¿Sabes qué es sentir la ansiedad en la soledad de la compañía? Descubrirte en medio de un tumulto de personas que gritan, hablan, se ríen a tu alrededor esperando a que sigas el tema cuando se te está acabando el oxígeno, y las palpitaciones del corazón te hacen sentir un nudo en la garganta, que quisieras salir corriendo, mandando todo al carajo.
Desde que tengo memoria mis días han sido diferentes al resto de los demás; mi madre me obligaba a vestir en tonos "rosas y rojos", porque según las creencias eso alegraría a mi alma y repararía mi corazón roto; déjenme decirles que no fue así, crecí odiando los vestidos, el color rosa y medio tolerando el color rojo; solo si se trataba de sangre derramada.
El día que nací fue un día gris, hacía frío, había lluvia; no había taxis o transporte en el cual mis padres pudieran llevarme al hospital más cercano. Pasó un auto deportivo de lujo, con asientos de piel, descapotable; un hombre al ver a mi madre tocándose el bajo vientre y a mí padre intentando hacerle la parada a cualquiera que pasase por ahí; se detuvo dirigiéndose a ellos, diciéndoles que los llevaba; el hombre pisó el acelerador, llegando en menos de lo que pudo, al llegar mi padre se bajó al instante a conseguir una camilla, madre llegó coronando derramando la fuente en el interior del vehículo del año; el hombre sorprendido no pudo moverse del auto; llegaron los camilleros ayudaron a mi madre a bajarse, en cuanto la subieron en la camilla resbale entre sus piernas golpeando mi espalda con los tubos de la orilla, me metieron de inmediato a lavarme y hacerme todos los exámenes reduciendo cualquier posible problema por la exposición a un ambiente no pulcro. Al hombre del auto deportivo, no lo volvimos a ver; yo resulté con una infección en las vías respiratorias que causó una laringitis crónica que aún cobran factura en cada cambio estacional. Mi niñez fue de lo más normal para mí, aunque para los que me rodeaban, solía ser tema de conversación; decían que solo quería llamar la atención, que deberían llevarme con un "especialista"; evitaban a toda costa decir psicólogo, pero cuando decían "loquero" omitían la parte en la que yo estaba presente, tratándome como "retrasada". Las personas a mi alrededor me lastimaban; no toleraba el roce de su piel con la mía; que jugarán con brusquedad con mi cuerpo frágil, fui muy enfermiza; a mamá le decían que era porque quería llamar la atención; en alguna ocasión una mujer que me vió, le dijo a madre que yo tenía roto el corazón, que tenía el alma herida, que para curarme debía ponerme vestidos rosas y rojos; madre harta del que dirán por mi conducta antisocial, mi mirada perdida y mi falta del habla; que no era más que no quería hablar; me vistió con unos "hermosos" vestidos rosas y rojos, llenos con olanes, crinolinas, moños, flores, que no hacían más que hacerme sentir incómoda. Al crecer tuve una vida solitaria que me fui viendo obligada a llenar de personas asfixiantes, por solicitud de una madre "preocupada" por lo que dicta la sociedad, fui forzada a sonreír cuando no quería, a comer cuando no tenía hambre y de lo que no me gustaba, a hablar con gente que no me agradaba, a convivir con un mundo que me miraba por encima del hombro, tan solo por hacer feliz a una madre que al parecer nunca le importe.
La verdad de las cosas es que mi padre engaño a mi madre muchas veces, durante mi gestación mi madre descubrió a mi padre con una amiga de la familia; dicen que madre lloraba mucho, que se escondía para que padre no la viera mientras se hundía en tristeza; nueve largos meses en los que me alimentó con los desaires de mi padre, con el sentimiento causado por las miradas de desprecio de una mujer que se halló descubierta mientras era infiel a una amistad de toda la vida, con el llanto que tragó de lo que le quedaba atorado de ese nudo en la boca de garganta, comiendo los pedazos del corazón hecho trizas y con la tristeza ínfima que caía amarga a mis labios; madre quería retener a mi padre a como diera lugar, gritando a los cuatro vientos, que esperaba un varón, el primer varón de la familia, algo se lo decía, pero era más su afán por mantener a mi padre a su lado que el hecho de estar esperándome; ya tenían a la primogénita, ella nació "bien" dentro de un entorno lleno de amor, donde fue deseada, fue la primer hija, fue la primer nieta, la primera de ambas familias, que la recibieron encantados; a mí, quisiera decir que me tocaron las sobras de ese amor, en cambio, recibí el desprecio de todos al nacer mujer porque deshonraba la palabra de mi madre, por no cumplir las expectativas de mi padre, por ser el recuerdo constante de un fracaso marcado en su matrimonio, mamá me detestaba, nunca pudo verme a la cara y darme una palabra de amor, siempre fuí un lastre, no me quería y me restregaba en la cara su desprecio, cuando cumplí tres años, llegó mi hermano, en casa no cabían de la felicidad; a mí, solo me dejaron de lado, después de él no existí. Él vino a borrar el fracaso (Yo) de mi madre, venía la familia de todos lados a conocer al nuevo integrante; la "mujer sin nombre" desapareció, todo lo bueno lo trajo mi hermanito, él era todo lo contrario a mí. Yo venía marcada por la historia, representaba el intento fallido, la carencia de amor, todo lo peor y eso lo sabían todos los que me rodeaban, me lo hacían saber si creían que lo había olvidado, pero era difícil olvidar tanto en tan poco tiempo.
Los golpes para mí se hicieron presentes, eran tundas innecesarias para una criatura de 4 años, cables sorrajados en las corvas, gritos despectivos, palabras hirientes, bofetadas certeras; recuerdo haber visto volar un zapato hacia a mí.
—¡Mami te quiero! Ya no me pegues— Pero su rabia era tal que no me escuchaba, me odiaba, ella me odiaba, me lastimó hasta no poder más. Las huellas de su pie en mi costado, los puños dados en el rostro, la arrastrada por los suelos de la casa, arrojando a la calle mi cuerpo herido, tirado a la basura cuál perro echado fuera de casa.
De ahí mi tristeza, de ahí mi crecer fuera de una sociedad que no entiendo, de ahí a la expectativa de una mano que me ayudara, de aquí a crecer a un lado del mundo.
Por Adriana Rodríguez
Tengo 37 años. Soy mexicana, nacida en H. Matamoros, Tamaulipas, el 22 de octubre de 1984.
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