Observo la luz de mi habitación volverse violenta, después roja, y finalmente todo se cubre de oscuridad. En la penumbra surge el brillo de unos ojos espectrales.
Aquella presencia sólo aparece cuando el vibrador alcanza su máxima potencia, justo cuando el sonido es más intenso que mis propios gemidos. Nunca hace otra cosa que mirarme, hasta que llego al éxtasis, entonces desaparece y el mundo a mi alrededor regresa a la normalidad. Hoy no quiero que esa normalidad regrese.
El olor de mi perfume se mezcla con mi sudor. Mi aliento es atrapado por el aire sofocante que parece aplastar la habitación. Extiendo una mano hacía las pupilas que me observan con hambre voraz. La presencia se acerca, toca el vibrador todavía encendido en mi interior y al instante se mueve más rápido.
La oscuridad se distorsiona, la luz vuelve a ser roja, después violeta, pero la presencia sigue ahí, como una imagen borrosa que mi vista no es capaz de enfocar. Los huesos de mis manos se rompen ante la presión que ejerzo en ellos, mis pies sufren el mismo destino a los pocos segundos. No sé lo que hace la presencia ahora, ni lo que hace conmigo.
Mi cuerpo entero tiembla mientras lo siento estallar, poco a poco, conforme mi orgasmo se libera. Un gemido escapa de mis labios y no logro recuperar el aire que se va con él. Lo último que escucho es el sonido del vibrador en su máxima potencia.
Por Alejandra Q. Pérez
(Jalisco, 1999)
Egresada de la Lic. en Escritura creativa (UdeG). Ha publicado en diversas revistas y antologías digitales y físicas. Ponente en el Primer Encuentro de Estudios Frikis (Colef: 2023); en el Primer Encuentro de Minificcionistas en Jalisco (UdeG: 2023); y en el Segundo Encuentro de Mujeres y el estudio sobre Asia (Hotaru Centro Cultural: 2024). Columnista en la revista Penumbria con la columna temática Los tesoros del Corsario negro, centrada en desentrañar la figura del pirata y su relación con lo fantástico en la ficción artística.
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