Llovía y llovía.
El agua empezó a subir y los cláxones de los vecinos a sonar. Despierten, despierten que algo grave está sucediendo. El agua, no sólo afuera sino también adentro, empezó a subir. Lo primero fue poner algunas cosas encima del piano de Wilhelm. Aquello era como jugar Jenga en el peor momento del mundo. Tenía miedo, pero me daba risa. No era la primera vez. No para mí. A cuadra y media estaba el afluente del Rhin. Saber si tendríamos que treparnos al techo dependería de cómo se viera el río. Fui hasta allá y lo que vi me fascinó: toda esa agua desbordándose acabaría con la humanidad. Al menos esa parte que tuvo a bien poblar Ahrweiler con esas casas a dos aguas que ya empezaban a flotar en la corriente. Intenté volver. El agua me rebasaba la cintura y quería llevarme, pero por lo único que me dejé llevar fue por el espectáculo. Nunca creí ver el fin del mundo con mis propios ojos. Y aunque supuse que la humanidad se acabaría en un instante, como cuando tiras el Jenga, este final alterno estaba cumpliendo mis expectativas al cien. Tenía miedo, pero me daba risa. Desde que llegué a Alemania, era la primera vez que me sentía como en casa.
Bienvenidos, amigos: este es mi chan.
Por Víctor M. Campos
Se formó en el Taller Levreriano de Escritura Creativa, dirigido por Carmen Simón. Es licenciado en Docencia del Arte y, además, cuentista publicado por el Fondo Editorial de Querétaro y por un bonche de revistas como Gacetilla Filología, Página Salmón, Iguales, Altura desprendida, Rito, etc. Nació en la CDMX en 1976.
Comments