Te escribo esta carta porque a veces me siento poeta, pero hay días que también soy ensayista; filosofo cuando cito a Schopenhauer y a Sartre cuando me encuentro absorta sobre el futuro. Crítica de nuestros tiempos actuales cuando relato las aventuras de Humberto el sociólogo, quien en su última aventura descubrió que había conejas feministas que se devoraban a los machos cuando estos dejaban sus cacas regadas por todos lados. Entonces dejaron letreros que decían “machos conejos en peligro de extinción”.
Querido Leo, hoy te escribo a ti. Llevo un tiempo esperándote en esta terminal, no te imaginas la cantidad de gente triste que pasa por aquí, cuando leas esta carta no sentirás pena por mí, ya que no he sido tan sola entre tanto. Al principio tuve frío, el tiempo no fue amigable y parecía no transcurrir, se había detenido y me congelo. Por fortuna conocí a gente que por temporadas me aliviaba del gélido clima y hacía de esta espera un momento menos agobiante.
En esta terminal todo pasa muy rápido, existe un sentimiento lúgubre, he visto despedidas secas, nerviosas, estos sentimientos también están varados aquí, vagan como fantasmas huérfanos. Las evito, pero algunas veces no logro esquivarlas, me rozan las mejillas, me dejan helada y hundida en una terrible melancolía. Me gustaría que la próxima vez que vinieras, pudieras recorrer los rostros de quien fugazmente pasa por este lugar, a lo mejor puedes ver más allá de los anhelos que son, a lo mejor puedas ayudar a más de uno a encontrar lo que perdieron y buscan.
En julio conocí a Laura, traía un impermeable verde, llegó a la terminal con las lluvias de la época, no combinaba con el ajetreo y caos que ocasionan las lluvias o cualquier acontecimiento imprevisto. Laura fue en esas horas la más feliz en todo el andén, me regocije y quise sentir su alegría, esa paz que traía empapada en todo el cuerpo. Ella cargaba las piedras más extravagantes que jamás he visto, las había recolectado en cada uno de sus viajes, quiso venderme un par, pero recordé que en caso de no venir por mí, tendría que utilizar ese dinero para regresarme.
Luego de Laura pasó un tiempo para que volviera a entablar una conversación con alguien, fue en octubre que conocí a Martín, buscaba a Sara, su hija; en las noches dormía en la estación y durante el día iniciaba su búsqueda, nos hicimos compañía durante algunos meses. Un día apareció con dos vasos de café, lo miré entrar a la terminal, ese día lo reconocí más viejo, con la ropa aún más gastada por el sol. Entendí que había encontrado a su hija y que el café era una invitación fúnebre para velar los recuerdos.
Tiempo después conocí a Gladis, nunca lo imaginé. Ella es sublime, perfecta cuando estéticamente hablamos de lo bello, tiene pies hermosos, lo sé porque es de pasos ligeros y tiene una relación diplomática con los tacones del número doce. ¿Y el cabello? Irreprochable, nació con el cabello naturalmente agraciado, sin olvidar que su aparición sucede como cuando levantan el telón y a continuación aparece ella, luciendo radiante, bien vestida, impecable. El jueves me senté a su lado mientras contestaba una llamada ¡Qué bien habla francés!
A veces la sigo sin que me note, su perfume deja huella, hay días que se me escapa de la vista, es fugaz y escurridiza, pero sé a dónde va porque deja un camino de rosas y lavanda. .Los sábados después de ofrecer sus servicios de guía de turista en cada una de las líneas, se reúne con Raúl, un pasajero sabatino que escapa de su cotidianidad como cónyuge en algún lugar lejos de esta terminal. Yo no hubiera querido decirte esto, menos en esta carta, pero estoy molesta porque llegué a la terminal y no viniste por mí.
Leo querido, estoy muy lejos de Gladis, apenas me peino y siempre se me olvida ponerme el perfume que me regalaste, además, mis ropas no combinan, me encantaría usar faldas como las que Gladis usa los sábados y poderlas coordinar con esas medias que lucen maravillosas en ella, pero sé que no se verían bien en mis piernas regordetas. Ahora mismo me estoy preguntando si en verdad me querías, si me estimabas con mis óleos pálidos y grises, en mi personalidad tan básica, con esta existencia tan desafortunada y este temperamento tan desenfadado. Te veo y me parece irreal que puedas estar enamorado de otra mujer que no sea yo, entonces comienzo a creer que las promesas de nuestro amor son un retrato pixelado, poco nítido y finalmente, nuestra historia es un cuento que me inventé.
Te había visto encontrarte con ella en esta terminal, al principio fui feliz por ti, te miraba deambular, siendo demasiado triste. Ella te fue devolviendo la vida que a mí de a poco se me escapaba. Ahora mismo no puedo explicar cómo me siento, estoy enojada contigo por no venir por mí, y si lo hiciste fue demasiado tarde. También estoy molesta conmigo, de no ser tan distraída me hubiera dado cuenta.
El día que llegué a este lugar era de noche y no te vi, salí para ver si te veía afuera. Hacía frío, así que saque el suéter rojo que me compraste en esa feria. Estaba tan descuidada que no me di cuenta cuando su sombra me hizo en él y en parte de su oscuridad.
Desde entonces te espero, ocasionalmente te encuentro, algunas veces con Gladis y otras en la que caminas solo, entonces, te hablo pero no me escuchas, te toco pero no me sientes. Leo querido, me gustaría que pudieras encontrarme, yo sigo aquí “esperándote”…
Por Pamela Blancas Soperanez
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