Lo conocí cuando todavía no entendía nada, y con él he vivido más cosas de las que me gustaría contar. Pasamos días y semanas tumbados en mi cama, con las piernas enlazadas y mis dedos fríos recorriendo su pecho. Siempre me dijo que odiaba que tuviera los dedos tan fríos. No recuerdo lo que yo respondía.
Lo primero que me dijo, cuando lo conocí, fue que le gustaban mis cejas. Me gusta tu camisa, recuerdo que respondí. Hablar con él me hacía sentir madura e interesante. Al principio, la mayoría del tiempo no sabía cómo mantener la conversación, pero aún así el me seguía buscando. Recuerdo que cuando lo besaba su cara se distorsionaba por la cercanía y sus bigotes me hacían cosquillas.
Me encantaba su olor a cigarro mezclado con perfume, un olor innecesariamente rebuscado. Aspiraba con fuerza, me llenaba la nariz y por momentos sentía que no podría amar a nadie más así. Olor a macho, me hubiera respondido si alguna vez se lo hubiera dicho.
Años después, me abraza y me toma el cabello de la nuca entre los dedos. Cierro los ojos, casi sin darme cuenta. Después de darme un beso en la frente se separa y sigue cocinando. ¿Sabes?, me dice. Creo que el amor se trata de que te guste el olor de la otra persona. Aunque estén sudando y huelan mal. Es cuestión de química, si lo piensas.
Estoy recargada del refrigerador y puedo sentir el frío en mi espalda. Lo miro y solo puedo pensar en el olor del chorizo que se está cocinando en la estufa. En la mano tiene una cuchara de madera y no me mira mientras habla. Estamos en el departamento de su hermana, pero pienso que parecemos una pareja casada, conversando después de un día de trabajo. Pienso que para mí eso es amor.
¿Y a qué huelo? Le pregunto, tratando de recrear su olor a cigarro y perfume sin acercarme. Me mira e inclina la cabeza ligeramente. Siempre mueve la cabeza como un gato. Tiene los ojos grandes y ligeramente saltones, como un gato. Me gustaba pensar que si tuviéramos hijos saldrían con los ojos enormes. Su barba lo hacía verse serio, pero le quedaba bien. En conjunto con su cara redonda y sus cejas ligeramente arqueadas, daba la impresión de ser mayor, pero a la vez tenía un deje infantil, casi absurdo. Era más alto que yo por unos pocos centímetros, y su piel contrastaba con la mía de forma brusca; aunque siempre pensé que quedábamos bien.
Hueles a ti, me responde y sigue cocinando. Me tumbo en el piso, esperando a que añada algo más. No lo hace.
Fue mi primer novio. Cuando tenía 16 años lo conocí afuera de mi prepa. Él tenía 19. Fumaba mucho y siempre me decía que la vida tenía que vivirse, así, sin más. También tomaba mucho.
Por alguna razón me enamoré de él. Parecía estúpida por la forma en la que lo quería. Le hubiera perdonado cualquier cosa y en realidad lo hice. Casi lo idolatraba. Me parecía alguien interesantísimo y le hubiera creído cualquier cosa. Recordaba la forma en la que su nariz se curvaba y sus labios sonreían. Hubiera contado sin cansarme sus dientes y cejas, recorrido la forma de sus párpados. Hubiera acariciado sus manos y admirado sus uñas que me parecían horribles sin decir nada. Lo amaba.
Terminó conmigo un mes después. Eres muy joven, me dijo, no creo que tengamos la misma idea de noviazgo. Recuerdo que intenté ser madura y acepté sin replicar. Pero él me siguió buscando. Me llamaba borracho casi a diario, y siempre me juraba amor. Yo estaba feliz y sentía que estaba viviendo un amor de película. Me sentía como Frida Kahlo con Diego Rivera. Era patética la forma en la que me sentía orgullosa y no me daba cuenta de que llorar a diario y no poder respirar bien no eran síntomas de amor. Tal vez así aman los poetas y artistas, pensaba.
Pasaron los años, y en ese momento, tumbada en la cocina, pienso en su olor. Pienso en su voz, y en lo mucho que me gusta. También pienso que esto es amor. Me resulta casi absurdo verlo delante de mí, con su camisa y sus zapatos ridículos. Me siento pequeña e indefensa y no puedo dejar de pensar en lo ridícula que es la vida y sus olores y sonidos. Mi cuerpo se me antoja completamente desechable y en ese momento podría entregarme sin poner resistencia. Le digo que me voy a acostar un rato. El amor me abruma.
Por Silvana Pegoraro
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