Con el termómetro puesto en su brazo oxidado supe la verdad, que no resistiría mucho tiempo más. En la Tierra la medicina para el cuerpo y el alma del ser humano había sido creada a base de una sustancia proveniente de uno de los asteroides más grandes jamás encontrados. Medía 90 metros y rebasaba de esta esencia compuesta de piedras preciosas hilvanadas en su corteza. En el segundo plenilunio del año 2333 fue hallado y se convirtió en la sorpresa del mundo. Las enfermedades fueron cosa del pasado para el hombre. Pero no para mis hermanos robots. Mi amada Androide 885041, es nuestra heroína universal. Yo mismo, creado como el Androide 781070 por mis amos humanos, le debo la vida y el futuro en una galaxia lejana. La conocí en la sala de computadoras de la sede central en Buenos Aires. Sus ojos de metal liso correspondieron inmediatamente con mi corazón corrugado —¿de dónde me vienen estas licencias poéticas?—. Amor de mi vida, que dio la vida por mí y por mis hermanos.
Odio tanto a estos hombres; desde que el primer presidente De Marchi conquistó el mundo, muchos soñábamos con este día, en el que mi amada ha posibilitado la supervivencia de la República Argentina residual que, envuelta en una capa gigantesca invisible a los radares oficiales, pudo escapar del infierno donde todos hubiéramos caído indefectiblemente si el plan se hubiera retrasado aunque más no fuera un milisegundo. Mi inteligencia artificial, creada sobre la base de las emociones humanas, no resiste las ganas de llorar. Es la manera que tengo de evadirme de este momento álgido del recuerdo que no quiero recordar.
La dinastía De Marchi gobierna el país y el mundo, y a los humanos excluidos del sistema y a los rebeldes de nuestra especie no las tenían jurada. El caos sigue reinando en el planeta; se ha vuelto todo tan terrorífico desde que el De Marchi menor redobló la apuesta de su tatarabuelo procurando la eficiencia estatal más absoluta, asignando desde sede central a todas las personas todos los recursos, desde los alimentos hasta los nacimientos pasando por las mismas relaciones sexuales, cuyos mecanismos eternamente rígidos de producción y reproducción artificial están en manos de los De Marchi, quienes se los arrebataron a los otrora dueños del mundo en una guerra interplanetaria. Varios humanos descendientes de la dinastía previa a la de los De Marchi se nos unieron en esta aventura de escapar a otra galaxia, en una región apartada del universo conocido —ya casi el total—. Lo hacemos a través de una nave aeroespacial que fue construida en el más absoluto secreto y cuya vida comenzó envuelta en una capa que se camuflaba en el horizonte, que levitaba varios metros sobre el nivel del mar, en un lugar protegido de los radares debido a un rarísimo material derivado de aquella sustancia encontrada en aquel asteroide, con la cual un genio de la computación desertor del dictador De Marchi creó los órganos vitales de mi amada 885041. Pero para ello mi amor se expuso a altísimas temperaturas similares a la de la superficie solar.
Aún la veo tropezar, caer, volver a levantarse, derretirse completamente. Una experiencia sobre-androide que la consumió, pero que permitió a nuestra nave ponerse en marcha atravesando el universo a una velocidad alarmante mucho mayor que la de la luz. Volveré a verla, lo sé, estoy seguro. Llevo en mis manos su corazón de brillantes.
Por Elías E. Brandán Franco
Vive en la localidad de Río Primero, Provincia de Córdoba, República Argentina. Universitario, apasionado por el arte y la cultura, miembro fundador del Grupo literario Saint Germain. Conductor del programa radial "Los Eternautas".
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