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El espejo de la fruta perdida

Me hallaron muerta
por haberme alimentado
a base de ciruelas.
Vera Larrosa

Una noche de septiembre, mientras el aire helado se colaba por las grietas de la ventana, me sumergía en la oscura y opresiva atmósfera de un libro que había encontrado en la biblioteca de mi abuelo. Un capítulo se detenía en las creencias medievales sobre los espejos, lo que me llevó a un pensamiento obsesivo y perturbador sobre la relación entre el reflejo y la realidad, entre el rostro y su reflejo. Pero el hilo de esa meditación se rompió abruptamente al sentir un hambre insidiosa que me empujó fuera de mi escritorio.

Con un movimiento casi mecánico, me dirigí a la cocina. Allí, el frío del refrigerador contrastaba con el calor denso de mi cuerpo, que llevaba horas leyendo. Entre las sombras que danzaban bajo la tenue luz, tomé una ciruela que había comprado a un vendedor ambulante. Su piel parecía más oscura y opaca de lo que recordaba, pero no presté atención. Lavé la fruta, sintiendo el agua helada recorrer mis dedos, y la acerqué a mi boca.

Fue en ese momento, justo cuando mis dientes tocaban la piel tersa de la ciruela, cuando algo incomprensible ocurrió. En lugar de la familiar resistencia del fruto, un rostro emergió de su carne, un rostro pequeño, pero horriblemente definido. La figura se contorsionaba, con unos ojos hundidos que me miraban fijamente y una boca que empezaba a murmurar palabras que no pude entender. Mi primer impulso fue soltar la ciruela, pero mis dedos, como atrapados en una red invisible, se negaron a obedecer.

El miedo, la noche y el frío se apoderaron de mí. Sentía la mirada del rostro, inquisitiva y acusadora, mientras continuaba murmurando palabras en una lengua que me resultaba extrañamente familiar, aunque incomprensible. Intenté razonar con la situación, pero el pánico me nublaba los pensamientos. ¿Qué era eso? No podía comprender por qué algo tan absurdo y aterrador me estaba sucediendo en la soledad de mi habitación.

Durante horas, permanecí allí, atrapado en un extraño pacto con aquella ciruela. A medida que avanzaba la noche, la sensación de claustrofobia se intensificaba. No sabía si era un juego de mi mente o una macabra revelación, pero lo que fuera me consumía lentamente, minando mi fuerza de voluntad. La ciruela, con su rostro agonizante, empezó a reflejar algo inquietante: sus rasgos, deformados por el sufrimiento, se parecían a los míos. Era como si ese rostro diminuto y grotesco intentara comunicarme un mensaje crucial, una verdad que nunca podría comprender del todo.

Finalmente, en la penumbra previa al amanecer, la criatura en la ciruela dejó de moverse. Su rostro se congeló en una expresión de dolor indescriptible, y una calma gélida me envolvió. Mi cuerpo se relajó, pero un vacío indescriptible se apoderó de mí. La ciruela había muerto, como si alguna esencia vital hubiera sido drenada de ella y yo fuera su único testigo.

Me quedé ahí, contemplando su cadáver diminuto, sin poder apartar la vista, pesarosamente. Era una muerte insignificante, pero a la vez monumental, que parecía arrastrar consigo un pedazo de mi alma. El eco de sus últimos gritos resonaba en mi mente, un lamento que nunca podría olvidar. Embalsamé con cuidado la ciruela, envolviéndola en papel, y la coloqué al lado de mi escritorio, un recuerdo de un misterio que nunca se resolvería.

Y aunque la mañana traía consigo la promesa de un nuevo día, una sombra persistía en mi mente, una sombra que susurraba que el veneno no estaba en la ciruela, sino en mí.

 

Por Ramsés Oviedo

(1993)

Estudió Filosofía en la Universidad Autónoma de Querétaro y Ciencias de la Información Documental en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Además de dedicarse a la docencia, editó la revista Diseminaciones. Tiene colaboraciones en La Santa Crítica, Página Salmón, Rialta Magazine, Nocturnario, Enquiridion, El Humo. Es autor del poemario Ignoto creador (Letra Capital, 2024). Actualmente dirige la asociación filosófica ANEFH, A.C. y codirige el sello editorial IEEG. Le encantan las enchiladas verdes y es aficionado de la Fórmula 1.


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