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Aleteo

Elena mira al flaco dormido. Cuando piensa en él, evita llamarlo por su nombre. Así la grieta es un vacío perdurable. No recuerda cuándo fue la primera vez que dejó de amarlo. Tal vez el día en que, recostada en la cama, con los glúteos enrojecidos por las nalgadas que el flaco le había dado mientras tenían relaciones él dijo "Ro" y el resto de la palabra se quedó como un silbido. Pero ella entendió que estuvo a punto de decir el nombre de su secretaria Rosa, la mujer de las tetas enormes que parecían dos pelotas pegadas en su torso.

El flaco pega una vuelta y se queda de espaldas a ella. Todo lo que pasó después ya fue una sucesión de momentos en los que el amor se derramó hasta caber en una cucharita. Así de pequeño y frágil. Como el pescuezo de un pájaro entre sus dedos. Así de mortal y diminuto. Otro hecho que disminuyó su amor de manera «considerable», se detiene en la palabra considerable porque apoyada en su semántica había decidido dar el siguiente paso: “estuvimos juntos un tiempo considerable, es hora de casarnos” se lo dijo a sí misma y se lo dijo a sus padres. Porque la palabra “considerable” podía cambiar el peso de una balanza hacia uno u otro lado.

Le reveló llorando que su madre tenía cáncer y en lugar de animarla y prometer que lucharía junto a ella se distrajo con el comercial que promocionaba la camiseta de Messi. Después el flaco le dijo que debía reunirse la familia, es decir, la de ella, y repartir obligaciones. Amagó con abrazarla, pero ella se levantó y se fue a lo suyo. Es decir, a lo que, en otros tiempos, hubiera sido lo de ellos. Esas cosas que se dicen cuando uno empieza una relación.

El flaco empieza a roncar y Elena mira sus piernas con várices. La primera salió con la llegada de su tercer hijo y las posteriores a medida que el flaco perdía el dinero en deudas y por eso tuvieron que vender la televisión, el DVD, la refrigeradora; y en lugar de pedirle perdón le reprochó por no tener un trabajo que pagara mejor porque entonces así los gastos serían iguales y él no tendría necesidad de pedir préstamos para costearse sus cosas.

Cuando pasó lo de su amorío ya Elena había metido el amor que le quedaba dentro de la tetera que había dejado de utilizar desde que el flaco la orinó en una de sus borracheras. El flaco al sentirse descubierto quiso poner excusas, habló de la falta de pasión y de cariño; pero al darse cuenta de que nada de esto enmendaba su culpa, le prometió cambiar. Prometió que sería mejor esposo y amante, pero Elena, dolida como estaba, se fue a casa de sus padres y ahí se quedó por seis meses. Su madre cuidaba a los chicos y ella, dolida como estaba, salía con las amigas que había dejado de ver desde que empezó su vida de casada y, dolida como estaba, conoció a David, con quien tuvo una aventura que le dejaba cardenales por todo el cuerpo y huellas de dientes en los brazos y las caderas.

Volvió con el flaco cuando él le contó de su cáncer de próstata. Estuvo con él en la quimioterapia, en los vómitos, en la pérdida del pelo, en la degradación de la carne hasta llegar al hueso, en las explosiones de furia, en el desánimo, en los intentos de suicidio, en la resignación. Se sentía como una santa frente a la mirada de los otros aunque seguía viendo a David; era lo mínimo que se merecía después de todo lo que había soportado durante los años de matrimonio.

Cuando David le dijo que debían terminar, el amor que sentía por el flaco ya cabía dentro de una taza de té. Lloró hasta deshidratarse y quedar seca. Fue la primera vez que se sintió vieja y que aceptó la edad como una derrota de la vida. Fue también cuando el flaco venció la enfermedad y cumplió el juramento que le hizo a la Virgen Colorada y dejó de beber, endeudarse y despidió por fin a Rosa, que para entonces, tenía una jamonería en el estómago.

Elena nunca le contó a David que estaba embarazada. Se deshizo del embrión con tres pastillas, lo dejó dentro del inodoro de su casa y después se recostó junto al flaco que había recuperado la ternura y el cariño y le susurraba palabras de amor como los viejos verdes que quieren conquistar a una jovencita. Sin embargo, fue eso y no otra cosa lo que hizo que el amor de Elena se redujera hasta caber en una cuchara. Porque ya todo había llegado demasiado tarde. El flaco pega otra vuelta y se queda boca arriba y Elena lo mira como un pájaro frágil. Un pájaro que cabe entre sus manos. Un pájaro que ahora aprieta entre sus dedos. Un pájaro que aletea y aletea entre sus uñas. Un pájaro muerto entre sus palmas. Elena toma al cadáver y lo arroja dentro del inodoro. Como lo hizo otras noches. Así hasta que el amor sea solo un nido vacío.

 

Por Sara Montaño Escobar

Licenciada en psicología general. Becada en la maestría de Escritura Creativa (Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador-2021). Editora y Coordinadora de la Editorial Unicornias. Ha publicado varios poemarios y forma parte de antologías de poesía tanto nacionales e internacionales. Ha recibido un premio de poesía otorgado por Casa Editorial del Municipio de Cuenca (Ecuador, 2021), segundo premio de poesía en el Concurso Internacional “Carlos Giménez” (España, 2021) y dos menciones de honor en el Concurso Festival Ileana Espinel Cedeño (Ecuador, 2019 y 2021). Publicada por varias revistas nacionales e internacionales. Ha sido invitada a la Feria del libro de Quito, Festival Internacional Paralelo Cero, Festival Internacional Ileana Espinel Cedeño, Festival de poesía de Fredonia, entre otros. Sus poemas han sido traducidos al euskera y al italiano.

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