Una mujer llamada Liliana quería tener un hijo. Y a pesar de que era adicta a la cocaína, eso no le importaba e intentaba con cualquiera. Estaba cansada de esa vida, por eso creía firmemente que un hijo la ayudaría a dejarla.
Una noche fue a buscar un poco de marihuana a casa de una amiga. Cuando estaba esperando en el salón a que su amiga regresara con la mercancía sintió sed. Se acercó hasta la cocina para servirse algo de beber. Mientras estaba cogiendo un vaso de uno de los armarios, la luz se apagó sola y sintió un aliento por detrás de su delgado y fino cuello… al darse la vuelta vio un tipo todo vestido de negro con una cara un poco extraña, parecía que llevaba un antifaz, con un pico de pájaro y sus ojos brillaban como el fuego… ella ni se movió. No lograba articular ni una única palabra. Tal era su conmoción. De pronto, su amiga regresó y aquel ser extravagante se evaporo. «Es una alucinación, se decía así misma. Producto de todo lo que consumo.» Se convenció a ella misma.
Su amiga le entregó lo que más deseaba en aquellos momentos, la pagó y se marchó.
Una vez en su casa, se lio unos cuantos porros de marihuana y mientras fumaba recostada en su viejo sofá. Volvió a ver la misteriosa “persona”. Él entonces se materializo y la empujó con fuerza para atrás, acto seguido se puso encima de ella, le abrió las piernas y la penetro ferozmente. Cuando más ella gritaba, más él se excitaba. Cuando acabo de violarla. Se volvió a esfumar. Lo que ella no sabía, no podía sospechar, es que antes de marcharse le había depositado una semilla.
Tres semanas después, ella sentía nauseas con o sin vómitos, especialmente a la primera hora de la mañana, dolor de cabeza y cambios constantes de humor. Así que decidió marcar una consulta en el centro de salud.
Allí le confirmaron que estaba embarazada. No se lo podía creer, iba a engendrar una nueva vida. Nunca más volvería a estar sola, ahora podía abandonar esa maldita vida que llevaba, comenzar de cero. Se sentía radiante, pletórica.
Compro ropita de bebé y un cochecito con los pocos ahorros de que disponía.
Unas cuantas semanas más tarde, el bebé se movía locamente en su barriga. Ella no sabía muy bien a que se debía eso, pero pensó que seguramente era una señal de alegría.
Liliana sentía que el parto estaba cerca. Había decidido hace mucho tiempo que iba a tener a su pequeño sola, en casa. Así que lleno la bañera con agua caliente. Encendió algunas velas. Preparo unas toallas limpias y se tumbó en la cama. Solo estaba concentrada en su cuerpo y en su bebé. Apenas tenía descanso entre contracción y contracción, no conseguía recuperar bien el aire. Cerró los ojos y se concentró, aquello era lo que más deseaba en la vida. Era su hijo, su tesoro. Ella tenía que conseguir traerlo a este mundo costara lo que costara. Con un ruido enorme, la bolsa explotó ¡Puf! La bolsa reventó con todo y empapo la cama. Así que con las fuerzas que le restaban regreso a la bañera que todavía mantenía el agua caliente, y se sumergió en ella. Allí su dolor disminuyo y comenzó a empujar con todas sus fuerzas. No sabía exactamente cuánto tiempo duro aquello porque acabo perdiendo el conocimiento. Cuando despertó, vio al bebé. Su primer impulso fue que se había ahogado ya que apenas pronunciaba un único sonido. Pero cuando lo cogió en sus amorosos brazos, permaneció petrificada.
El bebé estaba vivo, pero era monstruoso. Su cara era el cráneo enorme de un pájaro con un gran pico, sin ojos. Por contra, su cuerpo pequeño parecía de madera.
Su madre sola, encerrada en el cuarto de baño y en completo silencio estaba aterrada. Dejó al recién nacido tumbado boca arriba sobre el suelo de la bañera y corto el cordón umbilical con un cuchillo de sierra que utilizó después para clavárselo en el tórax. Y como si esto no bastara, para asegurar el resultado, extrajo el arma ligeramente y volvió a hundirla en el pecho del pequeño. La bañera se llenó completamente de sangre. Acto seguido se estrujo sus pechos para librarse de su propia leche materna.
Se secó y se cubrió con un albornoz; fue hasta el pequeño y deteriorado salón y saco del aparador: una copa de cristal, una botella de whisky una raya de cocaína.
Aquella misma noche, mientras su recién nacido yacía en una bañera fría y sin vida. Liliana se colocó como jamás lo había hecho antes.
Al día siguiente, se armó de coraje y con un hacha descuartizo al pequeño en cuatro partes, lo metió en una bolsa de plástico negra junto con su cordón umbilical, el cuchillo y el hacha. Salió de su apartamento en dirección al cubo de basura, donde deposito a su hijo indefenso.
Unas cuantas noches más tarde. Cuando todo esto había pasado un poco, y se sentía tranquila porque la policía no había conseguido identificar a la asesina. Se sentó confortablemente en el balcón de su casa. Contemplo el cielo y lo que vio la aterró mucho más que el nacimiento de su único hijo.
Allí mismo, frente a ella estaba la silueta de su niñito para recordarle cada noche lo cruel que había sido.
Por Silvia Carus
(Madrid, España, 1974) A base de esfuerzo y disciplina, conseguí poner fin a mis estudios.
En Inglaterra conocí a mi marido y obtuve el First Certifícate; por la Universidad de Cambridge.
Actualmente, vivo en Algarve.
Soy auxiliar de salud.
He completado varios talleres literarios.
Ganadora del concurso literario organizado por la revista: Teender Age.
Ganadora del concurso literario de terror del programa Crónicas en Llamas.
Autora de la novela juvenil: CALAMBRES.
Finalista con mi novela: SU ULTIMO PAPEL en el concurso de novela romántica corta. Sanditon.
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