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  • Foto del escritorcosmicafanzine

Cuerpo memorizado

Recordó que todo inició al ver una fotografía de ella en el teléfono de su esposa,prosiguieron las preguntas por su trabajo y sutilmente por ella. Le había gustado tanto que sus fantasías se elevaron con interesante creatividad. Meses después la conoció. Amó su timbre de voz, su largo pelo rubio, sus grandes ojos nobles y pícaros al mismo tiempo, su cuerpo moderado, sus manos cuidadas, su sonrisa. Llevaba un saco verde, pantalón de mezclilla rota, tenis blancos y blusa descotada. Pensaba en todo ello cuando iba al cuarto de su esposa en el hospital. Ahí ésta le dijo que no quería se quedara en el piso o las bancas dela sala de espera, le dijo que le pidió a su amiga Alondra asilo y ésta aceptó. Cuando escuchó eso quedó anonadado, apenas iba a prorrumpir palabra cuando su esposa le dijo que la hora de visita terminaba y lo más difícil había pasado.

Fuera del hospital la ambivalencia seguía: por un lado, verla lo emocionaba, por el otro saberse contemplando a Alondra mientras su esposa estaba postrada lo atormentaba. “Dios, ¿por qué? Debí decir que no cuando pude, pero no, pudo más ese deseo de volverla a ver. Soy una vergüenza, un canalla… Aunque podría morir en este instante y la vida seguiría. Todos somos parte de un mundo donde lo cierto es que somos reemplazables en menor o mayor escala. ¡Qué razón tienen los tontos ideólogos del aquí y del ahora! De tomar la oportunidad cuando llegue porque quién sabe si volverá a llegar”.

Sonrió cuando Alondra le abrió la puerta, lo saludó con una amplia sonrisa y lo hizo pasar. Le ofreció de cenar y algo de tomar, pero él estaba como embobado y sólo asentía a decir “sí, gracias, sí, gracias”. Desde que le sonrió se supo vencido, luego de ello pudo admirarla en todo su esplendor. Llevaba cola de caballo, blusa blanca de ligas ligeras, falda de mezclilla, sandalias. Estaban en la mesa, él tenía un vaso de coca cola que sorbía lento.

–Anímate, mañana la dan de alta y salió bien. No entiendo por qué tienes cara sufrida.

–Fueron días difíciles, casi dos semanas yendo y viniendo, fue espantoso.

–¿Y en tu trabajo no te dieron permiso o algo así?

–¡Qué me iban a andar dando!– dio un largo sorbo a su vaso–, fíjate: el día que la internaron tuve que quedarme ahí toda la noche, salí a las siete am para entrar a trabajar a las ocho am, luego a las seis pm tenía que alistarme para venir aquí y llegar a la hora de visita, me quedaba otra vez a dormir ahí y otra vez a ir al trabajo. Así por dos semanas. Terrible.

–Lo imagino– encendió un Marlboro y le extendió la cajetilla– ¿fumas?

–Sí– tomó uno, lo prendió y le dio una profunda calada–, oye, pero tus hijos…

–No están. Se fueron a dormir con su abuela porque están de visita unos primos suyos.

Sintió cómo se abría un profundo agujero en su estómago. No eran nervios de los desagradables que dan cuando algo malo puede pasar, eran de esos nervios igual de terribles, que sólo nacen ante cosas que se desea pasen, pero no deben pasar y de todos modos se desea con todas las fuerzas pasen. Tenía divorciada ya muchos años, su imaginación no lo dejaba en paz, poco a poco pudo retomar la plática que resultó interesante y divertida. No habló de trabajo, formaciones universitarias, gustos, intereses, películas o libros, habló de cosas casuales y esporádicas entre el humo de los cigarros y el estruendo de las risas. Olvidó todo. A la media noche el cansancio que tenía acumulado empezó a duplicarse.

–Sí, yo también tengo sueño– dijo ella mientras se paraba y acomodaba su silla–. Dormirás en ese cuarto– apuntó a una puerta café de madera que estaba cerca el baño.

–Muy bien, gracias– dijo imitándola, luego sin obedecerle su boca preguntó–: ¿Y tú…?

Ella dijo que también ahí.

–¡No cómo crees! Yo me duermo aquí en la sala, lo último que quiero es importunarte– dijo eso, pero pedía al cielo que ella no cambiara de opinión.

–No, hombre, ¡cómo en la sala!, es que mira, los cuartos de mis hijos los cierran con llave, son muy así ellos y pues no puedo dejar que te quedes en la sala. Dormiremos ahí, además por Dios santo, ya no tenemos quince años.

En el espejo del baño vio sus miedos y sus anhelos, sus deseos y prohibiciones, vio su deber y lo que quería hacer. No se podía engañar: más de una vez cuando hacía el amor con su esposa pensaba en Alondra, no podía seguir ocultando la cantidad de veces que imaginó la textura de sus piernas, lo enorme de sus pechos, lo carnoso de sus labios, más de una vez soñó con que su pelo amarillo y sus piernas lo envolvieran. En la habitación se filtraba luz por una ventana y la vio recostada. Sentado en la cama se quitó las botas y se recostó. Cuando cayó en cuenta de que no quitarse la ropa sería terriblemente honesto, pero muy tonto se fue deshaciendo de las prendas. Sin camisa, sin pantalón, sólo con sus calcetines y un bóxer amarillo que parecía esconder una antena que se alzaba a lo más alto del cielo, que punzaba y escupía. Decidió dormir a pesar de que un monstruo que tenía dentro le decía que se volteara, que la rodeara con sus brazos, que viera qué ropa llevaba ella. Rogaba al cielo que ella también estuviera así.

De pronto, ella con lentitud se curvó hacia él y quedó con sus nalgas rozando las suyas, él hizo lo mismo y ella respondió igual. Él decidió jugarlo todo. Alzó un poco su sábana sin quitársela, se volvió hacia ella y con la poca luz que había la vio. “¡Dios santo!” ese día había invocado más veces el nombre de Dios que en toda su vida, “es bellísima.”Una cintura donde toda su mano cabía y unas caderas muy pronunciadas estaban frente a sí, sus nalgas con unos lunares, las imaginaba completamente lisas, pero cuando vio que eran algo ásperas se excitó mucho más de lo que hubiera pensado, llevaba un calzón rosa de encaje. Sin más motivo que el instinto corrió su brazo izquierdo hacia ella y la abrazó. Ella se replegó a él. En ese momento supo qué iba a hacer y que tenía que hacerlo y que nunca habría otro momento. Al poner sus manos en los pechos sintió que no los podía abarcar. Su mano izquierda acariciaba el seno izquierdo, algo que también hizo con el pecho derecho, luego la tomó de la barbilla e hizo algo con lo que tenía meses soñando, algo que disparó todas sus fantasías y que lo había puesto en ese momento. Con tranquilidad acarició su barbilla, luego corrió sus dedos por sus labios, agasajó sus mejillas y frotó su nariz con sus nudillos, lo que quería hacer era memorizar cada fracción de su piel, de su cara, de su cuerpo.

Ella abrió un poco sus labios, él le plantó un beso. Todo desapareció, también ellos. El beso se volvió más raudo y agitado, la besó minutos enteros, la besó hasta que le succionó el alma. Besó sus hombros, su espalda y su cuello, saboreaba su piel al ir bajando su mano izquierda hacia sus piernas, desde ellas subió una y otra vez hasta sus caderas yatoró su mano en el calzón para bajarlo despacito, Alondra arqueaba su cuerpo para quedar desnuda, en un movimiento rápido, pero sin inmutar el momento él se quitó el suyo. Ahí estaban, desnudos y ardiendo, él con una llave y ella con una puerta.

Acercó su llave a la fisura húmeda y caliente que era la puerta de ella y antes de abrirla puso su mano izquierda en su grieta y la acarició. No perdería la oportunidad de seguir memorizando cómo eran sus labios, su carne, sus líquidos y sus gemidos. Primero soltó una respiración moderada, luego un “ay” quedito, enseguida un pujido, sonidos hermosos que él atesoraba con cuidado con su memoria auditiva, movimientos suaves que denotaban placer. Luego acercó su llave a la puerta, con su mano izquierda alzó un poco la pierna de ella y la puerta quedó visible. Entró a las paredes húmedas, cálidas y punzantes, empujó con delicadeza y sus sonidos eran cada vez más notorios. Por una mínima fracción de segundo sintió que la amaba y ante eso sólo pudo taladrarla, pero como con un taladro con poca batería que entraba y salía despacio, luego con más fuerza y vigor. Los gemidos de ella lo enloquecían. No duró mucho, lo cierto era que él la abrazó otra vez, ahora sí pasó su mano derecha por debajo de su cuerpo y la aprisionó, tomó sus pechos con sus manos, ella volteó, él la besó y le embistió con brío hasta que llegó el éxtasis y los dos se llenaron de placer y humedad. Durante el orgasmo habían despegado sus bocas, pasado éste volvieron a besarse con ternura y dolor, entre llanto y alegría, por la noche no se vieron a los ojos porque la oscuridad los tapaba, cuando acabaron y el sol despuntaba se besaron con los ojos cerrados mientras él con desesperación corría sus manos por todo su cuerpo, por su cara, pelo, pechos, caderas, nalgas, pies, dedos, dientes, labios, hizo una pintura sensible en sus manos de todo su cuerpo memorizado. Sonrió y siguió besándola hasta que ambos quedaron dormidos en la misma posición en la que lo hicieron.

La luz lo despertó y lo primero que hizo fue buscar a Alondra. No estaba. Se vistió y salió del cuarto. Nada. Vio su teléfono lleno de llamadas y mensajes. Su esposa le decía que Alondra había salido temprano a trabajar y que le encargaba cerrar. Taciturno entró a su auto, todo indicaba que lo que había pasado la víspera sólo había ocurrido gracias a la conjunción de su corazón, su cuerpo, su mente, la noche y el sueño. Sonrió muchísimo porque siendo un sueño podía atesorarlo por siempre. Lo había memorizado bastante bien. No engañó a su esposa y al mismo tiempo cumplió la fantasía que tenía desde que conoció a Alondra.

 

Por Arturo Aguilar Hernández

Licenciado en Letras. En 2012 recibió el Premio Municipal de la Juventud, en 2016 fue galardonado con un premio al folclor municipal de calaveritas literarias; en 2017, 2018 y 2019 ganó distintos concursos literarios en el sector empresarial, en 2020 obtuvo el tercer lugar en el concurso “Cuando la poesía nos alcance” categoría B. Ha escrito cuentos, poemas, ensayos y artículos de opinión en diversos suplementos culturales y revistas en línea como La Soldadera, Efecto Antabús, El Guardatextos, Revista Collhibri, Revista La Sílaba, El Reborujo Cultural, Palabra Herida, Cósmica Fanzine, Horizonte gris, Revista Redoma, Licor de Cuervo y El mechero.


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