio. Está lleno de papeles ahora inútiles, de borradores que nadie va a terminar. Ya anoche asumí que no iba a terminar la novela antes de las 19.34, está bien así, supongo. Me rodean cosas sin sentido y eso me trae una inexplicable paz.

Mi abuela me enseñó que a las 12 del 1 de enero, o, en realidad la noche del 31 de diciembre, hay que comer 12 uvas y por cada una pedir un deseo para el nuevo año. Doce son las horas, doce son los meses, doce son los deseos que van de mayor a menor importancia, porque al final a uno ya no se le ocurre qué desear. Hoy al mediodía recordé eso y fue una idea salvadora, porque si no, no tengo idea de cómo ocupar ese último minuto, difuso entre el fin y el comienzo que, claro, esta vez no tendrá sidra ni pan dulce, aunque escuché que Crónica iba a transmitir hasta el final. Alteraría más a Ana todavía así que la tele está apagada, pero la verdad es que me encantaría explotar escuchando a los Palmeras.

No hay mucho tiempo más. Como no va a haber doce meses ni doce horas por delante elegí diez, que para los pitagóricos era un número sagrado. Ya no me acuerdo dónde lo leí o quién me lo contó. Estas últimas horas pensé mucho, quizá más de lo que pensé toda mi vida, y me di cuenta de que todo lo que sé viene de fuentes confusas u olvidadas. No voy a pedir deseos, porque en poco más de un minuto no habrá nada, serán recuerdos, como una forma de llenar la mente y el pecho hasta que estallen.

No sé si es poco pero es lo que es. Todo lo que tengo y tendré hasta el final. Mi abuela haciendo una tortilla de papas, la magia en la mezcla perfecta de huevos y papas. El día que un compañero de colegio lloró en una excursión porque otros chicos perseguían un cerdito bebé y yo me di cuenta de que estaba del lado del llanto y no la crueldad. Cuando me di cuenta cómo funcionaba realmente la tabla de multiplicar que la seño Mirta repetía hasta el cansancio. Mi mamá pasando la noche entera para hacerme el disfraz de vaquita de San Antonio que se robó el aplauso de todos en el acto de egreso del jardín. Yo me hacía el dormido y abría de vez en cuando los ojos para mirarla coser, pegar, murmurar nervios y expectativas. El primer café que tomé con Ana, que había accedido al fin, desganada, a estudiar conmigo Gramática II. Un café demasiado amargo para mi gusto, me había dado vergüenza ponerle azúcar porque ella lo tomó sin nada. Cuando terminé el manuscrito de mi primera novela, que nunca se publicó ni se publicará pero yo en ese momento no lo sabía. Ese mate frío que me convidaron unos hippies en el Sur, cuando me había perdido subiendo una montaña con unos amigos, el amargor haciéndome olvidar por un momento la angustia de que nadie me estuviera buscando. El último abrazo que le di a mi hermana, antes de que se mudara a Canadá, sin saber que no nos íbamos a ver más. Osito entrando al mar por primera vez, moviendo la cola como un desquiciado, intentando morder las olas. Ana diciéndome que me ama. Estamos a oscuras en su habitación, pero igual yo puedo verla, al otro día no sabré si lo soñé.

 

Por Lucía Vázquez

Nací en Buenos Aires, soy profesora de Lengua, Literatura y Latín y Magíster en Estudios Literarios. Actualmente soy becaria doctoral de Conicet e investigo sobre ciencia ficción argentina contemporánea. Participo del taller literario de Félix Bruzzone desde 2018. Produzco y conduzco un podcast sobre monstruos (Monstcast), y hago columnas radiales y artículos sobre películas y libros, especialmente de terror, fantástico y ciencia ficción. Soy también parte de Proyecto Synco.



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