Ocho mil millones de humanos encontrándose, que coinciden involuntariamente, historias en espera de ser reconocidas. Siete mil millones de existencias finitas y yo sólo quise a una. ¿Cuál probable es considerar complemento al ser más indiferente para ti? Mínima, pero he elegido creer que aquí, todo puede pasar.
Recuerdo aquella mañana, la vida eligió romper la normatividad de mi vida y me direccionó al encuentro de un alma que creía olvidada. Todo lo que me rodeaba se sentió fuera de lo habitual.
Mirar a través del vidrio quebradizo e inventarle una vida resuelta a cualquier individuo, era sin dudarlo, el mejor de mis pasatiempos. Me bastaban quince segundos para ponerle nombre y trama a un rostro ajeno.
Pero ese día quince segundo me fueron insuficientes para contemplar la suavidad de su presencia, ahora lo sé. La esencia que desprende su andar entre rostros indistintos, cuando el espacio que habita lo abraza y le comparte un poco de su magia. Podría jurar que el cielo se torna rojizo con su vivir.
Hubo cierta burla en el acto, el universo sonreía al verme el rostro desencajado porque nuestros ojos se habían cruzado, recorrido el mismo camino mil veces más, nos sabíamos vivos y no fue hasta ese instante que algo brotó en el interior.
Lo encontré al borde de la banqueta, lo vi girar el rostro hacia el lado opuesto del autobús, siempre la mirada pérdida entre buses y coches. Desde el asiento trasero del transporte, me insistí un par de veces a retirar mi vista sobre él, no podía o no quería; algo me atraía.
Permanecí en esa posición varios minutos hasta que sentí el andar despacio del autobús, tres segundos, sólo tres segundos giré hacia el conductor y luego devolví la vista; ahora era él quien me miraba desde el otro lado.
Aquello fue suficiente para liberar el fuego. Se extendió desde mis pupilas hasta los muslos, provocando el cosquilleo inquietante entre los dedos y el palpitar apresurado del pecho. Nuestras almas se encontraron de nuevo, pero no hice más que sepultar mis pensamientos bajo una tonelada de negaciones.
Lo sentí, pero no pude comprobarlo, sus ojos almendrados siguieron el curso mecánico del autobús mientras yo me resistía a dar la vuelta. Luego me reprendí, debí sostenerle la mirada, debí invitarlo a pasar ¿debí? ¿qué debía hacer con un casi extraño?
Agustín era un ser hecho a la medida de sus pasiones, le iba tan bien en la espontaneidad que la misma vida bailaba a su ritmo. Conocía al niño que aprendió andar en bicicleta durante el verano del 99 pero no sabía más del hombre que recorría el mismo camino al caer el sol.
Deseché de mis recuerdos su cabello quebradizo y los hoyuelos tímidos al sonreír. ¿Cómo se convirtió en un ser ajeno a lo que me rodeaba? Disipé a quien creció a la par conmigo, quien me vio bailar ridículamente y quien también me vio llorar desconsoladamente.
Nunca tuve la necesidad de pensarlo ¿por qué ahora? Me repetí durante esa misma mañana, al terminar la jordana laboral, al caminar hacia la parada del bus. Me lo cuestioné una y otra vez ahí, en el mismo sitio, en el mismo asiento y con los mismos sentimientos de hacía veinte años.
Lo había visto sin verlo realmente, antes de la puesta del sol, estirando correas, jadeando sobre ruedas que se volvían color neón o caminando a pasos lentos entre hojas amarillentas, pero siempre con el alma en paz cómo si no tuviera que rendirle más cuentas a la vida.
Ese día me sentí pequeñita entre tantas personas, me aplastaron las dudas, los infortunios de mi corazón, un corazón que eligió evadir su sentir pero la razón me condujo por lo que tenía que hacer y que no pude aplazar más.
Lo soltó, lo solté.
Acompañada de traviesas comisuras y la vista baja, me descubrí reacia al propio sentido humano que propone querer de forma simple a otro; porque yacía bajo cúmulos de años no sanados e inconclusas coincidencias.
Recordarlo era recordarme en la infancia y en el calor de la vida cuando se vuelve indiferente. ¿Esto es así? Quererlo también era aceptar un poco de mí, aquello que me negaba y lo echaba a volar para que nunca regresara.
Permitirme el diálogo con las voces indistintas en mi cabeza casi me hizo perder la parada final. Antes de bajar me deshice de ellas y sus provocaciones, me propuse crear algo nuevo para mis adentros.
Caminé en dirección a casa, como siempre lo había hecho; disociada y acompañada de melodías que acallaban el ir y venir de las intrusas voces, que rara vez funcionaba. Pero en ese momento tenía que resistir más, un poco más me suplicaba a mí misma.
Por instinto o costumbre, mi cuerpo aminoró los pasos al saberse cerca de su hogar; tenía que pasar por enfrente y arriesgarme a coincidir de nuevo con aquellos ojos deslavados. Cuando sucedió, el vacío apenado me estiró con fuerza.
Vacío como los aciertos en mi aura, ¿me había salvado o cavado la tumba? nunca lo supe porque no le otorgué oportunidad a la duda. Caminé en silencio y absorta del escenario fuera de mi rango de vista.
Por eso no lo noté cuando su voz se mezcló con los acordes, a veces aún me pregunto si en realidad no lo sentí o sólo fingí no escuchar la expresión verbal de sus cuerdas vocales. Cualquiera que sea la verdad; nada habría cambiado el cauce de aquel encuentro.
-¡Jimena!
Por segunda ocasión y ahora más claro para mí, me obligué a girar contra todas las posibilidades. Saberme frente al rostro tangible de una imagen que creía difusa fue la calma a la pulsada incontrolable.
-Agustín
Cómo la tarde fría durante el invierno del 99, cómo las pisadas sórdidas sobre hojas de otoño, cómo el golpeteo de las piedras al rodar; era el resultado de la causalidad entre eventos afortunados. La mañana del 10 de julio detuvo la causa y efecto en aquella realidad.
Por Monse Chávez
Licenciada en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Durante algunos años laboré en distintos medios de comunicación, sin embargo, decidí dedicarme de lleno a la literatura y actualmente curso la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Sonora.
He tomado, cómo parte de mi formación, cursos y talleres de creación literaria, los más importantes para mí fue el Diplomado en Creación Literaria en 2019 y el V Campamento: El ejercicio novelístico del noreste de México en 2020. Así mismo, fui ponente en el Coloquio Nacional de Mujeres “Nellie Campobello” con la charla “La mirada femenina en la literatura mexicana”.
He colaborado y publicado columnas de opinión y textos literarios en algunas revistas cómo, La Revista Coyol y Cósmica Fanzine.
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