El sonido mecánico de los artefactos electrónicos del traje temporal activándose llena la habitación. Kian Vega está de pie frente a la consola central de la Agencia Cronométrica, un edificio gris que se alzaba como una sombra entre los rascacielos del siglo XXIV. Por un momento, cerró los ojos y dejó que la familiaridad de su entorno lo calmara. Desde niño, había soñado con recorrer el tiempo, con vivir las eras pasadas que solo conocía por grabaciones fragmentadas y documentos antiguos. Pero nada de lo que había imaginado se parecía a lo que sentía ahora: una mezcla de miedo y ansiedad.
—“¿Estás listo, novato?”— La voz robótica y sardónica de ARI, la inteligencia artificial de su traje, interrumpe sus pensamientos. —“Tus niveles de cortisol están por las nubes; sugiero que se relaje, respire hondo y exhale, repita la acción varias veces… Si falla, podría tomarse una pastilla de Diazepan o fumar un porro de marihuana”.
Kian sonrió con nerviosismo. Había pasado meses entrenando con ARI, pero todavía no se acostumbraba a su tono mordaz.
—“Es mi primera misión real. No todos somos un pedazo de código con complejos de superioridad”.
—“¡Uy, ¡qué ingenioso! Espero que uses esa rapidez mental en el campo, porque estás a punto de enfrentarte a los Desenterradores”.
El nombre envió un escalofrío por su columna. Los Desenterradores habían logrado lo imposible: robar el Códice Cronométrico, un artefacto capaz de alterar la historia a gran escala. Ahora, las ondas temporales indicaban su presencia en una de las décadas más emblemáticas de la humanidad: los años 80s. Con un suspiro profundo, Kian ajustó el casco de su traje. Las paredes de la sala brillaron con una luz azul, y el mundo a su alrededor se disolvió en un vórtice de colores y chispas que disolvía lo que veía como una gelatina, que daba una sensación de mareo. En un instante, el suelo bajo sus pies se transformó en asfalto. La primera sensación que lo golpeó fue el aire. Era distinto, más puro, con un toque de humo de cigarrillos y gasolina que lo llenó de nostalgia por algo que nunca había vivido. Abrió los ojos y se encontró en una calle iluminada por neones y farolas. Un letrero anunciaba “Arcade”, un salón recreativo abarrotado de adolescentes.
—"Bienvenido a 1985",— dice ARI con un dejo de teatralidad. —El año en que los peinados tenían más laca que estructura molecular del edificio de la Agencia.
Kian ignoró el comentario y avanzó hacia la entrada. El rugido de las máquinas de arcade llenaba el aire, junto con la música de sintetizadores que emanaba de un jukebox en la esquina. Era una mezcla de “Take On Me” de A-ha y “Don’t You (Forget About Me)” de Simple Minds. Aunque había estudiado esta época, la vivacidad de estar allí lo abrumaba.
—“La alteración está cerca”,— dijo ARI. —“Detecto un incremento de energía temporal en la máquina de Pac-Man”.
Kian se abrió paso entre los adolescentes que competían en los juegos. Al acercarse, notó algo inusual: un hombre con un traje de tres piezas y un reloj de bolsillo dorado estaba frente a la máquina, una figura completamente fuera de lugar.
—"Desenterrador",— susurra.
El hombre giró hacia él y sonrió. —"¡Ah, un agente de la Agencia!... Llegas tarde, chico”.— Su voz tenía un acento indeterminado, como si perteneciera a todas las épocas y a ninguna.
Antes de que Kian pudiera responder, el hombre activó un pequeño dispositivo. La máquina de Pac-Man comenzó a emitir un zumbido, y una grieta azulada se formó en el aire.
—“No permitiré que cambies cosas aquí”,— dice Kian, sacando un dispositivo similar al del hombre.
—¿Cambiar?. Nosotros no alteramos; restauramos, — respondió el Desenterrador antes de saltar a la grieta.
Sin pensarlo dos veces, Kian lo siguió.
Kian aterrizó en un paisaje que no reconocía. Era un 1985 alternativo. El cielo estaba cubierto por naves flotantes que lanzaban anuncios holográficos de una corporación llamada “ChronoTech”. Las calles estaban llenas de automóviles voladores, pero los neones ochenteros seguían dominando el ambiente.
—“Esto no debería existir”,— dijo Kian. —“¿ARI, qué demonios está pasando?”.
—“Esto es un anacronismo provocado por los Desenterradores. Si ChronoTech se consolida en este año, dominará la tecnología del tiempo siglos antes de lo previsto”.
Kian avanza entre la multitud, buscando al hombre del reloj. Pasó junto a un cartel holográfico que anunciaba un concierto de una banda llamada “Neon Eclipse”, mientras una pareja discutía sobre qué cómic de los X-Men comprar. La nostalgia lo golpeó con fuerza: era como si todos los sueños cyberpunk de los 80s hubieran cobrado vida, pero con un giro tecnológico que no encajaba.
Finalmente, encontró al Desenterrador frente a un edificio marcado con el logo de ChronoTech.
—“No puedes detener esto”,— dice el hombre, girando para enfrentarlo. —“El futuro que proteges es una mentira. La Agencia solo preserva un sistema corrupto que esclaviza a la humanidad”.
—“¿Y tú qué propones? ¿Un caos controlado por tu grupo?”.
El hombre no respondió, pero una mirada de tristeza cruzó su rostro. Luego, desaparece en una nueva grieta.
Kian aterrizó en una versión intacta del 1985, frente a una tienda de discos. El cartel en la entrada anunciaba: “Recién llegados: Thriller de Michael Jackson y Born in the USA de Bruce Springsteen”. La melancolía lo invadió al ver los discos, los cassettes y el póster de la película Back to the Future.
—“Esto es lo que protegemos”,— murmuró Kian.
—“No te confundas”,— respondió ARI. —“Protegemos la estabilidad temporal, no tus fantasías de una época idealizada”.
Pero Kian no pudo evitar sentir que algo era diferente. Era como si el pasado tuviera una calidez que el futuro había perdido. Mientras reflexionaba, una pequeña niña se acercó a él, sosteniendo una cinta de VHS.
—“¿Es usted un astronauta?”— preguntó, mirando su traje.
Kian sonrió. —“Algo así”.
La niña lo miró con curiosidad antes de volver corriendo hacia su madre, quien llevaba una bolsa de cassettes de Aerosmith. Kian cerró los ojos y dejó que la música, los sonidos y los olores lo envolvieran por un momento.
—“¿Listo para volver al trabajo, o prefieres quedarte aquí y abrir un videoclub?”— ARI comenta rompiendo el momento de nostalgia.
—“Vamos”,— dijo Kian, levantándose. Sabía que no podía quedarse, por más que quisiera.
Con la ayuda de la IA, busca al Desenterrador y finalmente lo acorrala en la cima de un rascacielos en construcción, donde lo confronta bajo un cielo nocturno iluminado por las luces de la ciudad. El Desenterrador estaba allí, sosteniendo el Códice Cronométrico.
—“Éste es el momento en que decides quién eres”,— dice. —“¿Un peón de la Agencia o alguien dispuesto a liberar a la humanidad?”.
Kian no responde. En lugar de eso, apuntó su dispositivo temporal hacia el Códice, preparado para destruirlo. Pero antes de que pudiera activar el mecanismo, un recuerdo lo detuvo: la niña con el VHS, la música en el jukebox, los cassettes de Bruce Springsteen. Si destruía el artefacto, esa nostalgia podría desvanecerse, y con ella, las pequeñas cosas que hacían que la humanidad valiera la pena.
—“No tienes que seguir sus reglas”,— insistió el hombre.

Por Francisco Araya Pizarro
Nacido en 1977 en Santiago de Chile, Artista Digital, Diseñador Gráfico Web, Asesor en Marketing Digital y Community Manager para empresas privadas y ONGs asesoras de las Naciones Unidas, Crítico de Arte, Cine, Literatura, además de Investigador. Y Escritor de Ciencia Ficción.
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