El vaquero arribó cansado, agotado, a la pradera. Existían atisbos en la zona de un carnaval tardío. El joven vaquero había perdido sus pistolas, pero no le importaba mucho aquel desastre, no las necesitaba. Estaba a salvo sin ellas (y los demás lo estarían también). Hacía mucho que había escapado de sus captores y planeó iniciar una nueva vida en la tierra del sol poniente, en un equilibrio naciente. Criaba esperanzas y luego éstas se desvanecían. ¡Empezar una vida similar a la de los seres humanos que le circundaban! No podía. Él no era humano. A cada paso que daba una titilante lucecilla le seguía. Al observar con cuidado le parecía notar la figurilla de una niña verdosa que lo acechaba con simpatía. La ignoró. Solo había una meta en su mente: hallar a alguien que lo quisiera tal como era.
El carnaval se desenvolvía más allá, en el poblado. Aquella fiesta nocturna podría serle de ayuda para conseguir su fin.
Cayó la noche. No volvió a ver a la misteriosa niña, sin embargo, escuchaba ciertos susurros que buscaban hacerle plática. Él respondió a todas las preguntas agradecido de haber hallado a una amiga, pero solo era una niña. ¿Le entendería realmente? ¿O tan solo era un juego para ella? Podría quizá conocerla más, acercarse... Pero era una niña. No, no podría amarla. Acudió a las puertas del jolgorio nocturno. Se despidió de Nanu, así se llamaba ella, como los nenúfares o las nanúmedas, las flores que brillan de noche. Sintió gran pena, pero no claudicó. Una vez hubo llegado al poblado, se integró a la gente que por ahí había. Raudo, se dirigió a la fiesta en busca de su meta: el amor. ¡Tenía tantos deseos de hallarlo!
Ya en la celebración, vislumbró a personas muy felices, cantando, bailando, riendo, sonrojándose e incendiándose. Había viejas y jóvenes parejas abrazándose, besándose, queriéndose. Sintió envidia, tristeza. No pudo tomar cerveza, su organismo no era el de un humano. «Gentil hombre», así se llamaba, anunció su nombre y se quitó el sombrero frente a las gentes que disparaban petardos de algarabía por doquier. Todos los que lo vieron se rieron, se burlaron de él cuando lo contemplaron tal como era. El robot salió corriendo del lugar, sentía una hondísima tristeza mas de sus ojos no salían lágrimas. Fue consciente de que nunca podría estar con los hombres, ni siquiera como sirviente. Se alejó por los alrededores de una llanura desértica, donde se hallaban restos de lo que había sido un circo. Ese era su lugar, la soledad y los recuerdos. Una luz frente a él se encendió. Era Nanu. Se acercaba con lentitud. Llevaba un corazón hecho de plantas mágicas, destellaba un ensueño verde fosforescente. Nanu se lo obsequió a «Gentil robot», así lo llamó. No era realmente una niña, sino una duendecilla. Era bonita, de piel verde, tenía un vestidito turquesa. Debido a su pequeñez parecía una infante, no obstante, era una joven criatura del bosque.
El robot se colocó el nuevo corazón, el cual saltó dentro de él. Volvió a mirar a la linda criatura, se entusiasmó con ella y le tendió la mano. Antes, hacía mucho tiempo, había oído algunas historias que narraban la advertencia de que no se podía confiar mucho en los duendes, pues son muy ambiciosos. Pero desoyó aquellos consejos, tal vez provenientes de sus olvidados creadores. Ella sabía que era un robot, siempre lo supo, desde que lo vio por primera vez, y aun así lo aceptó. Tal vez tuvo compasión de él. Quizá solo sintiera deseo. A lo mejor, por su naturaleza juguetona y emprendedora, no lo quería tanto como éste a ella.
Quizá con el tiempo llegaría a amarlo con todas las fuerzas de su naturaleza bondadosa.
¿Quién sabe?
Lo cierto es que no conozco muy bien a estos seres excepcionales.
Por Carlos Enrique Saldívar
(Lima, Perú, 1982)
Es codirector de la revista El Muqui. Es administrador de la revista Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010), El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019), El viaje positrónico (en colaboración, 2022). Compiló numerosas muestras literarias, nacionales e internacionales.
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