Pronto amanecería, pero en ese momento, la calle estaba desierta y la niebla se me colaba por el cuerpo. Caminaba inquieta, volteando para todos lados, rogando al Cielo no encontrar a nadie, quería que todo terminara. Estaban en la parada de autobús; violencia, miedo y sangre. Lo reconocí enseguida. Vi sus ojos, llenos de odio, desprecio y muerte. Sus manos se aferraban a la garganta de la joven mujer, que apenas podía respirar. Grité, pero la niebla apagó el sonido. Me di cuenta que yo era la única que podía ayudarla. Corrí desesperada y me aferré a la espalda del hombre, lo mordí y arañe hasta que soltó a la chica. Volteó con la cara desencajada, con gran rencor, lleno de ira. Asustada la joven nos miraba. Fueron segundos angustiosos, hecha una furia, lancé un alarido y rasguñé la cara del bastardo aquel; el hombre huyó hacia la avenida, la chica se desmayó. Quería abrazarla, consolarla, llorar con ella y no podía. Miré mis uñas ensangrentadas, mi ropa desgarrada. Me consoló haber cumplido la promesa que me hice: mi asesino no volvería a matar.
Por Gabriela Ladrón de Guevara de León
Mexicana nacida en la Ciudad de México Profesora-Investigadora en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Narradora oral, escritora y amante de la literatura. Sus textos forman parte de antologías de cuento y poesía. Su poemario “Ciudad: Mujer en movimiento” ha sido publicado por Enero Once Editorial.
Muy buen cuento "Auxilio". Me encantó.