Vivas y el Juancho bajaron de la F-100 y caminaron hacia al corral de pircas, al que Don Huergo empujaba unas pocas cabras. Habíamos venido a comprar un chivito para el asado de la noche.
Era otoño y sobre las cinco de la tarde. El sol de las últimas horas doraba las laderas del Uritorco. Desde donde yo estaba hasta el cerro, el monte de molles era todo ocre y rojo. Bajo un tala, dos viejos fumaban en chala; mirando a la lejanía. Vestían bombachas de campo, sacos gastados y championes desflecadas. Uno llevaba un chambergo marrón, sucio de tiempo; y el otro una boina negra, bien calzada.
Salté de la caja de la chata y caminé hacia ellos.
―Buenas tardes ―saludé.
―Muenas ―dijeron a dúo.
―Está fresco ¿no? ―comenté, para iniciar un diálogo.
―Ajá ―afirmó uno.
―Ta fresco ―dijo el otro.
―¿Usté es de por acá? ―me preguntó el de chambergo.
―Nací cerca de Embalse, pero hace como treinta años que me fui a Buenos Aires.
―¿Y estraña? ―interrogó el de la boina.
―Mucho ―dije.
―¿No l’entran ganas de volver al pago? ―continuó.
―Qué sé yo ―contesté, dudando―. Muchas veces. Pero ya hice mi vida allá....
―Sé lo que debe de sentir. Acá ande me ve, yo supe venir de Kruger 60.
―¿De dónde? ―pregunté, confundido.
―Kruger 60. Un sistema binario, como a unos cuatro pársecs de acá.
―¡No diga! ―acoté, divertido, a la espera de una de esas deliciosas historias exageradas de los serranos.
―No le déa pelota ―dijo el viejo de sombrero―. Está macaneando.
Sonreí, y le seguí el juego al otro.
―¿Y hace mucho que vino para acá? ―pregunté.
―¿Sabe que mi’olvidáu? Ha de hacer como cien años. Por el gobierno del Granomar.
―¿Quién es ese?
―Vendría siendo como un rey de allá.
―Ah…
―Acá ande estamos eran campos jundamentalmente de don Zárate, crestiano poco avispáu, al que cachó la lú de un oni allá por el cuarenta, cuando se fue a bichar arriba, ande hay un abujero ―dijo, señalando la cima del Uritorco.
―Cáiese. Dele sosiego al amigo ―intervino el otro viejo.
Yo seguí:
―Mis primeras épocas en la Capital fueron duras ¿A usted le pasó lo mismo?
―Figúrese que han sabido ser tiempos escuros. He vivío rigoreáu por la pobreza y doblando el espinazo pa’l trabajo ¡Macana! Me escuendía, porque le teníba muy mucho miedo a los humanos. Pero resulta ser que hará setenta años caió el amigo ―dijo, y apoyó su mano sobre la pierna del viejo de chambergo―. D’entrada empezamos mal porque l’hombre ha sabido ser medio trastocáu…
―Quévaser ya que el zapato tenga el taco adelante…―masculló el otro.
―¿Y volvió alguna vez? ―acicatié al de boina.
―¿Quéloque?
―Si volvió a su planeta.
―Ajá. Tres vece. La última hará unos quince años.
―¡Carajo! ―se fastidió el otro viejo.
―¿Y? ¿Qué tal? ―insistí.
―Ta muy cambeado.
―A mí me pasa ―dije― que añoro gente que se fue y tengo nostalgia de lugares que no son los mismos. Por más que vuelva al pago, ellos ya no están. Y entonces me agarra cierta congoja…
―¿Lo ha visto? Mire que soy fuerzudo, pero el nudo acá ―y se llevó la mano a la garganta― se ajusta cuando mi’acuerdo de los que han sabido quedar allá.
―¿Familia?
―Más los amigos, veintitrés mujeres y dociento setenta y ocho hijos.
―¡Y lo dice sin turbearse! ―gritó el otro. Y agregó, dirigiéndose a mí―. No le lleve l’apunte a este viejo.
Me reí, y agregué, tratando de cambiar de tema:
―Así que es cierto lo que dicen.
―¿Qué cosa? ―preguntó el de boina.
―Los avistajes de ovnis,
―Tal cual. En cuantito haiga entráu el sol, va a estar pasando por acá arriba el oni de las siete menos cuarto.
―¡Pero la puta! ¡No invente más! ―se enojó el de chambergo. Se levantó y tomó al otro por el brazo―. Venga.
Y dirigiéndose a mí agregó:
―Losotro los vamo pa’las casas. Si a éste lo sigo dejando hablar, a usté no lo salva ni la polecía, mire. No es de buen crestiano burlarse de los demás. Tenga güenas tarde, joven.
Mientras decía esto, se quitó el chambergo en señal de saludo y respeto. Las branquias en su coronilla se abrieron y cerraron dos veces. Me pareció que guiñaba los ojos izquierdos de los tres pares que, mientras hablamos, estuvieron ocultos bajo su sombrero.

Por Daniel Frini
(Argentina, 1963)
Es ingeniero, escritor, artista visual y Magister Internacional en Literatura y Escritura Creativa. Ha publicado en varias revistas virtuales y en papel, en blogs y en antologías de varios países y ha sido traducido a diversos idiomas. Publicó «Poemas de Adriana» (2017), «Manual de autoayuda para fantasmas» (2015), «El Diluvio Universal y otros efectos especiales» (2016), «Nueve hombres que murieron en Borneo» (2018) y «La vida sexual de las arañas pollito» (2019). Obtuvo varios reconocimientos, el último, el Premio en el Concurso «Cuento Breve “Martín Fierro”» (San Martín, Argentina, 2024).
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