Perduran los soles de medianoche ante las aladas de su congénere. Presta la eternidad de su voz sobre el césped envuelto en triste cuna; cabalga la estampa de los vivos. Sus sigilos se trazan en el imberbe colmado de luna y allí, y sólo allí, la brumosa aurora lo cobija.
Soy el mensajero del eclipse que burla los pasos de la parca a la que rezas antes de dormir.
Apenas respira. El aroma a gélida canela es su guía.
Admira a la égida coronada, su seno y coseno se esgrime los cardúmenes del lago; gobierna al universo concurrido sobre el lomo plateado de un gorila. La espalda del gorila, tan amplia como su carroza, abandona al caballero en su buena nueva. Sesga a la creciente y malsana ginebra de mar de arcoíris y entremezcla los matices entre las manos en las que se equilibran las cuentas de un denario de pétalos y orgullo de rosas celestes. Asiste a los rezos, los esos de la recién nacida que, como puede, balbucea el nombre del príncipe que la desposara entre la pereza de los ayeres siderales; él, que la ayuda a encontrar un paraíso de pudiente vela. Más tarde ella exhala su último suspiro. Una lámpara; de oración por oración, recrea sus vivencias. Ella, y sólo ella, una mártir del dolor.
Por Vanessa Sosa
Mérida, Venezuela, 1986
Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Es una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.
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