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El secreto de la muerte

Actualizado: 28 feb

Me encontraba en medio de una calle, todo parecía tan solo y tranquilo hasta que sentí dentro de mi cuerpo una señal de alerta, sentí mi corazón acelerarse y mi respiración agitarse, me di cuenta que alguien me estaba persiguiendo y lo primero que hice fue correr, correr lo más veloz que pudiera hacerlo, correr como si tuviera alas en los pies pues realmente parecía una gran amenaza para mí. De un momento a otro me encontraba corriendo por todas partes y el corazón cada vez me latía más fuerte, brincaba muros de una manera impresionante debido a que me sentía amenazada y estaba tratando de huir, jamás había notado esa habilidad en mí hasta esa vez en la que me encontraba corriendo hasta casi volar, aun no lograba saber que era lo que me estaba siguiendo, lo único que tenía presente era que debía correr y escapar de aquello que venía tras de mí.

Debido al cansancio tuve que detenerme y fue entonces cuando logré ver lo que venía detrás de mí, era la muerte, la temible muerte con su manto negro y su guadaña, no le veía el rostro por suerte solo se veía la oscuridad de él, una sombra que su horrible manto oscuro dejaba cubrir. Al momento de darme cuenta de lo que estaba huyendo sentí un miedo terrible y el corazón me latía aún más fuerte que cuando comencé a correr cómo queriéndose salir de mi pecho, emprendí mi camino tratando de huirle a la muerte a pesar de que el miedo había logrado atontarme y las fuerzas se me estaban terminando, me sentía agotada y débil pero aun así traté de correr lejos de aquello que me venía persiguiendo y en lo que ya no quería ni pensar para no agobiarme, evitando así que el miedo terminará por apoderarse de mí agotando las pocas fuerzas que me quedaban para huir.

Entonces llegué a un punto donde me sentía acorralada, no habían muros que trepar ni más calles por recorrer, no había casas en donde encontrar refugio sólo el borde de un río que se veía profundo, no había salida y seguramente la muerte me atraparía fácil para llevarme con ella, tendría que aceptar mi destino debido a que no había logrado huir de la muerte, mi recorrido había sido en vano, mi cansancio era terrible, el llanto estaba por invadirme, ya me había resignado a que ese sería mi final hasta que llegué justo al final del camino y una estatua gigante se encontraba frente a mí, una estatua de aquel en quién confiaba plenamente, Dios.

En ese momento sentí mi corazón tranquilizarse y la necesidad de postrarme ante esa gran estatua de Dios se apoderó de mi, en pocos segundos ya me encontraba de rodillas ante él mientras las lágrimas brotaban de mis ojos dispuesta a aceptar mi muerte, dispuesta a dejar mi vida para dejar que ese ser que venía persiguiéndome me llevara con él, estaba tan resignada a mi fatídico destino pero segura de que Dios me consolaba, en el fondo estaba tranquila al llegar hasta ese punto y encontrarme con esa estatua. De repente cuando volví la mirada atrás quedé impresionada por lo que mis ojos veían, la muerte se veía indefensa y avergonzada, llegó frente a la estatua y a lado mío se postró ante los pies de la misma, se hincó mientras yo podía sentirle debilitada y casi a punto de estallar en llanto, de aquella muerte que parecía tan segura de llevarme, tan poderosa y aterradora no quedaba nada, solo la figura de la misma.

La muerte se veía tan débil, se sentó a la orilla del río con la cabeza baja y rompió en llanto, lloraba tanto que me dio compasión verla así, traté de hablarle pero no me contestaba. Me di cuenta que la muerte no era más que un simple ángel de las tinieblas que trataba de sentirse poderoso pero se doblegaba ante el poder del más grande, no dejaba de llorar haciéndome sentir la necesidad de consolarla y fue ahí cuando sucedió algo escalofriante, lo que me dejó helada, la muerte dejó ver sus huesudas manos y yo tomé una de ellas besándola, besé su huesuda y fría mano mientras poco a poco la escuchaba tranquilizarse cuando le decía "no te preocupes muerte, tu secreto está a salvo conmigo".

En ese momento abrí los ojos, me desperté de aquella pesadilla, estaba inconsolable, envuelta en llanto, la muerte estuvo a punto de llevarme y yo estaba consciente de eso, la muerte me hubiese llevado de no haber llegado ante esa gran estatua de Dios, un escalofrío me invadía de solo pensar en que quizá de esa noche no hubiera pasado pero si algo me había dejado esa terrible pesadilla era la enseñanza de que ni la muerte ni ningún espíritu maligno por más fuerte que pareciera es más poderoso que el espíritu más grande de todos y que a pesar de que muchas veces no valore mi vida aún no estoy lista para partir con la muerte.

 

Por Ruty Trevan

Mi nombre es Rut Ailis Treviño Del Angel, de nombre artístico Ruty Trevan, tengo 19 años. Nací y vivo en Matamoros Tamaulipas, México. Soy estudiante de psicología con un gran amor por las letras y el arte de la escritura, me encanta compartir lo que escribo y mi sueño es que muchas personas lean mis creaciones.





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