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Demasiado bueno para ser verdad

Recuerdo claramente ese día. Caminaba alrededor del parque, observando los rayos de luz que se cuelan entre las copas de los árboles, las aves brincando de rama en rama, las personas sentadas en los bancos. Buscaba, cómo siempre, un mensaje del universo, una manifestación de lo divino, una sincronía. Entonces sucedió.

El tiempo dejó de existir, fue tan extraño. Fugaz y, a la vez, eterno. Cada imagen quedó grabada en mi memoria.

El cabello del chico rebotando en el aire, sus ojos cruzaron con los míos, decían: ¡Ayúdame! Para cuando recibí el mensaje yo ya estaba impulsándome hacia enfrente en una zancada. Mis manos golpearon su pecho con fuerza.

Vi su cabeza rebotar hacia atrás, exponiendo su manzana de Adán. Caímos al suelo. El auto que casi lo impacta pasó detrás de nosotros, derrapando sus llantas y sonando frenéticamente el claxon. Nuestros ojos cruzaron nuevamente, los suyos dijeron: Gracias.

Después de eso la realidad volvió a su curso normal. Nos levantamos sacudiendo nuestra ropa y Santiago se presentó. Dijo estar infinitamente agradecido y que sabía la forma perfecta de retribuirme. Yo asentí confundida.

Después de eso me pidió mi número telefónico.

Al día siguiente, por la mañana, regaba mis plantas cuando sonó el teléfono.

— ¿Andrea Martínez? —Preguntó una voz grave pero gentil. Era la madre de Santiago. Estaba muy agradecida por, en sus palabras: Salvarle la vida a su hijo.

— Te agradezco la atención de llamarme, creo que solo estuve en lugar y el momento para ayudar.

— Estar en el lugar y en el momento tiene otros nombres, entre ellos destino. Y tú actuaste como alguien que abraza el destino. — Me quedé en silencio.

— Como te decía, mi gratitud es infinita y quisiera comenzar a retribuirte invitándote un café. — Me sentí incómoda, nunca me gustaron las citas a ciegas, pero algo me atraía hacia esa línea de destino: Curiosidad.

Acordamos vernos en un café del centro a las cinco de la tarde. Mientras atravesaba la plaza pude ver una mesa en la terraza ocupada pon una elegante mujer madura. Algo en mi interior se contrajo, estaba segura que era ella.

La mujer me miró y alzó la mano, saludando como diplomática europea.

Angélica pidió un carajillo y entregó las cartas al mesero. Me miró a los ojos, con alegría, y sujetó mis manos que, hasta entonces, reposaban cruzadas sobre el mantel.

— ¡Me da tanto gusto conocerte al fin! Mi hijo tenía razón, hay en ti una luz especial. — Sonreí con timidez.

Luego de un instante de vibrante silencio, se me ocurrió preguntar.

— ¿Cómo está Santiago?

— Bien, está en un viaje de negocios. Le hubiera gustado estar aquí, pero hay asuntos que atender y, gracias a ti, tiene el pulso para hacerlo. Te envía saludos.

El mesero extendió frente a nosotras las bebidas humeantes. Coloqué el infusor cargado de frutos en el interior de la taza, y vi la esencia roja expandirse hasta pintar toda el agua.

— Bueno, seguramente querrás saber porque te cité aquí. Mi hijo ya me había dicho que eras maravillosa, pero tenía que confirmarlo con mis propios ojos. Ahora que lo he hecho, quisiera hacerte un regalo único.

Asentí en silencio y con la mayor serenidad posible. En situaciones como esa lo mejor es permanecer callado.

— Mi hijo y yo pertenecemos a una sociedad muy exclusiva a la que solo puedes acceder por invitación de alguno de los miembros. Esta oportunidad podría traer infinitos beneficios a tu vida.

— ¿Y de qué se trata esta sociedad? —Interrumpí sin poder evitarlo. Rogaba que no se tratara de un multinivel o algo parecido. Supongo que mi cuerpo mostró mi escepticismo. Angélica se hizo un poco hacia atrás y continuo:

— Entiendo que esto puede ser incómodo para ti. Y, debido a las políticas de la organización, no puedo revelarte más información en un lugar público. Para esta reunión solo es importante hacerte saber, que te hemos visto y queremos que seas parte de la familia. —En ese momento sacó de su bolso una flor de azahar, carnosa y perfecta.

Con un gesto solicitó mi mano y la colocó en mi palma. Luego añadió. — Conserva esta flor mientras sigas interesada en nuestra oferta, yo me pondré en contacto en un par de semanas. ¡Y alégrate niña! La vida te sonríe.

Se levantó de la silla, se colocó las gafas italianas, atravesó la cadenita que separaba el café de la plaza y, antes de doblar la esquina, volteó a verme una vez más, despidiéndose como Miss Universo. Miré detenidamente la flor en mi mano, preguntándome de dónde la sacó en pleno otoño.

Caminé a casa tratando de asimilar el encuentro. Por momentos sentía emoción, como una niña. Sentía ese gozo sin palabras de ser visitada por la magia. Sentía también mi ego alborotarse ante la idea de: Ser alguien importante.

Precisamente por eso, la mayor parte del tiempo le di vueltas al asunto de manera “objetiva”. Cuando buscaba “buenas razones” para que una sociedad secreta me quisiera como miembro, no encontraba ninguna. Y sí, evité que ese auto golpeara a su hijo, pero no me parecía gran cosa. Fue un reflejo, un impulso, un salto. Por supuesto, existía la enorme posibilidad de que fuera un engaño: trata de blancas, tráfico de órganos, rituales satánicos...

Para cuando llegué al departamento tenía una fuerte migraña, puse la flor sobre una repisa y me fui a dormir.

Por la mañana la vida se sentía normal. Me di un baño, desayuné y pasé el día entero trabajando en el estudio. Ya se había metido el sol cuando mis ojos encontraron nuevamente la flor de azahar. Se mostraba aún carnosa y perfecta. No soy bióloga, pero inferí que, cómo cualquier ser vegetal, para ese momento debería estar deshidratada, como papel, o en un estado viscoso, afectada por la putrefacción. La levanté y la observé con detenimiento, esta vez con ojo crítico. Buscando evidencia de que fuera artificial. Sus carnosos pétalos estaban frescos al principio, y después del prolongado tacto de mis dedos, adquirieron la misma temperatura que mi piel.

Suaves y aterciopelados, parecían de fragilidad infinita. Consideré la posibilidad de diseccionarla, de separar los pétalos de su centro, pero no me atreví. La migraña regresó, ¿Qué significaba esto? Me sentí vulnerable y frágil.

Invité a cenar a Gerardo, mi vecino de arriba, necesitaba una distracción. Pensé en contarle lo sucedido, pedir su consejo, pero no lo hice. Después de todo, se trataba de una sociedad secreta y, si yo tenía la posibilidad de convertirme en miembro, debía guardar el secreto. Me consolé con su humana compañía, ligera y cotidiana.

Al día siguiente, con determinación, metí la florecita en un frasco de vidrio y la guardé en un gabinete de la cocina. Los días pasaron con tranquilidad. El recuerdo de Angélica y Santiago me visitaba, primero con frecuencia

y luego más espaciado, hasta que dejó de ser importante. Al cumplirse los veintiún días, mientras regaba las plantas, sonó el timbre. La voz, grave y grácil de Angélica me saludó desde la puerta.

— Angélica, ¿cómo supiste dónde vivo? — Me tembló la voz.

— ¿Te parece extraño que hagamos una investigación detallada de nuestros futuros miembros? Disculpa que me aparezca así. Es principalmente por tu seguridad, y claro, para proteger los intereses de la sociedad.

Evalué la situación rápidamente, el coche de Gerardo estaba afuera, no estaba sola. Abrí la puerta. Una vez instaladas en la sala, con una taza de té, me entregó una hermosa caja de madera. Al abrir la tapa, vi resplandecer un lingote de oro. Mientras lo contemplaba atónita Angélica dijo, como siempre, muy amorosa:

— ¿Qué me dirías si te dijera que todo lo que has soñado puede ser tuyo?

— Es demasiado bueno para ser verdad. Yo no tengo nada que ofrecer.

— No tienes, ¡Eres! Deja la lógica de lado, niña. Nuestra sociedad se rige por otras reglas. Considera este regalo como un símbolo de las muchas posibilidades. Y por favor, no te sientas jamás obligada. La elección es tuya. —

En la puerta tomó mi mano afectuosamente y se despidió con una mirada.

Me quedé sentada contemplando la caja. Afuera el sol había terminado de ocultarse y el lingote brillaba en un verde pálido y frío. Me sudaban las manos, me retumbaba el corazón. ¿De verdad esto estaba sucediendo? El mundo en el que me habían enseñado a creer es ese en el que las sociedades secretas extraen adrenocromo de los

cerebros de los niños. Estaba consciente de que me encontraba en el momento de la película para retirarme y salvar el pellejo. ¿Lo estaba? Ya tenían mi dirección, sabía demasiado.

El miedo me invadió, aventé la caja y me asomé a la ventana. Todo de color azul, no había autos ni personas en el panorama, sólo el habitual sonido de los grillos. Al regresar la mirada a la caja, ahora en el suelo, descubrí una pequeña carta que acompañaba el obsequio. Sellada con cera roja y un escudo. Se parecía al de una casa real

europea pero minimalista y muy geométrico. En el interior venía el nombre de un banco conocido e instrucciones para transformar dicho lingote, si así lo deseaba, en dígitos en mi cuenta bancaria. La carta concluía con la siguiente leyenda: Esperemos disfrute este detalle, siéntase libre de hacer con él lo que desee.

Al día siguiente, siguiendo las instrucciones de la carta, agendé cita con el gerente del banco. Después de entregarle la carta, me escrutó con la mirada por largo tiempo. Luego, con una extraña reverencia, me ofreció el

asiento y cerró las persianas. Tras solicitar que le extendiera “el detalle”, se colocó un monóculo de joyero y lo observó con detenimiento, lo pasó bajo una luz ultravioleta, y concluyó el trámite ingresando varios pares de ceros en mi cuenta bancaria. El funcionario aclaró que estos fondos quedaban libres de impuestos.

El hechizo del dinero hizo su efecto. Podía sentir el poder corriendo en mis venas. “Todo lo que has soñado puede ser tuyo”. Me di cuenta que nunca me había permitido soñar sin límites, no conocía los anhelos más salvajez de mi alma. Apareció frente a mí un vacío nunca antes contemplado, sentí vértigo.

Desde la flor de azahar me había preguntado cómo interpretar la situación. ¿Era esta una señal del universo? ¿Una invitación a confiar? ¿Era una distracción en el camino? ¿Una forma de autodestrucción? El azahar es símbolo de pureza. El oro, regalo para los reyes, la carne de los Dioses, también un anzuelo para los ambiciosos, la trampa favorita del diablo.

Para cuando llegué a casa tenía los nervios destrozados. Mi cuerpo iba de la dicha al terror, de la libertad a la muerte. Mi rostro estaba petrificado en una sonrisa de psicópata y pude sentir mis ojos desorbitados. Pensé que no había forma de evadir la situación y ¿de verdad quería escapar? Nada de lo que había sucedido hasta ahora era negativo, sólo demasiado bueno para ser verdad.

Dando tumbos y rompiendo dos tasas logré preparar un té cargado de pasiflora que bebí al hilo. Ya sintiendo sus efectos soporíferos me dije a mi misma que las decisiones se toman con la cabeza fría y con esa premisa me perdí en el sueño. Así comenzó la espera.

Los primeros días los pasé vaciando en papel todas las posibles líneas de tiempo que se me pudieron ocurrir.

Muriendo de miedo y paranoia algunas veces, soñando despierta tantas otras. Sin importar en que extremo me encontrara, se sentía diabólico.

Después de cumplirse los veintiún días comenzó el delirio silencioso. La lógica desapareció. Dejé de trabajar, dejé de salir, dejé de comer. Me abrumaba la posibilidad de que la aventura hubiera terminado. Quizá no pasé la prueba del lingote, quizás fue un experimento del gobierno. Me sentía en un agujero oscuro, observada pero sola.

Tras varias semanas en el infierno. Una mañana, al abrir los ojos, noté inmediatamente mi ligereza. Todo lo sucedido parecía solo un confuso sueño. Recordé que cada día era un regalo y que quería vivirlos con diligencia, valentía y amor. Mi primer acto fue regar las plantas, que estaban casi muertas, mientras les cantaba sonó el

teléfono.

...

— Mi niña, ha llegado el momento de que tomes tu decisión. Estamos ansioso de ser testigos de la explosión de tu potencial. Posibilidades infinitas, salud y belleza eternas. Si estas convencida de querer una vida extraordinaria lo único que debes hacer, en este preciso momento, es comerte la flor de azahar que en nuestra primera reunión te regalé.

 

Por Mariana Quijano

Desde niña me ha gustado contar historias, lo hago con palabras, con imágenes y con movimiento. Soy un entusiasta creadora de universos diegéticos. Una soñadora práctica y

versátil. Soy mujer, soy humano, soy animal, soy tierra y polvo de estrellas. Nací en los noventas en el Distrito Federal, a mucha honra. Amo Querétaro que ha sido mi hogar desde la más tierna infancia, estudié diseño, soy viajera... Nada de esto es tan importante, creo que no es inteligente el negar de dónde venimos, pero sí que debemos transcenderlo, todos somos más que nuestra historia y cultura. Cuestionemos y juguemos con lo sagrado.

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1 Comment


Mariana Gova
Mariana Gova
Jul 20, 2021

Excelente relato, me encantó lo descriptivo que es; desde el primer renglón me atrapó. Felicidades a la increíble escritora y gracias por la difusión.


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