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A través del cristal

  • Foto del escritor: cosmicafanzine
    cosmicafanzine
  • 30 sept 2021
  • 6 Min. de lectura

I

Era uno de esos pueblos donde nunca pasaba nada. Los días transcurrían sin mucho revuelo. La gente hacía sus actividades diarias como si fuera una manda, no pensaban mucho en lo que hacían, se movían mecánicamente del trabajo a casa y de casa al trabajo día tras día. Por eso nunca pasaba nada fuera de lo ordinario. Nunca se hubiera creído que fuera en este pueblo donde estaban ocurriendo tantas desgracias últimamente. Hace unas semanas que unos hombres desconocidos—presumiblemente llegados del pueblo vecino—habían arribado al pueblo. Nadie sabía exactamente por qué, algunos decían que venían a saldar unas deudas que tenían con un viejo terrateniente y al no haberlo encontrado empezaron a cobrarse por ellos mismos. Otros decían que un hombre de este pueblo se había llevado a la mujer de uno de ellos y venían por ella, a vengarse de esta afrenta. Cualquiera que fuese el propósito de estos hombres en el pueblo, no hacían más que causar alborotos. La situación se volvió especialmente peligrosa para las mujeres que al encontrarse solas en la calle eran objeto de escarnio y agresiones por parte de estos hombres. Varias de ellas habían sufrido ya por la llegada de estos sujetos: violaciones, golpes, robos y demás vejaciones. “Es mejor que dejen de salir, no podemos hacer nada contra ellos. ¿Qué más riesgos quieren correr?”. Es lo que decía el cura del pueblo. Eventualmente todos estuvieron de acuerdo con él. Los pobladores no parecían ponerse de acuerdo y enfrentarse en solitario contra ellos no era una opción.

II

—Escuchamos que en este pueblo aún quedan restos de oro y otras piedras. Enséñenos dónde se encuentra. —dijo el hombre mientras agarraba por el cuello al campesino, quien era considerablemente más bajo y menos corpulento.

—No sé de qué me habla, en verdad.

Hartos de la falta de respuesta, golpearon al hombre dejándolo ensangrentado sobre la tierra. El pueblo hace muchos años fungió como un área clave para la minería de la zona pero una vez agotados los recursos, las grandes empresas partieron y dejaron al pueblo a su suerte. Algunas leyendas empezaron a formarse, decían que todavía existían cuevas en donde podían encontrarse toda suerte de piedras preciosas, incluidas el oro. Nunca nadie lo había comprobado. Algunos hombres extranjeros llegaron, incluso turistas. Sin embargo todos corrían con la misma suerte. Los encontraban en medio del bosque perdidos y desubicados, parecían locos, fuera de sí como si hubieran visto algo terrible. Algunos otros habían sido encontrados muertos en barrancos y laderas y de otros ni siquiera se tenía claro su paradero, simplemente desaparecían. Las habladurías no tardaron en aparecer. “Son duendes.” “Son brujas.” El pueblo se encontraba desde hace ya varios años sumido en una pobreza que parecía imposible sobrepasar. Así que varios hombres del pueblo empezaron a probar su suerte al emprender su búsqueda del tesoro adentrándose en el bosque esperando encontrar la tan ansiada cueva, o al menos poder regresar con vida al pueblo. Al principio esto sólo atraía a los padres de familia, adultos desesperados por sacar a sus hijos adelante. Pero conforme pasaba el tiempo, los jóvenes del pueblo se vieron tentados a probar suerte también. Quizá eso podría sacarlos de ahí, irse aunque sea a otro pueblo y abandonar aquel maldito lugar.

III

—Umiña, tu hermano no vuelve. Se fue desde la mañana a recolectar leña y no ha vuelto. Ve a dar una vuelta a ver si lo encuentras. No será que ya se lo haya llevado uno de los duendes. –dijo mi madre con una risa nerviosa.

Yo sabía que nada le había pasado, otras veces había hecho lo mismo. Se iba a recolectar leña o salía con cualquier otro pretexto y terminaba como siempre en la misma pulquería. Como quería dar gusto a mi madre y dejarla tranquila, salí esperando encontrarlo en el camino y traerlo de vuelta a casa. Evidenciarlo. Nuevamente regresando borracho, sólo nos hacía perder el tiempo: a mí por salir a buscarlo y a mi madre por preocuparla. Caminaba por el bosque cuando escuché un sonido entre las ramas, unas tenues pisadas sobre las hojas. Giré y vi a un hombre masturbándose entre los árboles, me miraba fijamente. No pude quitar la mirada, me sentí paralizada. Tuve miedo, recordé lo que había estado ocurriendo a las chicas del pueblo. El hombre no dejaba de mirarme, escuchaba su respiración agitada en medio de la calma del bosque. Eché a correr, no sabía hacía dónde me dirigía. Cualquier lugar que me alejara de esa asquerosa escena. Me detuve un instante para voltear nuevamente a donde se encontraba el hombre…ya no estaba. El miedo me inundó, esperaba que apareciera enfrente de mí listo para hacerme daño. La vista se me nublaba, ¿qué haría si me atrapaba? ¿podría regresar a casa? ¿mis padres me aceptarían después de lo ocurrido? ¿siquiera me creerían? Mientras pensaba en todo esto, escuché una voz femenina que me llamaba. “¡Niña! ¡Por acá!” Volteé hacia donde provenía el sonido y vi a una mujer de alrededor unos cuarenta años que me hacía un gesto con la mano. La seguí sin pensarlo. Me tomó del brazo y me llevó por un camino que nunca antes había caminado. Era una mujer bella, no se parecía a las mujeres del pueblo y no recordaba haberla visto anteriormente. “Debes andar con más cuidado, los hombres son como animales.” Me contó que perdió a su hija, una muchacha de mi edad. Se la mataron. Se la llevaron, la violaron y la encontraron muerta en el monte. Le hicieron cosas muy feas. No supe qué decir, me sentía triste y asustada. No quería que me hicieran a mí todas esas cosas horribles. Me sentí agradecida con la señora por haberme salvado, quizá me hubiera pasado lo mismo si no hubiese aparecido. Me contó sobre la leyenda del oro y aseguró saber dónde se encontraba y se ofreció a llevarme. “Puedes dejar tranquila a tu familia, ya no se van a preocupar.” Pensé en qué haría con semejante tesoro, probablemente nos llevaría a vivir a otro pueblo, a uno más seguro. Incluso podríamos ir a otro estado con la cantidad de piedras preciosas que la mujer describía: un antiguo polvorín lleno de hermosas esmeraldas. “Los hombres son unos idiotas, cortos de mente, no ven más allá incluso si lo tienen enfrente.” Confié en la mujer que acababa de conocer. No me parecía peligrosa ni embustera, seguimos caminando.

IV

La mujer señaló el polvorín y le dijo a la chica que finalmente habían llegado. “No está muy alejado, ¿verdad? Pero nadie viene a buscar por acá.” La chica sonrió levemente. La mujer se veía emocionada así que la joven se emocionó también. ¿Sería verdad todo? ¿Podría en verdad regresar a casa con un gran tesoro? ¡Qué cara pondría su madre al verla regresar con miles de esmeraldas! Seguro se pondría contenta. Inclusive se olvidó de su hermano, sin duda alguna seguiría en la pulquería o hasta de vuelta en casa. Se introdujo al polvorín junto con la mujer. A pesar de no estar completamente obscuro, sus ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la penumbra contraria a la luz del día de fuera. Conforme avanzaban, la luz se hacía más intensa. La chica pudo vislumbrar un espectáculo maravilloso, miles de esmeraldas iluminaban esa lúgubre cueva. Asombrada se acercó a las esmeraldas para verlas de cerca, jamás había visto una. Dudó por un momento, frotó sus ojos tratando de adaptarlos a la penumbra. Dentro de la esmeralda había una mujer. No era una mujer de cuerpo completo, era la cara de una joven que parecía sonreírle apaciblemente. Dirigió la mirada hacia otra esmeralda y pudo entrever a una joven distinta durmiendo. En una tercera esmeralda vio a una joven riendo. ¿Qué era todo aquello que se presentaba ante sus ojos? ¿Podría ser que la penumbra estuviese afectando sus sentidos? Sintió un calor que recorría su cuerpo y una pesadez difícil de explicar a la vez que un sueño impetuoso se apoderaba de ella de repente.

Al despertar vio todo a través de un espejo color esmeralda. A través de este cristal todo se veía negro pero a su alrededor veía miles de complejos laberintos iluminados por aquel color verdoso que fue el que la atrajo a la cueva en primer lugar. No podía advertir el final de aquel camino, se perdía entre la penumbra iluminada tenuemente por las esmeraldas como si de faros se tratase. De repente, escuchó una voz femenina de entre las sombras que la llamaba. “Acércate, no te haremos daño. Aquí estás a salvo, aquí ya no van a encontrarte.”

 

Por Irene Gabriela Ramírez Muñoa

Tengo 24 años. Soy licenciada de la carrera de Letras Modernas Francesas por la UNAM. Me encanta leer y escribir. Soy traductora y crítica literaria. Los géneros de mi especialización son la fantasía, el terror y la ciencia ficción.

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