Recuerdo el día miserable en que comenzaste a quemarme por dentro, sólo bastó ser una chica torpe, jóven e ingenua de corazón, también sólo bastó creer que nuestro encuentro no había sido una casualidad, o eso sigo pensando hasta ahora, porque de algún modo el destino es un acto de fe que me mantiene aferrada a ti, aún sin yo quererlo así.
Yo iba en mi segundo año de preparatoria, si en ese entonces me hubiera enfocado en fumar a escondidas, y beber en bares clandestinos cerca de esa escuela que tanto detestábamos tú y yo, quizás hubiera sido más llevadero el sentimiento desconocido y obseso. Sin embargo, estar sobria me permitía doparme con ese cóctel de hormonas, sentimientos y deseos al verte llegar y dirigirte a tu sitio para comenzar tu día, día que aprovechaba para sentir como mi corazón se comenzaba a descalibrar apenas llegaba a tu encuentro para apenas saludarte, platicar de ñoñerías en común, y reírnos de todo lo correcto e incorrecto, incluso a veces me hacen gracia aquellas veces en las que debías reñirme por salirme de clases para compartir un momento a solas contigo, pero en vez de eso vivíamos una complicidad en la que fingías no darte cuenta de mis travesuras. Pese a todo, aún no logro explicarme cómo lograbas encadenarme con tus gestos tontos, esa risa estúpida acompañada de esos jugosos labios rosas y de el resto de tus facciones que completaban todo eso que me mantenía embelesada y aliviada.
Y sin imaginar, no hubiera pensado que una pandemia, una especie de pre apocalipsis había bastado para qué; de algún desdichado modo uniéramos nuestros caminos, cotidianidad y "toda una vida" (cómo solías decir) un mundo tras ese espejo negro que nos obsesionamos por deslizar, pero uno que también ayudó a romper con esa perfecta sincronía de anonimato. Logramos con naturalidad tener esas charlas que nos desvelan, ese deseo irresistible del uno por el otro… de nosotros, un humor que jamás lograré recuperar o repetir con alguien más, además de ese tacto suave pero apasionado, y un corazón empapado de calidez, pero una calidez peligrosa, al menos para mí, ya que no sabía que todas esas estupideces me harían querer entregarme de lleno a alguien y algo como el amor. Tanto así que ciegamente te entregué mis primeras veces en varias cosas que ahora considero especiales y tontas.
Hubo un momento en que todo era un pleno y constante éxtasis, uno que se lograba sentir como flotar en medio de la nada y del todo, algo así como un rincón en dónde nacen las estrellas, y dónde colapsan de inmediato. De haber sabido que esa venenosa sensación traería consigo dolor, nostalgia, recuerdos y la sensación de quedarme sin oxígeno para el alma... a modo de consecuencia por tu cese de aquello a lo que llamabas amor. Hubiera reconsiderado aquel primer momento en que voltee mi mirada a tu encuentro, mientras caminabas por ese pequeño patio de escuela, luciendo con porte, elegancia y esa belleza particular tuya, dirigiéndote con paso presuroso a tu oficina de trabajo. Hubiera reconsiderado las charlas en tu oficina, los mensajes enviados, los nervios demostrados, los orgasmos ahogados con besos, caricias y rasguños... hubiera reconsiderado el suplicio que sin saber iba a experimentar mi corazón.
Ojalá hubiera sabido que comenzarías a quemarme por dentro y por tanto tiempo, aunque si te soy honesta, de haberlo sabido… lo hubiese vivido todas las veces posibles.
Por La Ru
Estudiante de la Licenciatura en enseñanza y aprendizaje del inglés en Puebla Pue.
No soy una escritora profesional, pero desde niña he tenido un gusto particular por escribir, y
esto fue en aumento desde mi época en secundaria, me gusta narrar mis historias amorosas,
dolorosas, de perdidas y de pasiones. He incursionado en la ilustración digital, el viñetismo, el
collage y el fanzine.
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