Dentro de uno de los miles de refugios que se escapaban de la mirada humana, rodeados por la total oscuridad en la que se había sumido el mundo desde el fin del sol en el año 5000, un padre hacía lo posible por calmar a su hija. Ella gritaba, intentando correr y soltarse de su agarre —él la había amarrado desde el momento que llegaron—, chocando con todo lo que había alrededor. Habían escapado con heridas de tal magnitud que su conocimiento no estaba bastando para curarla, mientras él más tardaba en cerrar esas heridas en la mente de su hija, más fuerza tomaba ella para azotarse y atacar. Estaba haciendo demasiado ruido, tanto que atentaba contra su supervivencia y por estar en negación, el padre no lo notó hasta que todas las alarmas se activaron.
La potente y pequeña luz roja en el techo del refugio que les advertía del peligro empezó a prenderse y apagarse con la misma rapidez que el tiempo dejaba atrás a las eras, a los imperios e incluso a las especies, haciendo que en comparación a los millones de años del universo, parecieran haber empezado y terminado en un simple parpadeo. La última vez que ese parpadeo ocurrió había sido con el fin del sol, marcando el término de la especie humana; no eran aptos para sobrevivir en ese nuevo mundo, volviendo su historia tan frágil que el soplo del helado viento actual la rompía en pedazos.
A los pocos segundos de que la luz roja les avisara del peligro, la puerta de emergencia se abrió a los pies del padre y la hija. Los viejos humanos ya los habían escuchado. Debían cambiar de ubicación lo más pronto posible, tal como lo hizo la vida en la tierra. Sin luz, los viejos humanos que se creían titanes caían uno tras otro. Sus ojos abiertos mirando al cielo no reflejaban más que muerte y oscuridad, contrario a las nuevas criaturas. Seres como el padre y su hija, con ojos grandes que abarcaban la mayor parte de su rostro, permitiéndoles ver lo que el humano ya no ve, y habitar ese nuevo mundo con sus pieles gruesas y grises resistentes al frío, con su tamaño pequeño para soportar la escasez de recursos causada por sus predecesores y con su extraña habilidad de trasplantarse partes del cuerpo de manera inmediata como si fuesen piezas de juguetes.
En esos pocos segundos, la luz roja había terminado de alertar a los viejos humanos –Aquí hay otro, aquí hay otro− gritaban con toda la fuerza de sus pulmones, mezclada con rabia hacia el mismo universo por su extinción a la que le quitarían la palabra inminente. Ellos se reusaron a dar paso a otra especie, forzando la vida a quedarse en sus ojos, aun si estos eran robados. De repente, el sonido de los titanes cayendo en la oscuridad fue reemplazado por los gritos de la nueva especie. Los viejos humanos habían concluido que si no podían sobrevivir con sus propios cuerpos, lo harían con los de ellos.
Fuera de las paredes, túneles y demás escondites subterráneos donde la nueva especie se refugiaba, caminaban los viejos humanos llevando de abrigos a sus padres, en los zapatos tenían a sus abuelos, como sombrero a sus hijos, y de pantalones a aquel primo que alguna vez la hija consideró su mejor amigo. Por ello, cuando lo cazaron un par de días atrás, llena de tristeza y negación salió a buscarlo. Su padre reconoció su grito cuando un viejo humano le arrancó los ojos. Ese grito inicial y todos los que ella produjo mientras su padre llegó y la salvó al casi matar a ese viejo humano por la espalda, ya no se parecían a sus gritos actuales; la locura se estaba apoderando de ella por la forma en que le arrancaron los ojos.
La supervivencia que los había dotado de ojos tan grandes y tan pegados a sus cerebros, se convirtió en el cuchillo de doble filo con el que los asesinaban. Al retirarlos indebidamente, se rompían partes importantes del raciocinio que, de no recuperarse pronto, se perdían para siempre.
Los viejos humanos ya estaban en la puerta de su refugio y los golpes que daban para tumbar la puerta eran tan fuertes como los lamentos del padre y su hija, reprochándose cada segundo de lo que había ocurrido. En ella, esos recuerdos ya eran difusos. En breve se borrarían por completo y se volvería el ser violento y sin razonamiento que los viejos humanos describían para justificar su matanza. Ambos sabían que no podía correr porque ella inevitablemente lo atacaría, y aun si no lo hacía, ya no llegarían a tiempo a otro refugio para curarla.
Debido a sus cuencas vacías, en el único lugar donde la hija podía reflejar lo que le rodeaba era en las lágrimas que caían por sus mejillas. En ellas, el padre vio cómo los viejos humanos tiraban partes de la puerta, sintiendo nuevamente el déjà vu de toda su vida. Recordó como ellos cazaban a sus padres, amigos y esposa, cuya última petición fue que protegiera a su pequeña. El cuerpo del padre se encorvó al sentir que había fallado, pero sus ojos se mantuvieron abiertos, sabiendo que solo quedaba una opción.
Por supervivencia la hija trató de controlarse, lanzándose a la puerta subterránea. Por supervivencia el padre se arrancó sus ojos para dárselos a ella, sanando sus heridas y cerrando la puerta apenas ella notó lo que ocurrió. Las lágrimas salieron de sus cuencas vacías al oírla gritar que huyeran juntos; había tiempo de salvarlo a él. Pero el padre le explicó que, por supervivencia y por amor, debía quedarse. Los viejos humanos no dejarían de cazarlos, pero se distraerían fácil con el cuerpo de un adulto. Tal como el padre pensó, la niña logró escapar en cuanto no tuvo otra opción más que correr por el ruido. Aun si los disparos y gritos resonaban a metros de distancia, lo que la huérfana más escuchó era el sonido de sus propias lágrimas que chocaban contra el suelo en el que cayó el sacrificio, vida y cuerpo de su difunto padre.
Por María Guadalupe Laguna Alejandro
Joven escritora cuyo gusto por la literatura fue inculcado por su familia desde una temprana edad. Le encanta el género de la fantasía y se ha pasado los últimos seis años trabajando en una saga de libros de dicho género que espera publicar pronto. Todavía se siente muy pequeña en medio del mundo literario, pero está y seguirá trabajando para ganar más experiencia.
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