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  • Foto del escritorcosmicafanzine

A todo o nada

La naturaleza infinita del universo nos ofrece una rica y heterogénea variedad de formas de vida que van desde el microorganismo más simple hasta monstruos cósmicos que ocupan galaxias enteras como su hogar. Algunos sistemas planetarios se asemejan en forma, color y costumbres: comparten un idioma, una geografía y una historia y suelen formar alianzas políticas y comerciales que hacen florecer su civilización y los pone en la cima del poder. Otros, en cambio, son radicalmente opuestas y se vuelven antagonistas, sumiéndose, muchas veces, en guerras y reyertas, que frenan su desarrollo y las vuelven vulnerables y frágiles. Por muy triste que esto pueda ser, demuestra la inagotable variedad de formas en que la vida se manifiesta y ofrece un paisaje heterogéneo, digno de estudio. No obstante, y pese a las diferencias, en todos y cada uno de los mundos existe un único factor común: el amor.  El amor es un sentimiento universal. Lo experimentan los pléyades en sus mundos utópicos y los reptilianos en sus planetas derruidos por la guerra. No importa raza, tamaño, procedencia, ni nivel evolutivo: todos los seres vivos del universo son capaces de sentir amor. 

En Neadan llevan las cosas un poco más allá. Los habitantes de este pequeño planeta tienen una curiosa particularidad: cuando un neadiano se enamora, entrega literalmente un trozo de su alma. Puede sonar romántico, casi poético, pero, la realidad es preocupante. Situadas en el centro de su pecho, se encuentran siete pequeñas piezas de roca brillante que contrastan contra la roca gris y porosa de su cuerpo. Las formas y los colores forman un hermoso e intrincado patrón que sirve para identificar a cada persona. Cuando el individuo se enamora, pierde un trozo de su patrón y, por ende, una parte de sí mismo. Si tiene suerte y el objeto de su afecto le corresponde, entonces, un trozo del alma de su enamorado reemplazará el fragmento faltante, creando un nuevo patrón para ambos. Ese intercambio equivalente entre los enamorados los convierte en un solo ser, uniéndolos por toda la eternidad. Esta unión, maravillosa y sagrada los transforma en seres inmortales, por lo que el amor representa la más grande de las bendiciones. 

  Sin embargo, si ese amor cae en tierra estéril y resulta no ser correspondido, la pérdida de ese trozo de alma causará en el individuo el mismo dolor que la pérdida de un órgano o de un miembro. El dolor emocional se transforma en dolor físico y el pobre diablo cae, literalmente, enfermo de amor. Ese trozo de alma perdida no regresa con su dueño y se añade al patrón del esquivo enamorado que, de un modo irónico y cruel, suma más años a su vida, quitándoselos a otro. Y, si el desgraciado en cuestión tiene la mala fortuna de amar sin ser correspondido siete veces, entonces no hay vuelta atrás: una vez que pierden el alma, lo pierden todo. Así aman los neadianos: a todo o nada. 

A lo largo de su historia, solo se han conocido dos casos de inmortales sin pareja. La primera es Ritri. Desde el día de su nacimiento, Ritri fue el epítome de la belleza neadiana. Su personalidad abierta y dulce la convirtió en la delicia de todos quienes la conocieron y la constante atención la convirtió en una muchacha mimada y caprichosa, obsesionada con su impresionante belleza. El día que recibió su primer trozo de alma y experimentó el sublime placer de la unión de almas, supo que quería volver a vivir ese momento una y otra vez. A partir de entonces se dedicó a perseguir un solo objetivo: conseguir más trozos de alma. No fue difícil. No solo era bella, sino también tremendamente inteligente, ingeniosa, divertida y chispeante. Todo a su alrededor brillaba y atraía a los hombres como moscas a la miel. Fue así que, cuando cumplió los 22 años humanos, su pecho estaba completamente cubierta de rocas brillantes y preciosas; trozos de alma de muchachos ilusos que esperaban ganar su corazón. 

Nadie lo hizo, sin embargo y Ritri siguió acumulando trozos de alma hasta que no hubo un centímetro de su piel que no estuviera cubierto de ellos. Leczel, por otro lado, era todo lo contrario a Ritri. Retraído y silencioso, intentaba mantenerse en las sombras, evitando el contacto con otras personas como si se tratase de la peste. Le molestaba el anhelo en los ojos de las personas cuando lo veían, la forma en que todo parecía girar en torno a la búsqueda del ser amado, de esa persona especial que les daría la vida eterna. A Leczel le molestaba esa pleitesía hipócrita que le rendían al amor: la cháchara incesante, los sueños y las fantasías, los suspiros y la alegría enfermiza cada vez que alguien anunciaba su compromiso… como si en verdad les importase el amor y no la posibilidad de vivir para siempre. Tanto era su desprecio por los demás, que decidió aislarse de la gente y vivir alejado del mundo y sus vicios, determinado a nunca amar ni dar ni un solo trozo de su alma a nadie. 

Pero, el amor se abre camino y un buen día, contra todo pronóstico, Ritri y Leczel se encontraron. Ella caminaba por la calle, alta y preciosa, seguida de cerca por un serrallo de sus admiradores. Él caminaba en dirección contraria, con la cabeza gacha y la mente perdida en cualquier cosa, tan solitario como siempre. Entonces, un rayo de luz se coló entre las rocas brillantes que cubrían a la hermosa Ritri y fue a chocarse justo contra su ojo. Leczel alzó la mirada, molesto y entonces, sus ojos se encontraron con los de ella. Fue automático. Un pestañeo. Un suspiro. Ella se detuvo de golpe, golpeada por un rayo. Él boqueó como un pez fuera del agua, incapaz de comprender ese fuego que se le asentó en el pecho y decidió que era buena idea robarle el aire y la paz del alma. La gente se detuvo a su alrededor, los planetas dejaron de girar, el universo dejó de crecer y el tiempo se congeló, demasiado impresionado por la maravilla que se desarrollaba frente a sus ojos. 

El amor mismo se sorprendió al vislumbrar la intensidad de un sentimiento guardado por tanto tiempo. Fueron tantos siglos los que estuvieron escondiéndose de él, eludiendo lo ineludible, huyendo de lo inevitable, creyendo ingenuamente que podían doblarle la mano al destino. Pero olvidaban algo muy importante: nadie puede escapar del amor. No para siempre. No cuando todos los seres están diseñados para sentirlo, vivirlo, sufrirlo y gozarlo. No cuando estamos hechos por y para él. Los afectos enterrados brotaron de su piel como fuegos artificiales que llenaron el cielo de luz y color, maravillando al universo entero y entonces, sin mediar palabra alguna, se arrojaron a los brazos del otro y se fundieron en un beso que remeció los cimientos mismos de la vida. Los fragmentos de alma que Ritri cargaba con tanto orgullo dejaron su piel y se enquistaron en la de él, inundándolos de un dolor tan dulce que los hizo llorar y reír al mismo tiempo. A su vez, el alma intacta de Leczel dejó su pecho al fin y se hundió en la carne de Ritri, fundiéndose con ella en un acto de amor tan puro y sublime que el sol soltó una lágrima.

Tristemente, fue demasiado. 

La intensidad de ese amor recién nacido fue más poderosa que su piel rocosa y la potencia de la fusión de sus almas superó la capacidad de sus cuerpos mortales. Una luz más brillante que nada que se hubiese visto antes en Neadan llenó el aire y Ritri y Leczel, aún fundidos en un beso demoledor, estallaron por los aires, convirtiéndose en nada más que un montón de cenizas sobre la acera como ocurría con todos aquellos pobres desgraciados que perecían sin un alma. El universo contuvo el aliento por un segundo y luego, todo volvió a la normalidad: los planetas volvieron a girar, el sol a iluminar, el tiempo retomó su ritmo y la gente siguió su camino con normalidad, pisando y esparciendo las cenizas del suelo sin darles una segunda mirada, sin recordar haber sido testigos del acto de amor más grande jamás presenciado…

 

Por Génesis García

(Chile, 1990)

Historiadora, bibliotecóloga y escritora. Su pasión por la literatura nació entre las novelas de segunda mano que su padre compraba a granel y que la sumergieron en un mundo de fantasía del que nunca pudo escapar realmente. Pueden encontrar sus relatos en revistas literarias como Anacronías, Teoría Ómicron, Anapoyesis, Especulativas, Laberinto de Estrellas, El Nahual Errante, Licor de Cuervo, Interlatencias, Trinando y Cósmica Fanzine (entre otras), así como en podcast y programas radiales literarios, incluyendo radioteatro. Su trabajo ha sido publicado en diversas antologías a lo largo y ancho de Latinoamérica y España y la ha hecho merecedora de varios premios literarios tanto en Chile como en el extranjero. Sus obras mezclan eventos históricos y ficción, entretejiendo así sus dos pasiones: literatura e historia. Géneros como el terror, el horror, la fantasía y la ciencia ficción poco a poco se han colado en su estilo, llevándola a decantarse por un mundo más oscuro y hostil en el que hay pocos finales felices y se puede encontrar los más oscuros y profundos secretos de la psique humana y sus límites. Actualmente se desempeña como tallerista, entregando a niños y jóvenes herramientas que les permitan expresarse y desarrollar sus habilidades. 


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