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  • Foto del escritorcosmicafanzine

Crónica del desamor

Vengo juntando las pruebas de tu desamor desde hace tiempo. Las ato sobre mi cuello como si fueran los eslabones de un rosario. Asociación fácil: me crucifico por vos y no te das cuenta. No sé cuándo comenzó este calvario.

Sí sé, playa Nautilus en el Faro de Mar del Plata. Febrero del 2019. Estabas vos con otros machos de tu especie: malla mínima, piel bronceada, músculos de gimnasio, risotadas de juventud. Se pasaban la birra entre varios o a veces se revoleaban otra botella antes de terminar la anterior.

Nosotras éramos tres: Mari, Lola y yo. Nos dábamos vuelta recostadas sobre la arena de fuego para tomar color verano.

Viniste caminando hacia nosotras y dijiste:

─Chicas, ¿qué onda? ¿De dónde son?

─Nativas ─dijo yo─, de acá del Partido de la Costa.

Miraste para atrás y pegaste un chiflido, mientras que con las manos llamabas al resto de tus compañeros.

Ustedes eran cinco y nosotras tres. No les importó, acometieron como tiburones. Quedamos en salir a la noche. Supuestamente nosotras estábamos más cancheras en los lugares que pegaban onda, como decían ellos.

Antes de volver a juntarnos con ellos nos repartimos las presas: Mari se quedaba con el pelirrojo; Luli con el de barbita de chivo y yo, Marián, con el morocho de pestañas largas. Si parecía que se hubiera hecho la permanente de pestañas, de tan largas que las tenía. El flaco debía saber que ese era uno de sus encantos porque revoleaba los ojos y chas, pestañaba con la elegancia de un caballo de carrera, todo lustroso por el sudor.

Quedaban dos flacos desafortunados, no servían ni para repuesto. Cuando entramos al Banana’s Split se hicieron humo ellos solitos. Tomamos unos tragos y después bailamos. Nos separamos un rato, nos juntamos, nos volvimos a perder entre la muchedumbre de pibes que saltaban en las olas de música. Después no las vi más a las chicas. Teníamos como regla no jodernos y si no necesitabas ayuda para sacarte un pesado de encima, cada una hacía la suya. Igual quedamos en mandarnos mensajitos si los flacos se ponían densos o queríamos cortarla. Ninguna llamó, así que apretamos un poco con Gabriel en los sillones del privado del primer piso y después nos fuimos en bondi porque el flaco no tenía auto.

Nos besuqueamos frente a la playa. Después se empezó a juntar gente madrugadora, de esa que corre por la arena mojada y le pedí que me acompañara a casa. Intercambiamos números de celulares y nos despedimos.

Hasta ahí pura rutina, lo mismo que hacía todos los fines de semana. Pero al día siguiente, que era domingo, me mandó el primer wathsapp.

Sos una nena demasiado tierna para mi gusto.

No entendí bien qué era lo que quería decir. La verdad es que me intrigó. Me pareció que imitaba alguna letra del Indio Solari.

¿Qué querés decir con eso, si ni siquiera me conocés?

¡A mí me gustan las matronas, de esas que tienen las tetas colgantes!

Ni me molesté en contestarle. Es un guarango, pensé, si te gustan las putas viejas conseguítelas. Y borré el contacto.

A las chicas no les quise contar los detalles porque el flaco me había dejado un gusto amargo en la boca. Lola me llamó como a las siete de la tarde del domingo para proponerme salir en parejas, pero le dije que no, que estaba con sueño y que no quería. Ella insistió dos o tres veces, hasta que se dio por derrotada.

Después de eso fuimos a otra playa y otra vez a bailar al Banana’s Split de Constitución. La verdad es que yo no estaba muy segura de querer ir al mismo lugar, pero las chicas me arrastraron. Y zas, el tipo estaba parado en la entrada pispeando a las minitas que ingresaban. Se me pega al lado mío y me empieza a decir cosas horribles, nunca había escuchado algo semejante. Terminé gritándole pelotudo, de qué te las das.

Uno de los matones del local se me acercó y me zamarreó del brazo.

─Acá no queremos pendejitas pendencieras, me entendés, si vas a hacer bardo te vas afuera con tu machito.

Y ahí nomás me echó del boliche cuando recién comenzaba la noche. Este pibe Gabriel no me defendió ni nada , pero salió también y se quedó al lado mío. Yo no sabía bien qué hacer, el flaco me tapaba toda la vista y me tenía como encerrada entre la entrada del boliche y su cuerpo grandote.

─Me gustaría chuparte toda ─me dijo.

─Vos sos un cretino, con vos no voy ni a la esquina.

Pero fui, a la esquina , al bar, a la cama, durante todo el verano. Me calentaba la porquería que el flaco tenía en la cabeza. Cuanto más me daba, más quería. Cuando se negaba a tocarme, más me provocaba. Me hacía gritar el muy turro cuando la metía. Me hizo probar cosas que no conocía, me llevó al borde de mí misma. Y cuanto más lo necesitaba para seguir viviendo, más se hacía rogar. Se quedaba parado al borde la cama hasta que le pedía por favor que me tocara. Me empecé a obsesionar con el sexo, creía que nunca iba a tener bastante. Usamos juguetes. Me volví una adicta de él. Y un día se apareció por la puerta de mi casa con una negra alta, tetona, y me dijo que así le gustaban a él, no como yo que no tenía nada de pechos. Y entonces nos fuimos los tres al hotel, y cuando la negra me empezó a besar la entrepierna exploté en llanto y me fui. Nunca más lo vi. Fue tan grande su desamor como mi olvido.

 

Por Zelma Dumm

Escritora argentina contemporánea, nacida en la ciudad de La Plata. Ha escrito y publicado dos libros: “Mujer en mármol y otros cuentos” y “De rarezas y crueldades”. Tiene una novela de ciencia ficción en proceso de edición, titulada “El sueño de R328”. Ha participado de numerosas antologías en diferentes países latinoamericanos. En 2021 obtuvo el I Premio Internacional de Cuento Rafaela Cuevas Jiménez.

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