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Foto del escritorcosmicafanzine

El limonero

Siempre me ha parecido graciosa esa frase que dice: los trapos sucios se lavan en casa. Bien, pues yo los lavo en sueños. Hace tiempo se descompuso la lavadora y los trapos sucios empezaron a derramarse por la habitación entera hasta que un día decidí lavar todo, de una buena vez en uno de mis jardines favoritos.

En la colonia San Gabriel se encuentra una de las casas más fantásticas que he conocido. Cuando iba allí de niña olía a madera y a ese perfume de libros nuevos que deberían embotellar lo antes posible. En la parte trasera se extendía un jardín exuberante, siempre fresco y verde, sin malezas ni los cacharros viejos que solemos relegar a los jardines. Algunas veces, me atrevo a decir que la mayoría, las malezas crecen en el interior donde nadie las espera.

En una de las esquinas del jardín crecía un enorme limonero, tres veces más alto y fuerte que yo, cubierto con cientos de espinas punzantes. Un árbol tan viejo que nadie se atrevía a podar, aunque lo cierto es que cubría por completo la ventana de la habitación matrimonial donde ella y él dormían. Cuando me invitaban a pasar allí las vacaciones me compraban una alberca infantil inflable y bolsas enteras de globos coloridos. Bañarme en el jardín, dar maromas en el pasto recién regado, reventar los globos llenos de agua o ponerlos a flotar como burbujas, eran mis pasatiempos favoritos.

Sin embargo, el limonero también pasaba el tiempo en ese jardín:

Extendía plenamente sus ramas y se recostaba en la pared para observar con cuidado. Muchas veces sus espinas reventaban mis burbujas de colores y, entonces, el pasto tierno temblaba bajo mis pies.

El día que vuelvo me encuentro con grandes cambios: la puerta de entrada ya no me queda gigante, la sala y el comedor se recorren con menos pasos. En el jardín siguen la lavadora y el lavadero, el pasto sigue tan verde como antes y la ausencia del aire cítrico parece anunciar que el limonero falta.

Antes todavía no era ciega por completo, así que no estoy segura.


Dejo caer mi montaña de ropa sucia y empiezo a separarla. Pongo la lavadora y cuando ya lleva medio ciclo, empiezo a restregar en el lavadero otras prendas para avanzar el trabajo. El silencio me abruma y en ciertas corrientes de aire parece insinuarse ese perfume cítrico. Por unos minutos intentó ignorarlo, pero no estoy tranquila. La inquietud me pone los nervios de punta y decido resolverlo. Suspendo todo, apago la lavadora y guardó absoluto silencio. Un registro de sonidos es mi mejor herramienta. La casa parece estar vacía. Insegura me obligó a explorar el jardín.

Con la mano derecha toco la cerca y recorro el perímetro despacio. Un paso tras otro. Una esquina vacía; en la siguiente sólo me encuentro una telaraña que se me pega en los dedos y después podría estar el limonero. El tiempo va más lento y el pasto abraza mis pies, pero sigo. Percibo un bulto gigantesco y oscuro frente a mí que bien podría ser una sombra. Estiro las manos y, en el mismo instante en que escuchó la respiración pesada, sus espinas hacen brotar gotas tibias de mis dedos.

Tengo miedo, pero la adrenalina ya se ha encargado de ponerme en movimiento. Recorro las ramas y cuando encuentro un sitio sin espinas, jalo con fuerza, más de lo que me sabía capaz. El limonero gruñe y con su propia fuerza me levanta del piso, pero pateó, muerdo y araño hasta que ambos caemos. Las espinas me lastiman como antes, pero no lo suficiente como para detenerme.

Arranco hojas primero, luego, los brotes tiernos y las ramas más jóvenes. Sus raíces se han desenterrado con la caída y ya no tiene punto de apoyo así que todo es más fácil. Con calma hago crujir todo con mis brazos y bajo mis pies. Rompo, destruyó y respiro el óxido que va goteando de unas heridas que esta vez no son mías.

Cuando la respiración pesada deja de escucharse y los trozos maltrechos yacen lejos de la tierra fértil, ya puedo lavar tranquila. Enciendo de nuevo la lavadora y me enjuago los cortes. Luego, voy tendiendo la ropa a lo largo del jardín y caminó de prisa, despacio o como me plazca. Esta vez el rumor de las gotitas que van desde las costuras hasta el pasto verde, son mi única compañía.

 

Por Lupita Cortés

Lupita Cortés, "María Gu". La autora es socióloga y escribe desde su particular manera de no-ver el mundo.


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