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Foto del escritorcosmicafanzine

De Rovan y Taiojxaimel

Pieles en el suelo, una cama mejor dicho, formada con piel de ciervo, daban paso a un ambiente cálido, iluminado por antorchas posicionadas cautelosamente. No habría peligro por el crepitar de sus lenguas, la cueva estaba lo suficientemente iluminada para que cualquier rincón, por más alejado, fuera visible, y sobre todo, para que el invierno infernal no cobrara la vida del morador de la cueva. 

 

Entre el olor del pino y las cañas secas se mezclaba así como sus colores, el aroma metálico de la "pintura" de un rojo ennegrecido; todo hecho por manos hábiles y curiosas de lo que en su toque pudiera descubrir. Por eso, solo por eso acompañaba a este individuo, a su amigo. Porque, desde que se conocieron supieron que lo suyo no sería una amistad cualquiera. 

 

En aquel entonces, Rovan, su amigo, vestía igual que ahora, adornado en pieles de animal que se veían más grandes que él, pero aun así su mera presencia imponía. Aún recuerda cómo se sintió nervioso, un tanto temeroso porque lo confundió con un dios emperador. Ycuando un dios se muestra, bueno, eso muchas veces no resulta del todo bien. 

 

Quería saber, ¿por qué?, ¿por qué cambió tanto?, ¿cómo es que se volvió esto?, eso que ahora yacía con visibles y sangrantes heridas; unas más grandes que las otras, pero a fin de cuentas, tan dañinas y horribles como sus pecados cometidos. Eso lo molestaba, pero más que nada, le dolía. Verlo ahí, como si agonizara,  quejoso y mal humorado. Empezó a acercarse al hombre, con un caminar lento para que la "pintura" que llevaba en un cuenco sobre sus manos, no se regara ni se mezclara de más. ​"Desnúdate", pidió con voz seca logró cubrir algún indicio de todo aquello que lloraba en su mente, y claro, el hambre que rugía en sus entrañas.​Las líneas negras que son tus venas. Las llagas de tus manos. Me doy cuenta que, pese a esas cosas, conservas tu belleza señorial, tranquila, frágil. Ocultas bien tus alas, al igual que tus sentires por él. Todo lo que te hace ser lo que eres: la estrella más poderosa del firmamento que deseó un mortal al que rechazas por el simple hecho de salvarlo.​

Porque, ¿quién amaría lo que escondes? ¿Quién pelearía por ti entre tantas duales memorias? Dime Rovan, ¿te sientes satisfecho con lo que haces? Partir un corazón en mil pedazos es lo que crees que merece ese ser amante de la luna. Tonto, mil veces tonto Rovan. El alado, bien sabes que te observa con ojos más allá que los que ven a un padre, a un hermano en ti. Él vio salvación en el rechazo que producían los demás por su naturaleza. Después de todo, ¿quién más posee alas negras en la aldea? Nadie más. A él le temen pero no tanto como a ti. Tú le brindaste la paz más amada a su mundo de maldiciones y negrura. Y al mismo tiempo se la arrebatas.

 

El cacique, que acariciaba con sus dedos de uñas rotas la pared de la cueva, escuchó la orden proveniente de la voz que tan bien conocía. Sintió un escalofrío recorriéndole su espina dorsal y cerró los ojos para silenciar lo que tanto tiempo había callado: un rotundo "Te amo" que no asomaría de unos cuarteados labios besados por la noche. Después de todo “Él” lo había llegado a besar. Lo recordaba. Ahora yacía arropado por las pieles de ciervo y a veces imaginaba el roce de las mismas como las caricias que provendrían de él. Más allá del pincel, de sus ojos recorriéndole el cuerpo. Esos momentos los mantenía como sagrados. Volteó a ver la figura imponente, se rindió ante los anillos que decoraban todos sus dedos de yemas llenas de ceniza. Amaba la ceniza y, también, cuando él le daba un matiz oscuro a sus rasgos con ella. Dejó caer las pieles de su ser; exhibió sus heridas, sus cicatrices de guerra; pero no las que se producían por amor. Lo admiró anhelante. Y extendió la mano para tocar el tocado de su vestimenta, las pulseras que adornaban sus muñecas donde leíste cicatrices de tortura autoimpuesta. Líneas que atravesaban en vertical. Líneas que leíste como tuyas.

 

Es difícil mantener la serenidad cuando el culpable de tu locura está frente a ti, y, ahí estaba él, Taiojxaimel, con el ceño fruncido y los dientes apretados, escondidos tras la línea de su boca, una boca que callaba su odio y su anhelo. Con sus ojos, azules y fríos, recorrió el lienzo de miseria y podredumbre; sintió su dolor y lo comparte en el momento en que toma y detiene tajante a Rovan para que pare de entretenerse con sus ornamentos. 

 

"No te muevas, no quiero lastimarte".

 

Miente, miente para que esto, lo que sea que sea pueda continuar. Porque sabe que no tiene el poder suficiente para acabarlo, y no tiene tampoco el coraje necesario para hacerlo. 

 

Por eso ahí está, sana sus heridas, aliviándolas entre sangre/tinta fresca mezclada con cenizas. Leyéndolas para entender nuevamente el ¿por qué?, y a su vez no lograba leer más allá de las voces antiguas del cacique. Tampoco ve más allá de una negrura espesa que le prohíbe saber más. Ni siquiera trata intentar forzarse a atravesarla pues, es suficiente ya con los jadeos que se escapan, de vez en vez, de la boca de Rovan debido a sus movimientos que no insiste. Aquello lo desconcentra. 

 

Es entonces cuando presta atención. Nuevamente se presentan las heridas. Las que ya de por sí abrieron la piel vieja y que crean una llaga nueva. Las dibuja con la yema de sus dedos, y las graba, no sólo en su mente, también en su cuerpo. En los mismos espacios y con la misma intensidad.​Taiojxaimel es frío pero no es por eso que lo amas. No. Es por la bondad que te demuestra. Por la carga que comparten en secreto pese a que no le dices nada. No deseas que sufra por ti. Él es el único que se acerca y si supiese todo te repudiaría. Por eso unes tus yemas con las de ese al que también rechazas, por el que sientes algo que consideras prohibido y al mismo tiempo un salvavidas.

 

Su relación va más allá de lo carnal. Tocaste su alma con ese beso que te robó. Tu primer beso, que también, fue para él el suyo. Recuerdas que compartían una gran camaradería cuando él era más joven. Ahora te cuida y cura tus heridas. Tú en cambio, le contestas con silencios en el cosmos de tu descanso. Te veo Rovan Nreigriounsa. Yo mismo te enseñé en una visión que ocurriría si le cuentas tu secreto. Te veo. ​Te apartas y rebuscas entre las pieles que componen el firmamento de tu lecho una indumentaria tan oscura como una noche carente de estrellas, tan bella como la luz que relumbra de tus ojos y se lo entregas en sus manos; también un collar hecho de huesos y otras cuentas, perlas y por supuesto tu bendición. No maldecirías a ese al que contemplas ahora en silencio. Acaricias sus brazos con los dedos, a sus pulseras, las líneas de la autolesión.  Suspiras. Rezas y tus rezos se escuchan en toda la cueva en ese preciso momento; después de todo él también es un guerrero que te visita, Rovan. Te visita pese a tu rechazo.

 

Arropas sus alas hechas de lluvia y tristeza con la manta que has tejido con cabellos, quién sabe de qué cabezas, sólo para él. Le acaricias la mejilla con la tuya y cuando te apartas le sonríes como sólo sonreiría un amante de etérea juventud. La agonía le llena día tras día, mes tras mes, año tras año, esa agonía que aún no rebasa a su ser pero que le ha amenazado como lo hace la muerte a diario. Y suspira, y vuelve a sonreír, ve a Rovan a los ojos, esos oscuros en los que le gusta saberse atrapado. ​No puedes huir Rovan, no esta vez. Mi ojo tampoco lo permitiría. ​

Leo tu corazón. Su verdad, la que llora en lo profundo y vislumbro la luz que es arrancada por el blanco fuego de tu historia. Tu mudez, tu resignación. ¿Quién amaría a una criatura que está maldita? Si permites que se quede pasarían juntos esa estación de matiz argentado. Lo tentarías a pecar y ya no habría vuelta atrás. Él moriría. No puedes imaginarlo muerto porque se quebraría tu corazón más de lo que ya está quebrado. A pesar de eso te considero egoísta. No eres feliz, y si lo fueras, no lo merecerías.

Un vidente que te robó el corazón.​

 

Por Vanessa Sosa Vargas

 (Mérida, Estado de Mérida, Venezuela)

Historiadora del Arte, egresada de la Universidad de Los Andes.​Inicié en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformé después, en relatos más extensos. Soy aprendiz de escritora, autodidacta y el seudónimo por el que soy conocida en el mundo de la escritura es Sinfonía Universal. Este seudónimo lo tomé porque siento que mis historias y yo tenemos mucha conexión pues para mí la música es sagrada y cada uno de mis cuentos posee una melodía con la que ha nacido y que la caracteriza.​Me especializo en la fantasía porque es el género que más escribo, sin embargo, hay mucho por mejorar. Siempre se aprende algo nuevo hoy en día y tengo mucho que aprender. Algunos de mis relatos son “El Cantar de la Compasión”, “La Caída del Sol”, “El Joven de los Lunares de Estrellas”, “Una Buena Vida”, “El Consorte del Cielo”, entre otros.



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1 Comment


JOSE L PEREZ
JOSE L PEREZ
Jun 22

Excelente, muy buena publicacion.

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