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Foto del escritorcosmicafanzine

Brugmansia



Cuando llegamos arriba del cerro, dejamos el carro a un lado del camino y con la botella de pulque en mano nos adentramos cuesta abajo hacia la cañada, donde Jessica sabía que encontraríamos la Brugmansia candida o mejor conocida como floripondio y por lo que me había convencido de venir hasta aquí para comer un par de flores alucinógenas del árbol. Bajamos por un camino de tierra roja lleno de piedras porosas que crujían con nuestras pisadas, la luz del sol ya pegaba directo en nuestros rostros y era aún más resplandeciente sobre el color pardusco de la yerba seca. No hacía mucho viento el clima árido hacía ver nuestra piel roja y seca.

Yo seguía a Jessica por un camino que ella ya conocía mientras reíamos por esto o aquello como hacen los que apenas se conocen. Ella tenía esa misma mirada taimada de la noche en que la conocí drogada en el bar con ese pantalón de cuero, ese bello rostro lleno de pecas y su cabello cenizo que siempre llevaba en una coleta. Una mirada de las que sabes consiguen lo que sea. Cuando comenzamos a hablar noté con sorpresa que su belleza era opacada por su volcada personalidad, no había alguien con más presencia en la fiesta. Me impresionó su carisma, pensé que era actriz, de esas personas que viven de las miradas. No sé qué vio en mi, pero no dudé en corresponderle. En nuestros encuentros siguientes podía pasar horas escuchando sus anécdotas, se expresaba con tanta energía que a su lado yo parecía un anciano. Sin embargo, en el fondo pensábamos de la misma manera, ambos compartíamos la opinión de que la gente era estúpida y también el deseo de una realidad diferente, que de alguna manera justificaba nuestra búsqueda del floripondio dentro de aquel peligroso barranco.

A medida que descendíamos, el camino disminuía de tamaño y la hostilidad de la vegetación aumentaba. Cactáceas y plantas secas cubiertas de espinas brotaban de todo el paisaje que mostraba una gama de colores oxidados. Mientras nos acercábamos a la cañada, Jessica me relataba de nuevo la ocasión en que tomó una dosis muy alta de floripondio y pasó horas atrapada en una alucinación que según ella era más real que la realidad misma. Un escenario tan tangible del cual no podía sospechar de su fragilidad, las horas pasaban tan rápido para poder siquiera reparar en ello. Just like a dream darlin’ dijo con ese tono que usaba cuando creía saberlo todo.

Le pregunté cómo sabía que no había sido justo un sueño todo eso. Había leído que las toxinas de la flor aparte de causar fuertes alucinaciones causaban sueño muy vívidos, muchos colocaban una flor al dormir debajo de su almohada. —Era tan real como esto, —dijo señalando la botella de pulque, luego me preguntó si podría explicar la diferencia entre un sueño y una alucinación, me quedé en un silencio tan desértico como el paisaje, me di cuenta que en el fondo apenas podía darme cuenta de esta realidad.

Cuando llegamos al borde de la cañada podíamos ver el estrecho sendero a seguir y que sobresalía a lo lejos por las paredes del barranco. Jessica se detuvo a un lado del camino, se levantó la falda y comenzó a orinar mientras me veía a los ojos con una sonrisa pícara. Apurado volteé hacía el lúcido paisaje. Pude ver cómo de a poco todo empezaba a oscurecerse, lo que me generó preocupación, los sonidos de los insectos y del escaso aire predominaban, aunque no eran tan fuertes como el sonido de la pipi de Jessica saliendo a presión contra el suelo.

Se molestó cuando le hice ver que quizá lo mejor sería regresar. —Sé muy bien donde se encuentra el árbol, escorpión, —usaba mi signo zodiacal como mi nombre de amante, —no tardaremos y ya, no te preocupes —dijo jalando mi mano por ese camino que recordé ella ya conocía bien pero que al andarlo con menos luz me generaba la sensación de que el camino se estrechaba aún más. —Casi no vuelvo del viaje escorpio, —dijo Jessica retomando su anécdota con el flori—y ahora sería como esos loquitos de la calle—, soltó una carcajada algo cínica, era difícil imaginar a Jessica con lo bella e inteligente que era como una de esas personas que van por el centro vagando entre este mundo y una alucinación o un sueño. Jessica se acercó a mí para darme la botella y me sorprendió hundiendo su lengua en mi boca. Aunque muchas veces sus experiencias me aterraban, ninguna se comparaba con ésta, sabía que muy poca gente tenía el temple de probar el floripondio por lo que me seducía que lo tomara tan a la ligera. Le di el último trago de pulque a la botella y la dejé caer al vacío siguiéndola con la mirada hasta que rebotó contra las rocas del fondo causándole la sensación de ser jalado desde las entrañas y haciendome retroceder.

Una hendidura en la pared que semejaba a una cueva semi curvada indicaba el final del sendero. Ella pegó su cuerpo contra el fondo y me invitó a hacer lo mismo. El calor de la roca sobre nuestras espaldas y nuestros cuerpos pegados nos daba un leve refugio del frío que reinaba ya a la intemperie. Acercó su cabeza aún más a la mía y señaló hacía un punto más abajo en la cañada, allá a la distancia pude reconocer las grandes flores del floripondio en forma de campana caída, tenía una presencia tan sutil y a la vez imponente sin comparación con lo vulgar del resto de la vegetación.

Comenzamos el descenso por la empinada ladera sujetándonos de las filosas piedras para no caer. Mi cuerpo estaba lleno ya de leves heridas por las espinas de la vegetación. El dolor en mis pies por las piedras en mis zapatos y el cansancio fueron mi pretexto para pedirle a Jessica que mejor nos regresáramos. —Que marica escorpio, el flori está justo allí. exclamó que en realidad yo no tenía un motivo verdadero para regresar y sabía que tenía razón, era un miedo completamente infundado que me invadía y aumentaba a medida que nos acercábamos más y más.

No recuerdo si Jessica se adelantó o yo retrocedí. El ambiente estaba casi oscuro, solo por la leve luz nocturna que iluminaba las flores blancas del árbol. Desde donde me encontraba podía ver en perspectiva la blanca piel de Jessica que se confundía con las brillantes flores del árbol soltando sus tóxicas esporas en el aire. Le grité a Jessica que cuál era el punto si no había forma de diferenciar de un sueño y una alucinación. Con un gesto de hartazgo indicó que había tenido suficiente de mí, caminó directo hacia el árbol y arrancó una flor que prendió de su cabello. En ese momento comencé a sentir que mi cuerpo no respondía y que mis latidos al igual que mi terror aumentaban. Mis ojos comenzaron a pesar como dos grandes rocas, tanto que apenas podía mantenerme despierto. Un beso de Jessica me regresó al presente, tomó mi mano y me llevó con ella hasta debajo del árbol, caminaba como por reflejo, parecía un acto de voluntad inconsciente y aunque me sentía muy somnoliento recuerdo aún poder advertir la belleza embriagadora de las flores. Antes de acostarnos bajo el árbol sumidos en la oscuridad de aquel barranco recordé las advertencias sobre el riesgo de quedarse dormido debajo del floripondio, intenté mantenerme despierto mientras inmóvil veía el bello rostro de Jessica acostada frente a mí, riendo, con su mirada taimada pero después de un momento me quedé dormido profundamente.


 

Por Salvador Álvarez

Traductor, semiologo, brujo y un punto en la mancha cartesiana. Soy licenciado en literatura y traducción por la Universidad Autónoma de Querétaro. Asisto al taller del levrero desde el 2016 colaborando con diferentes escritos que versan en la experiencia de vida. Entusiasta de los gatos y de los misterios del mundo.



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