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Foto del escritorcosmicafanzine

Comefantasmas

Gordo quiso enseñarme.

Quería ser mi mentor. Ya estaba demasiado viejo y gordo para seguir trabajando sol a sol, noche a noche.

El médico le dijo que, si seguía así, lo iban a tener que operar.

En las placas radiográficas quedaban los vestigios de sus jornadas laborales. A veces maratónicas, otras pasando días sin probar bocado.

Su tórax, sus órganos y parte de la superficie de su piel estaba pintada con un horrible humo negro. Eran las marcas de su don.

Cada fantasma es un mundo —decía, descansando los pies en una banqueta, sentado en un sillón roído, fumando un cigarrillo.

Su persona en el barrio era de temer.

— No te cruces con El Gordo que te va a comer.

Y El Gordo, ni lerdo ni perezoso, les abría la boca a esos infelices, asustándolos. Nombrarlo al Gordo era de mal agüero.

Ser amigo del Gordo, mucho más.

Y yo era uno de esos. Un amigo que por coincidencia, fuimos a parar al mismo tiempo a la misma casa habitada por fantasmas. Yo era el hijo prodigo del dueño de la casa donde el gordo se urgió como nuestro salvador, aunque mi padre jamás lo perdonó.

Lo llamamos al teléfono fijo. Atendió al instante.

Después de abrir la boca, el fantasma de mi madre entró en él. Ni siquiera la masticó.

Un grito agudo y hueco se fundió entre los dientes del Gordo.

Mi padre no lo pudo creer, menos tolerar. Ya no quedaba nada de mi madre, ni un recuerdo, ni un suspiro ni sus molestas apariciones en la madrugada de domingos de verano.

Mi padre agredió al Gordo acusándolo de farsante, de mal nacido, de maldito. Haber borrado a mi madre de la faz de la tierra, lo perturbaba, ya que se sentía responsable de su muerte.

El Gordo implacable y frío, estiró la mano para recibir el cheque, inmutable. Mi padre resolvió pagarle el doble y decirle que jamás pisará el pueblo. El Gordo no le hizo caso. Se quedó. Mi padre, partió rumbo a una ciudad costera para olvidar a mi madre con algunas amantes portorriqueñas.

Desde ese entonces es que lo conozco.

Y es que El Gordo, repito, quiso enseñarme su laborioso trabajo sobrenatural. Durante meses me preparó, invitándome a asistir a reuniones adolescentes donde jugaban tablas y copas, donde Medium poderosas labraban actas de vidas rotas e incompletas. Participamos en ceremonias. El Gordo siempre trajeado, respetando las libertades de las familias y los fantasmas. Yo debía aprender el oficio. Empezar a nutrirme de esas almas en pena. Y para eso, estaba obligado a hacer terapia, a ir a un nutricionista y dar el diezmo a la iglesia. El Gordo así lo requería.

Pero lo que hoy me encomienda es contarle como hubo un mal día, un encuentro inoportuno con una fantasmita alocada y divertida. Ella no quiso ser devorada, por el contrario, hizo todo lo posible por impedírmelo, dando mil vueltas, acechando con mil sustos a la familia pobre que alquilaba la casa. Fue un tristemente célebre momento para mi carrera como Comefantasma.

La fantasmita volteando las pocas pertenencias de la familia, aterrorizándolos con risas y carcajadas, vio que su destino estaba invariablemente concluido. La presencia del Gordo le era familiar.

Entre fantasmas no se pisan la sábana— decía El Gordo. Y yo, tontuelo y bobalicón, rezando un Padre Nuestro, cargando la cruz y abriendo la boca como si de mis fauces saliera la divinidad creadora, esperé.

Y esperé…

Y esperé…

Después de una hora, con la mandíbula cansada, El Gordo me dijo: — No servís para esto, Chamigo.

Y así fue como me despidió con una palmada en el hombro.

Respirando hondo, vi su boca profunda aspirar el aire en la casa.

El aire y todo lo que la rodeaba.

La Fantasmita divertida y desequilibrada, fue siendo tragada lentamente por las oleadas que la aspiraban.

Aullaba como una loba, pero “Primero los vivos”.

El Gordo, un héroe.

Y yo, sabiendo que no recibiría más plata de los contribuyentes, ni mi padre me alimentaría con sus vueltos, decidí cambiar el rumbo de mi vida, anestesiado por haber perdido el sueño de ser un Comefantasmas.

Me convertí en guardia de seguridad nocturno en un supermercado. Y en este supermercado durante la noche, se llena de fantasmas. Creo que hay una plaga. Pero El Gordo se jubiló en junio.

Y yo por más que abra la boca, que aspire hondo y que los amenace con comérmelos crudos, ellos ríen, irrespetuosos y violentos. Y me devuelven la amenaza, diciéndome entre gritos siniestros que dormiré cuando esté muerto.

 

Por Maximiliano Guzmán

(Recreo – Catamarca - Argentina, 1991)

Estudió Cine y Televisión en La Universidad Nacional de Córdoba – Argentina.

Este 2022 publicó la novela corta:

Hamacas (EditorialZona Borde))

Ha publicado cuentos en las revistas argentinas: Espacio Menesunda, Revista Gualicho, Diario Hoy Día, El Rompehielos, La tuerca andante, El Ganso Negro, Los Asesinos Tímidos, La Mancha Zine, Salvaje Sur, también en Chile: Revista Kuma, Chile de Terror, Revista Phantasma, en México: Revista Delatripa, Revista Hueco, Revista Rito, Revista Escafandra, Revista Anapoyesis y en Perú: Letras y Demonios.

Participó en la Antología Internacional Sucio de Letras de La tuerca andante y en Uruguay: Antología de Ciencia Ficción Dura y Erótica de Editorial Solaris de Uruguay.

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