Estaba allí. Era un retrato tan solo. Pero parecía que tenía vida.
Pintado al óleo, por algún descendiente del famoso retratista paraguayo, Cándido Pérez. Yacía a la derecha de las escaleras…Era imponente, con un ampuloso marco repujado, de plata. Yo me despertaba viéndolo, y me despedía de él, todas las noches… Mamá siempre lo saludaba, y nos obligaba a saludarle, antes de dormir. Todos los días lo mismo. Era imposible no reverenciarlo, no sentir el mortificante peso de su mirada, cuando uno pasaba al lado.
Tenía una mirada glacial, de mar encrespado y oscuro, parecía la temible estatua de las películas de terror. Su uniforme militar era también llamativo…
Una levita azul de tela arrasada, de grandes solapas, que tenía una doble botonadura. De grandes hombreras, coronadas en charreteras doradas, con canelones de seda; los puños bordados con arabescos de ricos galones y mostacillas brillantes. Todo eso… Convivía con pesadas medallas relucientes, rancias alcurnias de desconocidas batallas.
Un águila plateado, de alas desplegadas, vigilaba en su quepis.
Siempre me dio miedo, aunque sea mi papá. Cuando vivía, también me daba miedo. Sí…Hermenegildo Solano López Centurión infundía un exótico temor.
La posición de mi papá ya era amenazadora. Bien firme, un brazo pegado al costado del cuerpo, y el otro, un poco más adelantado, apoyando su mano en la empuñadura del largo sable envainado.
Nunca se olvidó de su vida militar, siempre creyó que su familia era una copia del batallón. Se decía que su padre también fue soldado, que había participado en la Guerra del Paraguay, en la Triple Alianza, y que añejas prosapias adornaban su sangre, vestigios del Mariscal Francisco Solano López.
Yo no sé…Porque nunca hablábamos de eso con él.
Él solo daba órdenes. Y nos dominaba con la mirada, a todos nosotros. A mi pobre madre, y a mis dos hermanos. No lo llamábamos “papá”, como lo hacían todos los chicos del barrio a sus padres. Él nos decía, que en la casa, él era el único “Señor”, y así debíamos dirigirnos a él.
Yo tenía un hermanito gemelo, Pepo, con el que andábamos todo el día juntos. Si a uno le dolía la panza, al otro también le dolía. Si uno estaba contento, el otro también estaba feliz. Mi papá siempre se burlaba, decía que éramos dos muñequitos de cera, tontos y pegajosos, porque no podíamos vivir sin estar juntos. Y que Pepo nunca sería un hombre de verdad, ya que dependía mucho de mí. “Las mujeres siempre traen problemas”, era su frase preferida.
Mamá nunca se volvió a casar…Nunca supe si no encontró a nadie, o por temor a este soldado amenazante, lleno de caducas ínfulas militares, arrogante y presuntuoso.
Por otro lado, no sé cuándo realmente empezó la pesadilla…
Un día, Pepo, excitado, me dice, antes de dormir:
_¿Viste? A papá le falta un dedo.
_¿Quéééé?... Estás loco, Pepo… ¿Cómo le va a faltar un dedo?, le contesté
_Sííí…Fijate mañana, cuando lo saludemos. Fijate, nena…
_¡Mirá qué pavadas decís, pavote! ¡Dale, dormite!... Cerré la conversación.
Al otro día, me olvidé de investigar la mano de mi papá, y me olvidé de los delirios de Pepo. Él era así, muy imaginativo. También afirmaba que tenía amigos invisibles… ¡Qué tonto! Casi a los dos o tres días, ocurrió lo que ocurrió.
Mamá bajaba las escaleras, y se cayó como una bolsa de papas, su cuerpo quedó tendido, en frente a papá. Unidos para siempre, pensé yo.
Cuando el doctor vino, ya estaba muerta. Se rompió el cuello.
Fue un revuelo en la casa, nosotros estábamos sorprendidos, no estábamos preparados para el dolor. Siempre pensé que mi papá, a través de su santa custodia, nos protegería de todo mal. Él nos decía que siempre nos iba a vigilar, y jamás íbamos a separarnos. Parece que no pudo hacer nada, desde el Más Allá.
Entonces vino la tía Tita, a cuidarnos, a cocinarnos, a llevarnos a la escuela.
Lo primero que notó, era el cuadro de papá allí. Observándonos, como un ave rapaz. Me di cuenta que no lo quería, por el gesto de desagrado que hizo…
_Eh… ¿Y este monigote?...Es hora de que saquemos a este viejo de acá. ¡La guerra con el Paraguay ya terminó hace rato!... Dijo, pasándole el dedo por el sagrado quepis de mi papá… Como al paso, para molestarlo nomás.
Yo no sabía si reírme o santiguarme. Qué atrevida era mi tía, ¿no?
Al mes, estábamos todos muy compungidos y llorosos todavía, cuando Pepo me vuelve a decir: _¿Viste?, ¿Viste?...¡A papá le falta otro dedo!
_¿Qué decís? ¡Tarado!... ¿De dónde sacás eso, Pepo?...
Yo supuse que estaba muy dolido por la muerte de mi mamá, y se ponía a divagar, como siempre. En los días siguientes, tuvimos otra desgracia. A Juanita, mi hermana mayor, la atropelló un colectivo, cuando salía de la escuela.
Al mes, murió la tía Tita, en un accidente doméstico. Se resbaló en el baño, y golpeó fuertemente la cabeza contra la bañera. Yo la admiraba, porque fue la única que se atrevió a desafiar a papá.
Desde entonces, la casa quedó sumergida en una gran pesadumbre, ya nadie escuchó música, ni nadie más cantó, ni hubo olor a comida casera, ni a pan caliente. Todo era lóbrego, triste. Una gran nube negra se posó en nuestras vidas.
Yo ya casi me había olvidado de papá, y su famosa mano, de dedos fugitivos. Pero una noche, me picó la curiosidad, y bajé, expectante, a ver si era cierto el delirio de Pepo. Sobre todo, para retarle y decirle que deje de desvariar. Pero, me esperaba una horrible sorpresa. Miré con infinito espanto, que a la mano del sable… ¡Le faltaban tres dedos! Solo le quedaban el anular y el meñique, el chiquitito.
No hacía falta pensar mucho. ¡Pepo y yo éramos los siguientes!...
Huí de ese repugnante monstruo y subí las escaleras, despavorida y temblando… Ni le conté a Pepo que ya nos estaba esperaba la muerte. Pobrecito
A la madrugada, se desató ese terrible incendio. Lo último que olí, era ese humo denso, pesado, venenoso….Luego, calor, calor, calor… Por suerte, alcancé a arrastrarme penosamente, en la oscuridad, y me agarré fuertemente de las manitos de Pepo. Estaban tibias, debajo del acolchado. Él seguía durmiendo. ¡Pobre ángel! Nunca despertó. Los hombres vinieron como a las dos horas, y solo encontraron ladrillos humeantes y escombros. Pero todos ponderaban una sola cosa… Alucinante. Siniestra.
El retrato de papá seguía en el mismo pedazo de pared que quedó de la casa. Igual, igual. Intacto. Un bombero loco salió a decir que don Hermenegildo Solano López Centurión tenía una extraña sonrisa en los labios.
Por Raquel Pietrobelli
Profesora de Inglés. Trabajó durante 33 años en escuelas públicas y privadas.
Egresada del Instituto Dante Alighieri. Resistencia, Chaco.
Estudiante de Francés, en la “Alianza Francesa”, Resistencia, Chaco.
Egresada de Coaching Ontológico, de la “Fundación Instituto Argentino de Coaching”. Resistencia, Chaco.
Ha obtenido innumerables premios y distinciones dentro del país y en el extranjero, colaboró asiduamente en diarios y revistas, y actualmente en revistas Digitales, impuestas por la pandemia.
Seleccionada por el “ Instituto Cultural Latinoamericano”, Junín, Buenos Aires, para el intercambio Cultural de Literatura y Teatro, entre Cuba-Argentina,1.914. Integra el grupo de escritores, de varias provincias, que representa a la Argentina.
Seleccionada por el “Instituto Cultural Latinoamericano”, Junín, Buenos Aires, para el intercambio Cultural de Literatura y Teatro, Colombia-Argentina, 2.015.
Seleccionada por el “Instituto Cultural Latinoamericano”, Junín, Buenos Aires, para integrar el Intercambio Cultural de Literatura y Teatro: Barranquilla, San Salvador de Bahía, Brasil- Argentina. 2.016.
Tiene publicados tres libros. De Cuentos: “El Mundo sigue girando, Baby”, “La Muerte me anda buscando”. Libro de Poemas: “ Versos otoñales para dormir sin frazada”
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