Las hojas caen lentamente de los árboles, se van desvaneciendo con el cruel paso del tiempo; contemplo como cada una de estas deja el seco y arrugado árbol para descender en el frío suelo en donde a nadie le importa cuantas hojas pueden llegar a pisar, en donde todo se convierte en una competencia de cuantas más hojas pisas mejor será el resultado; tomó una de estas y la analizó con detalle, logro ver cada delicado detalle en ellas, como los colores van cambiando con el paso del tiempo, como si se tratara de mostrar la cruel línea de la vida en una simple hojas, aún me parece imposible el hecho de que las personas las pasen de apercibidas y las pisen como si no fueran nada.
Golpeó la puerta un par de veces, mientras sujeto con firmeza la nota en la mano, la habitación del fondo, como me gusta llamarla, la misma en donde las puertas y cortinas siempre permanecen cerradas, la habitación que nadie escucha, pero todo mundo sabe que existe, pero nadie se atreve a cruzar, porque el miedo es más grande, porque aún no existe ser humano capaz de abrir la puerta y cruzar como si no se tratara de romper una simple hoja. Una enorme figura abre la puerta puedo sentir su olor, soy capaz de oler su presencia, todo en esa figura me parece repugnante, solo un martirio que se esconde detrás de una oscura y harapienta habitación, porque solo de esa forma se considera fuerte, solo así se hace a la idea de ser el amo y proceder de todas unas tierras que jamás podrá ser dueño, porque a veces la fantasía pinta de una mejor manera que la realidad.
Toma la nota y la mira con delicadeza, ninguno espera que diga algo, ninguno es capaz de soltar al menos una sola palabra; cierra la puerta con firmeza y regresamos al mismo patrón, la típica rutina de ver fijamente la vieja y desgastada puerta de madera que cubre los secretos de una ordinaria familia, solo así te cercioras de que todo se mantenga en total control.
Tomó la sombrilla y un par de migajas de pan, los animales siempre tienen hambre, siempre buscan la forma de sobrevivir, algunos buscan comida en cestos de basura, otros roban las cosechas y algunos más buscan sobrevivir a costa del sufrimiento de los demás, salgo de la casa y veo fijamente el enorme viejo árbol de la entrada, ha estado aquí desde que tengo memoria, ha permanecido como una cruel muestra de la vida. Abro la puerta y miro la frágil figura de la mujer sumisa a mi lado, la odio tanto como la enorme figura de la cruel bestia, podría decirse que más incluso, odio la idea de que alguien sea débil, de que alguien se deje pisotear una y otra vez por la misma persona y aun no tenga el valor de levantarse y poder gritar que se detenga; el camioneta se mueve lentamente, todo en ella suena, todo en ella se mueve, es como si en algún punto esta se llegara a destruir por completo y la peor parte es cuando sabes que en algún punto te dejará varado en el camino sin nada para ayudarte pero aun así no haces nada para evitarlo, es exactamente el misma tipo de cobardía que la de la mujer débil y sumisa que se deja pisotear. Siento como algo toca mi cuerpo, logro sentir como algo golpea mis costillas, giro la vista y veo al cruel hombre con un cigarrillo encendido entre sus dedos.
—¿Estás sorda o qué? —cuestiona con molestia― te estoy ordenando que salgas.
Arroja el cigarrillo y esta cae sobre el vestido negro, lo tomo y lo arrojo por la ventana, lo odio, la aborrezco, me desespera cada parte de él; algunos tienen miedo de decirlo porque a un padre se debe de respetar, otros dirán que estoy mal, que debo de ser mas empática y comprensiva, pero en mi solo vive el constante deseo de ser la causa por la que deje de respirar. Admiro las enormes paredes de piedra desgastada que haces juego con la oxidada puerta de metal, siento las miradas de todos sobre mi cuerpo, como cada una de sus palabras se graban en mi piel, puedo escuchar los tipos susurros que hablan de la locha chica de la casa en la colina, puedo sentir sus risas y miradas prejuiciosas sobre la desgastada falda. Tomó asiento al lado del grupo de mujeres que solo viven para sus joyas, que la única cosa que las representan son sus costosas fragancias y sus vidas llenas de lujos, la sumisa mujer se hace de presencia entre ellas y estas la reciben con un fuerte abrazo, como si no hablaran mal de ella a sus espaldas, como si no juzgarán cada aspecto de su vida, quizá de eso se trata, de agradarle a agente que te odia, quizá esa sea el motivo por el que no coincido con ninguno de ellos, porque yo no pretendo agradarles a las personas que odio, el anciano entra por la enorme puerta seguido de un padre niños con la mirada perdida, así dando inicio a la muerte que todos anhelan.
Todos entramos el cementerio con el rostro de agotamiento por subir toda una colina en pleno rayo del sol, los hombres con el ataúd en manos se ven agotados, desesperados, solo esperando el momento en el que puedan arrojar al viejo al hoyo; tomo un par de rosas secas y las guardo en mi abrigo, es lindo ver como la cosa más hermosa se marchita y se desmorona con el tiempo, porque solo ellas muestran cómo una persona se corrompe lentamente hasta que se destruye por completo, veo fijamente el par de hombre que me señalan con los cigarrillos, miró fijamente a la enorme figura del cruel hombre, observando como este se burla de su mayor error, admirando la forma en la que se carcajea por algo que él mismo rompió, esa es otra cosa que no comprendo “¿Por qué burlarte de tus desgracias?” quizá sea demasiado joven para entender como todos dicen, pero yo digo que solamente se me hace imposible burlarme de mi mayor error, me siento sobre una de las lápidas mientras admiro cómo sepultan al cadáver del viejo hombre que nadie conocía, pero que por alguna extraña razón todo el pueblo se reúne para cubrirlo de tierra, una pequeña figura se coloca al lado de mí, miro discretamente la pequeña presencia de la niña con un ramo de rosas blancas.
—¿Quieres una? —cuestiona mientras me acerca una flor.
―Gracias —respondo mientras tomo una de estas.
La guardo en mi abrigo y cuando saco mi mano la espina se alcanza a rasgar el dedo, haciendo que ahora mi sangre comience a pintar las rosas blancas.
― Estás sangrando —comenta la niña completamente asombrada.
—Es lo que los monstros hacemos para sentirnos vivos ―contestó mientras oculto la herida.
—Pero tú no eres un monstro.
—Oh no, claro que lo soy, solo que no te das cuenta ―dije con una ligera sonrisa.
—No, tú no eres un monstro, porque los monstros son feos y tú eres muy hermosa.
―Gracias —respondo mientras suelto una ligera carcajada.
Toda mi vida me han hecho creer que soy horrenda, que soy extraña, que soy anormal, que cuando alguien o algo me hace sentir especial lo quiero destruir, lo quiero romper, quiero hacer que sangre.
—Tú también eres muy hermosa ―digo mientras le toca la punta de su sucia nariz— aun no te das cuenta de que soy un monstro porque aún no has sangrado —tomó una de las tantas rosas y la miró fijamente―. ¿Quieres verme con en verdad soy? —cuestiono con una enorme sonrisa.
Ésta asiente con una enorme sonrisa, toma la rosa y dejo que esta deslice sus duras y crueles espinas por todo su rostro, veo como la sangre cae por sus mejillas, como las heridas se van abriendo lentamente marcando el trazo de las crueles espinas, esta suelta un enorme grito y comienza a correr lejos de mí, lejos del monstro que le arruinó el rostro, todos corren detrás de la niña, con un millón de preguntas sobre la mesa y siendo ella la única capaz de responderlas todas, todos admiran a la joven niña completamente horrorizados, observando la creación del monstro, mientras sus dedos acusadores apuntan a la joven que reposa debajo del árbol secó, miró hacia todos lados buscando a los seres más insoportables, buscando a las personas que pagarán por mis actos, encuentro ambas figuras mirando fijamente dos puntos distintos, la débil mujer admirando con preocupación a la niña mientras se imagina el final que recibiría el monstro bajo el árbol, por otro lado el cruel hombre admira con rabia al monstro mientras se imagina todos los posibles finales, porque todo monstro debe morir.
La camioneta comienza a arrancar, el camino es rápido pero muy silencioso, siendo así que lo único que escucho es el millón de voces en mi cabeza, como cada una de ellas me dice que lo destruya, que lo mate, es como si ellas me pidieran destruir al cazador de encerró al monstro, como si me rogaran por hacer algo que toda mi vida he querido hacer, salgo de la vieja camioneta con un paso veloz, se lo que sucederá, conozco el final que se me aproxima, porque cuando el final es tan horrible lo único que puedes hacer es correr para huir de él, mis pasos se comienzan a hacer más veloces, mi respiración empieza a ser más agitada, no volteo atrás, no soy capaz de hacer, solo sigo corriendo hasta poder estar a salvo, hasta estar lo suficientemente lejos del cazador. Siento como alguien toma con fuerza mi cabello, mientras me sujeta con firmeza, y me deja caer sobre la vieja puerta de madera que cubre todos los secretos, el dolor recorre mi cuerpo, la agonía se expande por todo mi ser y la sangre empieza a salir del cruel monstro.
—Maldita y estúpida perra —exclama con molestia― ¿sabes lo que van a decir ahora todos en el pueblo? van a decir que mi hija es una maldita loca.
—Ya tranquilo Ernesto ―dice la débil mujer mientras lo intenta calmar.
—Tu quítate zorra —exclama mientras la empuja contra el mueble de la estancia― por tu culpa esta perra está loca― dice al tiempo que le escupe en el rostro rasguñado.
Me comienzo a levantar con lentitud, siento como si todos mis músculos se estuvieran rompiendo, como si mi cuerpo ahora fuera solo un montón de polvo, mi fuerza desapareció, toda mi energía se esfumó en un solo golpe.
—Ya cállate —susurro mientras me intento levantar.
―¿Qué acabas de decir? —cuestiona mientras me asesina con la mirada.
―Que te calles —exclamó cuando me logró poner de pie.
La enorme figura me mira con molestia mientras se acerca a mí, siento como sus dedos golpean cada parte de mi cuerpo, como mis huesos se comienzan a romper con cada golpe y mis músculos se hacen polvo a cada aliento, las mismas malditas palabras se repiten en mi mente, las mismas que dice todo el pueblo, las mismas que todo mundo dice a mis espaldas. Las voces en mi cabeza me repiten que lo mate, con cada golpe me exigen que lo haga, que lo destruya, con cada insulto y burla me piden que haga polvo, tal y como él lo hace conmigo, me repiten cada momento en el que él me ha destruido por el simple hecho de ser “diferente” sus palabras se tatúan en mi cuerpo, con una marca de sangre que decora mi espalda, pero las palabras de mi mente comienzan a trazar mi destino. Toma mi cabello y me empuja contra el viejo mueble, haciendo que caiga rendida en el suelo junto con el millón de cosas, su saliva cae en mi vieja ropa, contempló con delicadeza a la mujer de la esquina, las marcas en su cuerpo son de alguien casada, de alguien que ya no puede seguir con todo este caos, busco entre todas partes, esperando encontrar algo que me salve, algo que haga que él no me mate junto con la débil mujer, mi rostro ensangrentado se refleja en la filosa hoja.
—Te crees tan fuerte.
—¿Perdón? ―cuestiona confundida mientras da la vuelta.
—Te crees tan fuerte porque puedes golpear a una mujer, porque crees que tienes cierto control sobre alguien o sobre algo, pero lo único cierto es que eres un patético hombre que busca un poco de valor golpeando y violentando cada cosa que encuentra ―digo con una amplia sonrisa.
—Tú te atreves a hablarme a si, no eres más que una maldita perra —exclama molesto.
―Y tú no eres más que un cobarde —comentó a la par que dejó salir algo de saliva sobre su cuerpo.
Este me mira con molestia y se comienza a acercar a mí, su enorme figura se comienza a adueñar de toda la habitación, su rabia es la protagonista de esta tarde, es la que desencadena toda esta historia, tomo con firmeza la navaja solo esperando a que de un par de pasos más, veo como su mano se levantan ante mi rostro, observó como la hoja se comienza a tomar de valor hasta poder acercarse a él, su mano golpea mi rostro a la par que la filosa cuchilla se enreda entre sus músculos, este me mira con sorpresa, puedo sentir la preocupación y el temor que recorrer su cuerpo, puedo oler su sangre caer lentamente sobre la cuchilla; la débil mujer comienza a gritar cuando ve su cuerpo caer aun con el cuchillo enterrado, completamente asustada, completamente aliviada porque sabe que su infierno acaba de terminar, me pongo de pie con las pocas fuerzas que me restan y tomo con delicadeza el cuchillo, lo comienzo a clavar en cada zona de cuerpo, haciendo que el traje oscuro se tiñería de sangre, haciendo que todo el mundo vea a el horrible monstro que vive entre un montón de hiervas, dejo caer el cuchillo sobre su cuello haciendo que el piso se pinte de rojo, me dejo caer al lado del cadáver completamente agotada, pero aún no aliviada; veo a la mujer débil que aun llora por la pérdida de su represor, no puedo soportar el llanto, no soy capaz de aguantar ni un segundo mas de su drama, tomo el cuchillo y me comienzo a acercar a ella, veo como su mirada se llena de temor y su llanto se convierte en suplicas, mi cuerpo me dice que no lo haga, que no cometa un error, pero ahora son las voces de mi cabeza las que mandan, la tomo con firmeza mientras le entierro el cuchillo sobre su pecho, esta me mira con completo miedo y se deja caer sobre el suelo. Admiro la escena que tengo justo enfrente, el hombre cruel cubierto de sangre y la débil mujer con la mirada más miedosa que alguien puede ver, me veo fijamente en el espejo, y allí estoy yo, el monstro que destruyó a su creador, la responsable de todo este baño de sangre, sacó la rosa blanca de mi abrigo y la dejó caer sobre sus cadáveres, los pétalos se empiezan a teñir de rojo mientras que la rosa pierde su dulce aroma.
Abro de la puerta y empiezo a admirar el viejo y desgastado árbol, sus hojas caen lentamente, dejándose caer directo hacia la muerte; comienzo a caminar entre la hierba, con la sangre aun cayendo del viejo vestido y las manos manchadas de venganza, pero aún con el deseo de matar a todos lo que me señalan, porque solo así la débil y frágil hoja se convierte en un arma mortal, porque cuando matas a tus miedos, es cuando todo parece posible.
Por David D. Morales
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