I
Hola…
A mí me dijeron, de pequeño, que iba a conocer muchas niñas, que iba a enamorarme una y otra vez, que iba a tener infinidad de citas.
Por un tiempo lo creí, hasta que te conocí, entonces supe que solo contigo quería tener citas, que serías la única a quien amaría de pequeño, de grande y de viejito: mi niña de toda la vida, mi mujer amante por y para siempre.
Crecí, a veces pienso que demasiado rápido, y si bien aprendí otras cosas y tuve cientos de citas con varias mujeres que se cruzaron en mi andar, nunca olvidé aquello que sabía desde niño, nunca me olvidé de ti, nunca pensé en formar un hogar si no era contigo.
Caminé las calles tomado de la mano de tu recuerdo. Bebí los mil y un cafés posibles conversando con tus ojos, riendo en tu sonrisa, escuchando tu voz de tarde diciéndome que todo estaba bien. Viajé a lugares inimaginables, y en cada uno de ellos estuviste tú, vestida de arena y mar, de flores y río, de pájaros y selva, de nieve e inmensidad, de luces y música… en fin, de nostalgia y vida, de tristeza buena como dice Benedetti. Fuimos juntos a la universidad y siempre, léelo bien, siempre tuvimos un beso francés para antes de ir a clase, y otro, muy distinto al primero, para cerrar la jornada y dormirnos siendo un nosotros.
Hoy, justo ahora, mientras escribo esta carta, siento que en cualquier momento vas a venir, con un café entre manos y ese gesto tuyo, tan particular, como de “Las palabras pueden esperar, la vida no da espera, vamos a vivirla dando un paseo por el parque”. Y sí, tienes razón, ya he esperado demasiado tiempo para que nuestra primera cita se suceda, para invitarte a pasear y pedirte, frente a frente, mirándome en tus ojos, que seas mi novia, mi compañera de cada día, mi cómplice de aquí en adelante, mi coincidencia hecha mujer por y para siempre.
Entonces, ¿qué dices? Estoy afuera de tu casa desde hace un rato largo. Espero que aceptes, lo he estado esperando desde que éramos niños, y seguiría haciéndolo hasta envejecer, lo que pasa es que quiero llegar a viejo contigo, solo contigo, con nadie más.
Con cariño y grata recordación,
Tu enamorado secreto.
II
Hola…
Sabes: cada cosa del mundo, por pequeña o grande que sea, tiene su propia lógica. Esto, por ejemplo, tiene una lógica, una lógica propia que luego se hace ajena, que volviéndose ajena vuelve a ser propia, propia de quien la lee, al menos eso espero.
La lógica de esto tiene algo de soledad, de café, de desvelo; soledad de cuatro paredes y una ventana; café en un vaso, en unos ojos, tus ojos, esos ojos que hago míos desde tu ventana, donde estás aunque no estés, donde estoy mirándote desvelado de ti, esperando a que despiertes en mí y me mires, ojalá de casualidad.
Esta lógica mía, de repente tuya, aunque no todavía, quizás después, tiene también algo de música, casi siempre lenta, ligera en los recuerdos, teñida de calle y noche, con sabor a ti, a esa nostalgia que me despiertas y me desvela la noche entera, a media mañana y al caer la tarde, una tarde con afluencia de río no sé dónde, quizás en tus ojos, quizás en la sonrisa que va fluyendo sin por qué en mi boca mientras descorro, en la tuya, la persiana americana de un sueño: besarte y que me beses.
Esta lógica, mía o tuya, quizás de nadie; esa lógica un tanto ilógica, de música lenta que recorre calles imprecisas y carnavalescas; de café que bebo a sorbos y recuerdos; de ojos que invento para desvelar mi mirada; de sueños que me sueñan despierto mientras duerme el mundo… esa lógica, o esta, quizás las dos, tienen algo de secreto y de confesión: de cómo decírtelo si es que aún no encuentro las palabras, aunque si las encontrara tampoco sabría qué decir o cómo hacerlo; de prefiero que lo leas mirándome a los ojos, sintiendo mi desvelo, imaginándote dentro de mis sueños, mano con mano por las calles, esas calles que existen solo porque vos existes, que huelen a nostalgia de tu sonrisa, que saben a beso por venir, un beso oculto en la lógica de las pequeñas grandes cosas, esas cosas chiquititas que me hacen vivir, que vivo gracias a ti, en tu compañía noche tras noche, estés aquí o allá, abriendo la ventana mientras te me cruzas, fugaz e infinita, desde dentro del alma.
Esta lógica es todo lo que tengo y con eso me basta porque, al tenerla, te tengo a ti y siento que nos tenemos el uno al otro, que somos un nosotros aquí y ahora, sin eternidades de por medio.
Sin embargo, esta lógica, esa lógica de la que te he venido hablando, sigue siendo solo mía. La pregunta es: ¿quieres que sea tuya también? ¿A qué hora y en dónde nos vemos para conversarlo? Te prometo que pase lo que pase, vas a disfrutar la charla, sobre todo el café. Hasta pronto.
Con cariño,
Tu admirador secreto
III
Hola…
Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi. Pensé que esa vez sería la última, pero hoy, revisando mis redes sociales, supe que no, y lo supe porque volví a verte. Volver a verte ha sido como verme a mí mismo nuevamente, a mí mismo siendo el niño que fui años atrás, aquél niñito que te amó y sigue amándote en silencio.
En la foto te ves muy hermosa, como siempre, y sonríes de la manera en que nunca vi sonreír a ninguna otra mujer. No lo sabes, pero tu sonrisa es de los mejores recuerdos de mi paso por la escuela.
Justo ahora, mientras observo tu foto por enésima vez, me es fácil recordar que una sonrisa tuya bastaba para salvarme el día. Sonreías, y olvidaba que debía caminar más de treinta cuadras de regreso a casa; sonreías, y los regaños de la profe Mercedes por no saberme las tablas, eran como música para mis oídos; sonreías, y mis mamarrachitos en clase de artística se transformaban en verdaderas obras de arte; sonreías, y las tardes de lluvia eran el escenario perfecto para bailar libre, contigo, sin ti…
Al término de quinto grado, mientras unos y otras recibíamos los diplomas y el salón se llenaba de aplausos, una extraña pesadez fue anidándose en mi pecho: jamás volvería a verte, jamás volvería a tener para mí esa sonrisa salvadora, jamás nos volveríamos a ver para así, quizás un día, una tarde de lluvia, invitarte a bailar y decirte esto que justo hoy estoy escribiéndote. Sin embargo, los recuerdos quedan, se quedan con nosotros, se nos quedan en la memoria y, por ende, en el corazón, muy cerquita del alma... de ahí que tu sonrisa siempre haya estado conmigo en todas partes, emergiendo insospechada, salvadora y milagrosa a cada rato, en especial en los malos momentos.
Espero que sigas sonriendo, salvándole el día a quienes te rodean o tienen el placer de conocerte. Y espero que al leer estas palabras quieras sonreírme frente a frente, vernos sonriendo muy juntos y al ritmo de un café.
En el caso de que quieras, estaré aguardando por ti el próximo jueves, tipo cinco o seis de la tarde, en el parque que queda cerca de tu casa. Ojalá te animes a ir. Le salvarías el día y el resto de la vida al tipo que soy y, sobre todo, al niño que fui, quien no ha parado de amarte ni un segundo. Hasta pronto.
Con cariño y grata recordación,
Tu enamorado secreto.
Por Richard Eduardo Hayek Pedraza
(Ibagué – Tolima Colombia, 4 de mayo de 1984)
Escribo desde los diecisiete años y puedo decir que escribir me ha salvado la vida muchas veces. Me considero un soñador empedernido, amante de las pequeñas grandes cosas que siempre están ahí, al alcance de una sonrisa, de una palabra, de lo que podamos imaginar en favor nuestro o de los demás.
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