Este es el bicho raro, escuchó decir desde el otro lado de la reja. Algunos lo observaban, tomaban nota. Otros fotografiaban la escena.
Ronn miró hacia el piso. Un cúmulo de pañuelos tapaba las losas como si la superficie fuese de tela. Una enorme tela roja. Tomó un pañuelo y se ubicó en la silla, al centro de la jaula. Sobre la mesa halló unas tijeras, papel de regalo y madera de diferentes tamaños. De niño empleaba justo esos materiales para confeccionar artesanías. Hacía diferentes animales de tela, principalmente gatos, perros y conejos.
En el cumpleaños número treinta de su madre hizo el primer gatico de tejido blanco. Se recluyó en su cuarto. Sería una sorpresa. Enrolló varias bandas de tela hasta completar el cuerpo del animal con una bola casi perfecta de poliéster. Empleó una porción de madera cilíndrica envuelta en tela para construir el cuello. La cola del gato era mocha como la de su mascota Kia. Adhirió la cola al cuerpo mediante otro pedazo de madera y, empleando un papel de regalo tornasol, conformó las orejas y los ojos. Ronn, ¿qué haces? El llamado de la mamá le había impedido terminar las patas del gato. Feliz cumple mami. Extendió la mano para obsequiarle su creación. La mamá se encontraba a la entrada del cuarto, con los ojos muy abierto, enfocados en su gatica Kia.
El grito de la mamá era el grito de uno de los fotógrafos que lo observaban en la jaula. Algunos pañuelos en el suelo se movían mucho, los que pasaban cerca de Ronn eran detenidos de una patada. Ronn tomó las tijeras y pensó en confeccionar un ratón. No soy un bicho raro, joven, soy un artista, pero el arte es algo subjetivo. Miró a sus espectadores y recortó una pequeña oreja de un solo tijeretazo.
Por Liset Reyes Aldereguía
(1998, Cuba). Odontóloga. Poeta y narradora. Miembro del Laboratorio de Escrituras Encrucijada dirigido por la escritora Elaine Vilar Madruga.
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