Todos disfrutaban ver bailar a esos robots con forma de perro, sin embargo yo me preguntaba: ¿cómo era posible que les causara tanta emoción ver pedazos de fierro moviéndose? A lo lejos, sonaba el ruido del televisor y acariciaba a mi perro, le susurraba tiernamente que siempre iba a preferirlo a él que a una máquina sin sentimientos, sin calidez y sin corazón. Decidí dejar de pensar en ello, pero una noticia me sacudió por dentro: una rara enfermedad había surgido en todo el mundo, acababa con los perros repentinamente, hasta el momento no existía una cura. Abracé fuertemente a Orión, lloré y pasé observándolo toda la noche. Pasaban los días y los gobiernos no podían ponerse de acuerdo sobre el origen del virus; los medios de comunicación repetían a todas horas que no sacáramos a nuestros perros y que debíamos tomar distancia de ellos. Muchas personas empezaron a abandonar a sus mascotas en las calles y en los parques; también los gatos fueron víctimas de dicho virus, y del miedo atroz de sus dueños.
Los meses transcurrieron, millones de perros fallecieron mundialmente. Eran muy pocos los que quedaban en el planeta Tierra; cada nación había optado por tener un Centro de Resguardo Canino para evitar su extinción. Las pocas personas que aún tenían perros en su hogar los mantenían ocultos, pues preferían verlos morir en sus brazos que alejados de ellos. Algunos afirmaban que los perros prontamente iban a ser remplazados por robots; otros expresaban que los escasos especímenes que quedaban serían usados para fines científicos. Y realmente así ocurrió, de vez en cuando, los noticieros transmitían fotos y videos desde el CRC, donde los perros parecían felices y libres del virus. A pesar de eso, varios teníamos nuestras sospechas; en alguna ocasión un periodista independiente se infiltró al CRC de la Ciudad de México, no encontró a ningún animal feliz como en la televisión se simulaba, sino que los halló criogenizados. Los que si lucían libres eran unos cuantos perros robots que estaban en otra habitación. Hasta el momento, dicho periodista se encuentra fugitivo, pues reveló información secreta. Los medios de comunicación advirtieron que era una gran mentira del pseudo periodista. Cientos creyeron eso, otros no lo hicimos…
Pasaban los días y Orión seguía conmigo, éramos únicamente nosotros dos. El CRC tenía a sus propios agentes, los cuales realizaban rondines a todas horas, no sólo por tierra, también por vía aérea; usaban drones para ubicar a perros y dueños desobedientes. Hace unos días un joven había sido golpeado por agentes del CRC, con la finalidad de que les dijera dónde tenía a su perro; lo habían visto comprar croquetas ilegales (estaban descontinuadas en el mercado, ya casi nadie tenía un perro). Yo tenía que darle de mi alimento a Orión, de vez en cuando le daba croquetas que compraba ilegalmente en el barrio chino de la ciudad, no obstante, estos días prefería no acudir ahí, pues se sospechaba bastante de la zona. Los veterinarios igualmente trabajaban con cautela, muchos no querían ser arrestados por haber ayudado a un perro, por eso los dueños teníamos que aprender algo de medicina canina.
Medio año pasó, a nivel mundial corría la trágica noticia de que los perros se habían extinto. Los CRC de todas las naciones habían fallado en encontrar una cura para los canes. Todos los medios lamentaban lo ocurrido, pero segundos después surgían anuncios, donde perros robots bailaban al ritmo de música electrónica. Semanas después, nos decían que eran un gran consuelo y ayuda para los seres humanos: podían bailar, cargar cosas pesadas, tenían luces y sobre todo, serían enviados a Marte y al espacio en búsqueda de vida fuera de nuestro planeta. Comenzaba a pensarse en el comercio de perros robots. Para mí todo esto apestaba, ¿a qué grado habíamos llegado como civilización para preferir a un robot que a un ser vivo? ¿Estaba fallando como ser humano a la teoría de Darwin? ¿Cuál había sido la verdadera finalidad de los CRC?
Me sentía enferma de esa realidad que nos vendían. Ahora los perrots, como yo los llamaba, estaban siendo más que un experimento galáctico, prontamente podrían ser nuestras “mascotas”, nuestros “amigos”. Orión me miraba y yo lo acariciaba, me sentía muy feliz de su existencia, sabía que era afortunada de tenerlo y verlo crecer. No estaba segura cuánto tiempo podría seguir así, pues los agentes del CRC seguían realizando rondines. Sospechaban que éramos unos cuantos los que aún teníamos perros. Mi departamento estaba ajustado para que no se filtraran los ladridos; parte de la sala era una calle improvisada, lo ponía a tomar sol con cautela, no quería que los drones lo vieran. En ocasiones el llanto se apoderaba de mí, tenía miedo y muchas dudas, no podía confiar en nadie; me preocupaba Orión porque enfermarme no era una opción.
Su cuerpo era frío, sin pulsaciones, sus ojos eran los de un cadáver, no tenían brillo, carecían de vida, sí, así era mi perro robot. Ya habían pasado dos años, desde que Orión fue capturado por agentes del CRC; el gobierno había invertido en drones con detector infrarrojo. Simplemente volaban y veían a través de las paredes de las casas y departamentos, si aparecía un ser con forma de perro inmediatamente se les avisaba a los agentes y estos llegaban a “resguardarlos”. En total, veinte perros decomisados, alejados de sus dueños y de lo que en algún momento conocieron como cariño y amor. Todos los días pienso en Orión, en su carita y travesuras que me fueron arrebatadas; acudía día y noche al CRC, nunca me dejaron verlo. Tuve que ser más lista que ellos y escabullirme dentro; llegué a una habitación oculta, donde estaban cientos de perros criogenizados, entre ellos Orión. Quise sacarlo de ahí y llevármelo conmigo, regresar a casa. Le grité su nombre, abracé la capsula fría esperando que despertara, no fue así. Los agentes me vieron, sacaron y amenazaron. Desde esa noche, no soy la misma. Extraño a Orión, sé que aún existe pero está congelado, realmente desconozco para qué tienen a los perros de esa forma. Se rumora que es para poblar algún planeta con ellos, otros dicen que es el comienzo de una “Arca de Noé” y que muy pronto harán lo mismo con los humanos y otras especies. Mientras tanto, en la ciudad se le ha asignado un perrot a cientos de personas, entre ellas yo. Tenemos prohibido tirarlos o tratar de deshacernos de ellos de cualquier manera; las multas son imposibles de pagar, mucha gente ha ido a parar a prisión por eso.
Lo odio. Odio su aroma, su falsa alegría y entusiasmo. No me gusta su modo de caminar y el ruido que hace. A veces me asusta la manera en la que me mira, siento que está conmigo sólo para observarme, como si yo fuera un espécimen o una presa. En ocasiones, mira extrañamente el cielo y la luna, pareciera que busca una respuesta desde el espacio o a un dueño de hojalata como él. Yo miro el cielo buscando llegar a Orión y protegerlo como no pude. Espero ser criogenizada en algún momento, quizás despertar después de mucho tiempo y poblar un nuevo mundo, en el que habitaríamos juntos. A lo lejos, miro el noticiero, el cual es conducido por humanoides advirtiendo de un virus casi letal para los humanos…
Por Deyanira Flores
(CDMX, 1993)
Estudios: Egresada de la licenciatura Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM.
He escrito varios artículos para la revista rúbrica de Radio UNAM, como:
“Día del árbol: la lindeza es de color verde y café”, revista rúbrica de Radio UNAM, CDMX, 2020.
“Una labor de todos: Documentos Accesibles”, revista rúbrica de Radio UNAM, CDMX, 2020.
“Ámate y atiéndete: cuidados ginecológicos”, revista rúbrica de Radio UNAM, CDMX, 2021.
“Reinas y reyes del pop: ABBA”, revista rúbrica de Radio UNAM, CDMX, 2021.
“A su manera: Frank Sinatra”, revista rúbrica de Radio UNAM, CDMX, 2021.
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