El conocimiento, vasto, extendía en el infinito espacio-tiempo sus prolongadas cavilaciones, encarnadas en individuos: seres con pensamiento independiente distribuidos a través del presente, pasado y futuro, buscando resolver su realidad, explicarla y entenderse, darle sentido a su propia existencia. En este universo surgió la ciencia, en un momento particular de lo que se consideraba “pasado”, como un producto de la curiosidad y la organización, del pensamiento y el miedo, como una mera herramienta de construcción acumulativa de la realidad. Entre el azar y la incertidumbre, a veces favorable, a veces desfavorable, la ciencia se desarrolló con una tasa variable, de acuerdo con la evolución social de sus ejecutores e intérpretes y en respuesta a las fluctuaciones culturales. El poder de la pregunta dejó de subestimarse, puesto que esta comenzó a brindar respuestas y, eventualmente, predicciones. El poder de la pregunta se convirtió en el poder de la presciencia, con un cierto grado de incertidumbre. Con la anticipación, llegó también la colonización, el control y el empoderamiento, la ausencia de miedo. Y comenzó un ciclo sin fin, donde la pregunta conducía a respuestas y estas conducían a su vez a más dudas. Los seres pensantes comenzaron a producir preguntas y respuestas en masa y denominaron como “Progreso” a este impetuoso ciclo, que efectivamente, no parecía tener fin.
Sin embargo, en los rincones del espacio futuro, la tasa de producción científica comenzó a ralentizarse cada vez más; el ritmo de planteamiento de respuestas se desaceleró puesto que las principales, alguna vez cuestionadas por los seres pensantes, ya habían encontrado su solución: ¿cómo se concilian las cuatro fuerzas del universo? ¿Cómo se crea la materia? ¿Qué es la energía oscura? ¿Cómo comenzó la vida? ¿Cuál es la fuente de la variabilidad de la vida? ¿Cómo revertir la entropía del universo? ¿Cómo crear la anti-gravedad? ¿Cómo viajar más rápido que la luz?
Las preguntas, lentamente, comenzaron a agotarse, hasta que no quedó un atisbo de duda en los seres pensantes, conscientes y orgullosos de ser los únicos en el universo conocido en poseer toda la información para convertirla en poder y dominar las fuerzas del cosmos a su antojo. Habían logrado comprimir el espacio, deformarlo, crearlo, transformarlo e inundarlo. El mundo dejó de ser nuevo para ellos ahora que sabían todas las respuestas. Las preguntas habían cesado. Y con ello, el aburrimiento hizo su ominosa aparición.
Pero no duró mucho. En algún momento del cosmos futuro, intempestivamente y sin razón, el universo comenzó su contracción. No había explicaciones conocidas, no había datos que respaldaran un evento así, ningún indicio, La singularidad espacio-temporal arrasó con todas las fuerzas a su paso. El inevitable colapso de los planetas y las estrellas a un ritmo vertiginoso indicaba la presencia de alguien controlando todo a su voluntad y capricho. Alguien más, para quien ese universo solamente era un caldo de cultivo experimental, un escueto bosquejo de vida que pretendía brindarles nuevas respuestas a sus preguntas.
Ante el asombro, en medio de la apabullante desolación de la inevitabilidad, los seres pensantes vieron así derrumbarse su paradigma.
Por Mical Karina García Reyes
(México, 1990) Bióloga de la Facultad de Ciencias, con estudios de maestría en ciencias biológicas por la UNAM. Participante del Taller de Escritura para amantes de la Ciencia Ficción desde 2020. Sus microficciones y relatos pueden encontrarse en la “Antología Hispanoamericana de microficción en pequeño formato” (Editorial Digital EOS, 2021), en la revista digital “Polisemia” (número XIV, 2021), en la revista Anapoyesis (número 1, 2021) y en la antología “Mujeres en la minificción mexicana (Editorial Digital EOS, 2021).
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