Notó a la izquierda un destello azulado entre las rocas y la arena del lugar. Mariant detuvo el rover, puso el freno y se colocó el casco. Tras la revisión de rutina determinó que los sellos estaban bien colocados y abrió la puerta del vehículo. La atmósfera salió y una tenue nube de vapor se condensó para luego ser arrastrada por el viento de Marte.
Tomó el pasamanos a los lados de la escalera y paso a paso bajó el metro y medio para poder poner pie en la superficie. Revisó en la pantalla sobre la muñeca derecha que todos los indicadores estuvieran en verde, pulsó sobre la pantalla y abrió comunicación:
—Base Akal, aquí Mariant del Explorador 23, ¿me escuchan?
—Claro y fuerte, soy Clarisse. Noto que el Explorador 23 está detenido, ¿necesitas asistencia?
—No, no necesito apoyo. Me detuve para según el protocolo de primer hallazgo.
—¿Estás en el sitio? ¿Determinaste su naturaleza?
—Apenas avanzaré a donde se encuentra, solo informo.
—Gracias, levanto nota sobre tu ubicación y quedo al pendiente.
Mariant cortó la comunicación y avanzó con cuidado sobre el terreno agreste. En las últimas ocasiones tropezó más de una vez y, aunque la gravedad es menor a la Tierra, el impacto se sentía el mismo. Además, levantarse con el traje como equipo auxiliar incluyendo los tanques de oxígeno más que doblaba su peso.
Al estar cerca de la zona donde pensó que ocurrió el destello se detuvo y, empleando el rover a sus espaldas, se movió lateralmente formando un semicírculo de amplio diámetro. El sol a sus espaldas, elevado casi setenta grados, hacía que su sombra no fuera tan larga. Retrocedió dos pasos y repitió el movimiento lateral. El destello azulado apareció de nuevo a unos veinte metros de distancia. Sin quitarle la vista al punto donde surgió, sacó un apuntador láser para fijar su posición. En la pantalla de la muñeca apareció la marca sobre el mapa satelital que empleó para acercarse al lugar.
Se arrodilló casi al llegar y, de entre los utensilios de su cinturón de trabajo, extrajo una escobilla. Con cuidado barrió alrededor del cristal azul para retirar la arena y pequeñas piedras. Poco a poco apareció una superficie curva tapizada de puntos, líneas y figuras cóncavas como convexas distribuida sin ton ni son.
—Base Akal, aquí Mariant del Explorador 23, me reporto.
—Clarisse de nueva cuenta. ¿En qué puedo apoyarte?
—Asignación de xenoartículo a mi persona —respondió Mariant, dejó la escobilla a un lado, tecleó en el dispositivo de la muñeca—. Envío coordenadas como video de verificación.
—Recibido, objeto XAG-134518 pasa a tu propiedad según la ley de descubrimientos. Aún así, para validar y evitar la piratería, tendrá que ser analizado una vez que regreses a alguna base. ¿Entendido?
—Entendido, claro y fuerte. Gracias.
Mariant cortó la comunicación y continuó desenterrando sin dejar de grabar. Al final quedó descubierto algo que semejaba un cruce entre florero y envase por el ancho de la base y la apertura que emergía de un tubo a un costado con marcas que daban a entender que algo se enroscaría allí. Al interior, los cruces de tubos y cánulas al interior eran muy complejos y, con la sombra proyectada de las protuberancias como incisiones de la superficie, se generaba la sensación de que algo acechaba, en discreto movimiento y listo para emerger de súbito. A pesar de hallarse a la intemperie por millones de años la superficie no mostraba daños y nada evidenciaba que se hubiera estrellado o roto.
—Clarisse de Base Akal. Mariant, ¿me escuchas?
—Fuerte y claro —respondió la aludida con voz casi neutra, desangelada.
—Lo siento mucho. Hoy no hay trabajo y seguí la transmisión que enviaste. Quería pensar que encontrarías algo más, algo significativo.
—Igual yo. He desenterrado cientos de estas “vasijas klein” y, aunque cada una es distinta en su aspecto interno como los ornamentos de fuera o la disposición de la boca, mismo material, mismo tamaño, mismo volumen interno.
—Según el sistema es la vasija 45,283,981 que se encuentra. ¿Cuántos años tenías cuando hallaron la primera?
—Creo que tres —respondió Mariant tras una breve pausa— Mi madre no dejó de hablar que era un descubrimiento que cambiaría el destino de la humanidad, que era la evidencia de otras inteligencias y ya sabes, que pronto haríamos contacto con los hermanos cósmicos.
—Aún no nacía. Una década después, ya de seis años, luego de ver la colección de miniaturas en plástico que mi hermano tenía supe de esto. Eran tantas vasijas que de precios astronómicos bajaron a lo que costaba un pad de nueva generación. Incluso los rentaban para fiestas. Y ni qué decir de las copias a precios de ganga.
Mariant guardó la escobilla y la pala en su cinturón. Se acuclilló, pasó una mano debajo del extremo izquierdo del objeto y la otra por debajo de lo que sería la base. Sintió el peso, casi catorce kilos, 13.987 exactos, y se irguió sosteniendo la vasija.
—A veces creo que es cierta la hipótesis de la lata, Clarisse.
—¿Cuál es? ¿Una lata?
—Décadas atrás se distribuían bebidas con azúcares —empezó Mariant mientras regresaba al rover con su hallazgo—, colorantes y agua carbonatada en envases de metal. Se les llamaban refrescos y dejaron de producirse por el impacto ecológico. Cada año se fabricaban cientos de millones, se llenaban de ese líquido y podías conseguirlas donde fuera. En las megalópolis o los pueblos más alejados.
—Dame un segundo —solicitó Clarisse, sonó que tapaba su micrófono se coló una conversación—, por favor continúa.
—Eran baratas para quien las compraba, no así para el planeta. Cabían en la palma de tu mano y se podían llevar a donde fuera. Luego la desechabas.
—¿Desechar? ¿En serio? ¿Tras un uso?
—Así es. Quizás uno que otro la transportaba de regreso y la depositaba para que el metal de la lata fuera reutilizado. Casi todos dejaban la lata en el lugar donde la habían vaciado.
—¿Y qué tiene que ver con las vasijas?
—Si revisas en tu sistema donde se hallaron los cuarenta y cinco millones de vasijas, notarás que ha sido en depresiones, cráteres, cualquier rincón del Valle Marineris, en todo Olympus Mons, polo sur, polo norte.
—En efecto, no hay patrón, solo aparecen y aparecen.
—Anoche vi un documental sobre el siglo XXI y cómo nos siguen afectando. Latas de pecsi y cocola, como sea que se llamen, se siguen encontran a lo largo y ando de la Tierra como herencia de esa cultura de úsese y tírese.
Al llegar al vehículo, Mariant abrió el compartimiento de carga, depositó la vasija dentro de él, la aseguró y luego lo cerró.
—Si te entiendo bien, ¿es basura que alguien, extraterrestres, dejaron atrás?
—Así es. Apenas los dinosaurios se extinguieron, por veinte o treinta millones de años esas entidades llegaron a Marte, quién sabe con cuál propósito. Quizás dejaron artefactos de metal o de polímeros que no resistieron el paso del tiempo. Pero su basura, su vasija-lata cuya fabricación no comprendemos, quedó atrás como única huella.
En cuanto subió a la cabina del rover, Mariant revisó que estuviera sellada, la llenó de gases respirables, pasó el audio a las bocinas internas, se quitó el casco y continuó.
—Y es aterrador, nos quedamos solo con una muestra de su basura. Base Akal, Clarisse, continúo mi camino —afirmó antes de cortar el enlace.
Por Eduardo Honey
(México, 1969)
Ing. en sistemas. Participante desde los 90s en talleres literarios bajo la guía de diversos escritores. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos han ganado diversos premios o fueron seleccionados para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura. Pertenece a la generación 2020-2022 de Soconusco Emergente. Prepara dos libros de cuentos y su primera novela.
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