El amor es la musa que susurra versos, que te ahoga y quema la garganta, y aunque sabes que la musa no te espera, te enamoras. Vas por las calles tomando fotografías, capturando los momentos que te encuentras en los parques, avenidas y plazas. Ese niño comiendo un helado te llama la atención, sacas tu cámara de la mochila, enfocas… aprietas el disparador. Congelas el momento en una imagen: es la esencia de la felicidad pura. Te gustaría regresar a esa edad. Suspiras. Decides caminar para ver qué más te encuentras. Después de un rato en la búsqueda de momentos, crees que ya es suficiente, así que regresas a la oficina.
El autobús está lleno, vas de pie observando a la gente, en tu mente se empiezan a formar historias que se complementan con las fotografías. Te urge llegar para tomar papel y pluma. Tardas una hora, te encierras y tomas asiento en tu silla, y sin preámbulos, agarras una hoja en blanco y dejas que tu mano dance en palabras. Le das un respiro, conectas la cámara a la computadora. Revisas, con lentitud, cada fotografía, cada esencia capturada. Te arden los ojos, llegó el cansancio; decides irte a casa, al llegar, te preparas algo de comer. Con plato en mano te encierras en tu habitación, enciendes tu computadora y comienzas a retocar las fotografías, ignorando el reclamo de tu cuerpo. Luminosidad por aquí, saturación por allá, te llevas la cuchara a la boca. Masticas lentamente disfrutando del sabor; te detienes unos segundos. Las mariposas vuelan en el estómago al ver ese retrato. Le restas importancia, sigues comiendo y trabajando. Una, dos, tres horas bastan para fastidiarte, buscas una película en internet para matar el cansancio en lugar de irte a dormir, a la par que entras a redes sociales.
Su punto verde brilla, está conectada y tu corazón comienza a palpitar con velocidad. Te debates entre escribirle o dejarlo pasar; haces lo primero. Tu “Hola” lo responde rápidamente, tartamudean tus dedos cuando te dice que ha pensando en ti. No sabes qué decir, pero te recompones y le preguntas sobre la tarea. Ninguno de los dos ha leído el libro que deben leer, no tienen tiempo suficiente para escribir aquel ensayo, sin embargo, se te ocurre motivarla; tú… sólo te dejas llevar dejando todo al azar, hasta que es el momento de escribir, pero no lo que pidió tu profesor, sino lo que gritan las rimas en tu cabeza.
Amanece, te quedaste dormido en algún punto de la madrugada, no sabes en qué momento, observas el reloj; ya vas tarde a la escuela. Te cambias, tomas tus cosas y sales mientras en tu cabeza siguen resonando palabras que necesitan ser escritas. Algo te llama la atención en tu camino, sacas tu celular y tomas una foto. Servirá de algo después. Llegas tarde a clase, ella todavía no ha llegado y, cuando lo hace, tu respiración se detiene. Se observan e intercambian una sonrisa. No escuchas a tu profesor, tus pensamientos divagan al igual que la pluma. Compartes tiempo con ella, cualquier tema de conversación es bueno: filosofía, libros, la vida, no importa si es de día o de noche, cada que estás con ella tu corazón se acelera, quieres darle el mundo. Tu mundo, pero… hay un inconveniente. El pasado tiene pies, hace presencia invocando viejos recuerdos en heridas casi sanadas; todos tenemos un innombrable, un Voldemort que suele ser convocado sin querer. Ella lo tiene, quiere dejarlo atrás, mientras tú quieres entregarle tu alma, quieres ser todo lo que necesita.
De pronto, tus insomnios comienzan a tener nombre, SU nombre; tu corazón escribe, el papel y la tinta se convierten en narradores de tu historia. La invitas a comer, acepta y tú gustoso vas todo el camino sonriendo, observando el mundo detrás de las ventanas del taxi en el que van. Ansioso y necesitado de emociones. Disfrutas ese momento, no quieres que acabe, propones ir al cine. Tu alma danza, y las letras se entrelazan unas con otras. Tienes poemas impacientes de comerse a Flores. Tus versos están hambrientos, piensas que quieren entrar como melodía. Te das cuenta que quieres que Flores, sin comillas. Flores. Flores. Flores escuche. Con mayúsculas, porque es nombre, no una rosa cualquiera. Flores que quieren tus poemas, y con anhelos escribes; el anhelo del terror, de lo místico. No una rosa, no un tulipán, no cualquier pétalo, sólo Flores. Sólo Flores. No una flor. Flores. La poesía está destinada a alguien. Por todos lados está, quieres decirle que tu amor es para ella, comienzas a convencerte en darle tu corazón por completo… le obsequias aquel girasol que deseó. Se está haciendo tarde, el amor comienza a cegarte; deseas escuchar tu nombre en sus labios, como verbo que penetre en tus entrañas. Tu impaciencia grita, deseas que te diga algo, deseas tenerla en tus brazos para protegerla, para que sea tu todo, compartir miradas en el ruido.
Enveran enveros enervantes sus versos,
el ritual invoca los tambores.Aspira a lo que aspira,
suspiros vibrifica.
Nada. Silencio. Comienzas a sentir un vacío en tu interior, algo se retuerce en tu estómago; es el miedo que corre por tus venas. Respiras. Apenas recuerdas lo que dijiste, no sabes lo qué les pasó, o el por qué. Ambos reflejan en sus ojos el acuerdo de fingir que nada pasó, aunque hayan sido momentos fugaces. Cada uno toma su propio camino, tú te sientes solitario, caminas por las calles concurridas, deambulas en la luz y oscuridad, en los colores y la música. Tomas foto tras foto, el disparador se escucha en incontables veces, el sol se esconde y esperas a que el telón oscuro caiga para capturar esas vidas entre las sombras. Su silencio es un vacío, te quema por dentro mientras llevas el fantasma de una sonrisa en tu cara. Todo es una mentira, la distancia ha quebrado tus versos que caen por el abismo del olvido. Dejas de intercambiar mensajes con ella, dejas de verla y, cuando tienes la oportunidad, tus ojos, sus ojos, no vibran. No salen sonidos de su boca ni de la tuya. No hay nada.
Tu inspiración se detiene
al compás del tiempo.
Es ahí donde ha desaparecido
tu figura en mis manos.
Tu corazón dicta en las noches de soledad, y los días se convierten en siluetas donde la ves. Tratas de apagar el fuego de tu espíritu, logras entablar conversación de nuevo, como si esa conexión nunca se hubiera apagado.. La miras hablar, eso te hace olvidar todo hasta que escuchas lo que tanto anhelabas: está enamorada. Te emocionas, tu corazón da un salto y las mariposas despiertan, pero comienzan a desvanecerse cuando escuchas el nombre del otro, no el tuyo. Es momento de sucumbir ante el real infierno. Tu alma cae a pedazos, y sabes que cada trozo tendrá una dosis de dolor.
La serpiente al sol le deshace los sentidos,
le derrite la idea de su Voz.
Lo envenena y de la medicina se aleja.
Te saca de tu vida, y no sabes por qué. Te sientes confundido, le entregaste todo lo que te pertenecía, pero no te diste cuenta que, ella nunca lo tomó. Quieres sacarte las entrañas, quieres dejarte consumir por tanto dolor.
Se marchita una flor,
en las hojas de tu andar
murió el último beso que nunca dio.
Tu poesía es maldita, la hoja, la tinta… tú. Eres el poeta maldito. El mismo que ha perdido su inspiración. El mismo que ha dejado que su infierno se avive con ferocidad. Eres el poeta que no fue amado.
Se marchitan las rosas
en mis manos
esperando…
Por Andrea Marín
Nacionalidad mexicana. Escritora. Estudió Diseño Industrial en la Universidad Anáhuac, México Norte. Egresada del Colegio de Escritores de Latinoamérica. Escribió y dirigió la dramaturgia La Nota, participó en la dirección y actuación en el montaje de la obra Contracciones de Mike Bartlett. Ha sido publicada en revistas como Nagari Magazine, Nudo Gordiano, Melancolía desenchufada y Salmón. Finalista del concurso de cuento número tres organizado por Escritoras Mexicanas. Forma parte de la colección de cuentos Mentes corroídas publicado por Palabra Herida. Colabora en Licor de Cuervo.
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