Hay pocas verdades no escritas en la vida, una de ellas es que todo comienza en el mar. La región entera estaba catalogada como zona de desastre y debido a tormentas magnéticas residuales era imposible viajar en avión o helicóptero, lo que hacía el traslado marítimo la única ruta viable. El viaje duró más de dos horas, y la ansiedad de la espera era lo peor.
— ¿Qué crees que encontraremos al llegar, Kurt?
Lawler era mi acompañante en esta clase de situaciones, uno imaginaría que por su constitución delgada los trabajos de oficina eran más adecuados para él, pero era sorprendentemente bueno desempeñándose en el campo.
—Lo mismo que las otras dos ocasiones… ruinas y destrucción.
El barco se detuvo lo más cerca que podía de la isla de Santo Porto, el resto del trayecto debíamos hacerlo en lancha, una pequeña de color anaranjado con un motor gris nos fue prestada y partimos a toda velocidad.
A medio trayecto las cosas empezaron a ponerse extrañas, enormes pilares con terminación filosa como si de agujas se tratasen de alguna clase de mineral poroso se habían formado sobresaliendo de la superficie marítima y se extendían por varios metros encima del nivel del mar.
Decenas de ellas formaban un camino siniestro que nos llevaba directo hacia la isla.
— ¿Qué crees que sean esas formaciones, Kurt?
—No tengo idea, pero mantente enfocado, esas cosas no son la razón por la que estamos aquí.
Al llegar a lo que quedaba del puerto, con cabañas destruidas y barcos hundidos, nos esperaba uno de los hombres a cargo de la operación.
—Doctor Kurt Gaona, que bueno que nos acompaña, soy Devin Eliopoulos y estoy a cargo de esta operación.
Devin nos ayudó a descender del bote y los soldados a su cargo bajaron nuestras mochilas llenas de herramientas.
—Hubiera llegado antes de no ser porque el barco nos dejó a 5 kilómetros de la zona.
—No se preocupe, estamos enterados de eso.
— ¿Y qué tenemos aquí?
—Lo mismo de las otras veces.
La zona entera estaba destrozada, casas de madera en ruinas, caminos perdidos, árboles arrancados, vehículos volcados y los miembros del ejército tratando de hacer su mejor esfuerzo rescatando algunos sobrevivientes y llevándose los cadáveres lejos para poder identificarlos posteriormente.
— ¿Otra vez salieron del mar?
—Docenas, pero inteligencia ha especulado que se tratan de simples parásitos
— ¿Espera… parásitos? Eso significa…
Frente a mí un vehículo tipo grúa arrastraba el cuerpo de una de las criaturas responsables de la destrucción. Su cuerpo se asemejaba al de un misil, cubierto con una especie de coraza sobre su espalda y débil y blando en lo que parecía ser el vientre, las largas colas dejaba surcos en el lodo y lo único que indicaba que era su cabeza eran unas mandíbulas en el lado opuesto a las colas.
—Igual que las veces anteriores no sobreviven mucho tiempo fuera del agua y según informes no actúan de forma coordinada, destruyen y matan con desesperación lo que tengan enfrente, incluyendo a otros como ellos.
Lawler estaba impactado, era la primera vez que veíamos a una de esas criaturas.
— ¿Pero cómo saben que son parásitos?
Eliopoulos se quedó pensativo un momento hasta que finalmente nos llevó a la razón de nuestro viaje: una pequeña choza estaba intacta, parecía que las criaturas la habían pasado por alto. Igual que en los otros dos ataques.
Ingresamos a la casa y todo estaba en perfecto estado, libros acomodados en los muebles, platos en su lugar, incluso la cama estaba ordenada. Pase mi mano por la mesa y me lleve una gran sorpresa al ver la capa de polvo. Todo estaba cubierto por polvo.
—Este sitio lleva varios días abandonado.
—Por eso está usted aquí doctor, hay tres ataques en ciudades costeras por extrañas criaturas que salen del mar y en las tres situaciones hay una casa que queda intacta.
— ¿Han investigado de quién es la propiedad?
—Estaba a nombre de Rick Fine, y como puede imaginar esa persona no existe, no hay ningún registro, ni acta de nacimiento ni identificación. Preguntamos a algunos sobrevivientes y nunca escucharon ese nombre.
Debía haber algo, así que revisé el refrigerador y descubrí restos caducados cubiertos por moho de colores. En la recamara había trajes negros bien planchados y en sus respectivas bolsas protectoras, los cajones estaban ordenados, como si se tratara de algún fanático del orden. Sin ninguna pista me dirigí hacia los libros y encontré elementos de química, biología especulativa, física teórica, quántica, viajes en el tiempo y algunas historias de H.P. Lovercraft.
— ¿Crees que era alguna clase de loco… o un científico?
Le pedí a Lawler que continuara buscando, debía de haber algo que nos pudiera ayudar, entonces se me ocurrió una idea, busqué algo pesado de la mochila y encontré un pequeño martillo con el que me puse a golpear las baldosas del piso. Eliopoulos me miró extrañado pero no dijo nada. Después de veinte minutos mis esfuerzos dieron fruto y el sonido reveló que una de ellas estaba hueca. Entre los tres la logramos retirar y notamos una caja metálica rectangular de color gris. Estaba más pesada de lo que aparentaba y aparentemente estaba soldada.
Una de nuestras herramientas era un cortador láser que logró abrir una de sus paredes metálicas. El contenido de la caja eran varios papeles muy bien ordenados y una caja de plástico mucho más pequeña. Entre Eliopoulos y yo revisamos los documentos mientras Lawler tomaba la caja con curiosidad.
Los papeles eran en su mayoría garabatos sin sentido, líneas que conectaban con figuras geométricas mal dibujadas, heptágonos encima de heptágonos dibujados con una perspectiva de un solo punto y caracteres que nunca había visto en mi vida.
—Habrá que llamar a un experto en lingüística para que descifre esto.
— ¿Cree que las otras casas también tengan algo como esto?
—No está de más revisar.
Eliopoulos se alejó un poco mientras que yo seguía buscando alguna lógica con los papeles y Lawler abría la caja, que contenía una especie de transmisor.
—Está un poco caliente… y vibra.
—Esa cosa está transmitiendo algo… ¿Pero cómo era eso posible?
Pero segundos antes de que pudiera acercarme, la caja explotó en manos de Lawler. Caí al suelo con quemaduras en mis manos, y por un instante perdí el sentido. Eliopoulos regresó para ayudarme a ponerme de pie y verificó el pulso de Lawler negando con la cabeza. La explosión le había dado de lleno en el cuerpo y la cara. Estaba muerto. Maldita sea, nunca desee que el chico se involucrara en este trabajo para que terminara de esa manera.
—Sea quien sea que haya hecho esto lo hizo de forma premeditada, sabía que vendrían esos monstruos y descubrió cómo mantenerlos lejos. Y se aseguró de que nadie más pudiera saberlo.
—Y le aseguro, agente Eliopoulos, que me aseguraré personalmente de encontrar a ese bastardo y a los que estén detrás de todo esto.
Eliopoulos salió de la cabaña para pedir ayuda pero nunca regresó. Sintiendo que el dolor se volvía insoportable fui detrás de él, pero yo también quedé atónito. Desde la cabaña había una vista hacia la costa por donde había llegado y en donde habíamos visto esas extrañas estructuras puntiagudas… Y gracias al cambio constante de la marea acabábamos de descubrir que no eran rocas, se trataban de huesos gigantescos. El nivel del mar había disminuido lo suficiente para revelar un cadáver, el cadáver de una criatura gigantesca cuyo esqueleto revelaba graves heridas causadas por mordidas, mordidas de algo mucho más grande.
—Doctor, me temo que nuestras preocupaciones acaban de volverse mucho más grandes, parte esta misma noche.
Por Daniel Soriano "Ynad Bond"
Joven amante de las historias de ciencia ficción, espionaje, acción y aventura, fanático de los comics y con todo lo relativo a monstruos gigantes, una persona curiosa y un poco misteriosa. Le fascina la paleo biología y está un poco obsesionado con los dinosaurios desde 1993, le gustan los videojuegos, el ajedrez, dibujar, escuchar rock indy mientras imagina mundos alternativos y lucha constantemente contra el arte del procrastinar.
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