Al despertar veo un tatuaje en mi brazo. Es un sigilo que representa la ira, uno de los pecados más fáciles de aceptar y aunque no lo parezca de vencer. Porque los pecados solo son muestra del exceso que no debemos rebasar. Es necesario tener un constante recordatorio de aquello que puede ser nuestra meta en la vida. En mí destino no elegí honrarlo o capturarlo, pero era necesario llevar el trofeo que representa la llave del pecado. Las razones que me obligan a portar una marca que para la mayoría sería un código sin significado son por completo personales. No por eso presumo o repudio. Podré tener el sigilo tatuado en mi brazo, aunque el pecado está latente en cada corazón mortal.
El objetivo que me he planteado es encontrar al todopoderoso Djinn supremo, gobernante de los siete niveles oníricos del pecado. Este mundo esconde para la mayoría demasiados secretos, los cuales la humanidad no tiene disposición de entender, por lo tanto no los van a descubrir tan fácil. Para algunos malditos hay varias respuestas flotando en frente de nuestros ojos. Sin embargo, las mejores maravillas existen en universos paralelos, sobre todo en el infinito del sueño. Tan confuso para unos, tan palpable para otros.
El Djinn Adocep puede cumplir cualquier deseo, siempre y cuando demuestres ser digno, algo que solo es posible si tienes las siete llaves del pecado. Desde que nací, extraños demonios me han acosado, una herencia por parte de la familia de mi madre. La única forma de alejar esos demonios es a través de la sangre nacida. Con cada hijo es posible fraccionar la maldición. Sin embargo, mi madre solo tuvo interés en quitarse ese peso de encima y transferirlo hacía mí. Un par de hermanos harían mi vida más sencilla.
Al no ser así, además del acoso demoníaco, mi vida completa está en riesgo. Un simple deseo terminaría la maldición ya que he decidido no tener descendientes hasta arreglar el problema. Dedicado a buscar métodos capaces de quitar la maldición que corre a través de mis genes, encontré la leyenda de los Djinn del pecado, hasta llegar a Adocep. Tengo intención de hacer la travesía a través de los siete niveles hasta llegar al Djinn Supremo, así exigir que remueva la maldición que mi familia ha tenido que cargar.
El ritual para dar inicio no es complicado, aunque es dedicado. Hay que establecer un área adecuada y tener los materiales necesarios para estructurar el altar de uso. Cada pecado tiene su propio poema, así como un símbolo, un mineral y una fuente de luz particular. Cuando el espacio es óptimo se recita el poema imaginando con cada uno de los sentidos el pecado al cual hace referencia, mientras se mira la luz hasta alcanzar el camino. El cuerpo cae inconsciente, dispuesto a cruzar la puerta del pecado. No es necesario seguir un orden particular entre cada nivel —incluso es posible seguir un proceso similar para visitar directamente a Adocep—, sin embargo, todo tiene consecuencias. Llegar al Djinn sin los siete sellos sería una ofensa que se pagaría con el corazón. De la última parte no tengo pruebas, es la descripción del proceso que viene en el libro prohibido que es mi guía.
Elegí como primer pecado la ira, de ahí el sigilo tatuado en mi brazo, así comencé la aventura onírica. Fue necesario dibujar un símbolo de espinas, con una luz roja, sosteniendo un rubí. Con esos elementos a mi disposición el poema fue recitado, retumbando cada verso con furia, desgarrando el ambiente con cada palabra hasta sangrar con el fino filo de la piedra carmesí. No esperaba lograrlo a la primera, pero concentrarse en el pecado fue muy sencillo, con esos demonios tan cerca todo el tiempo, la frustración y resentimiento caminan constantes en mí torrente sanguíneo.
Cuando abrí los ojos me sentí en el sol. El calor era sofocante pero placentero. Contrario a enojarme más, la paz abrazó mi cuerpo con ternura. El brillo rojo como de un atardecer tranquilizaba mis sentimientos. Era un mundo onírico paradisiaco. No era la única persona que había transportado el subconsciente a esa trampa. Entre todos no era el único humano. Contemplando con orgullo sus tierras, el Djinn menor de la ira ofrecía calma a cualquiera que se pudiera alterar con la incomodidad. La misión que tenía este genio en particular consistía en hacer que cada uno recibiera todo aquello que causa ira como una bendición. Por ese motivo, el clima tan poco tolerable en una situación normal, ahí se sentía bien.
Casi olvidé mi misión, en ese momento la ira empezó a efervecer lentamente desde mis entrañas. Llamé al instante la atención del Djinn. De prisa, con su semblante terrorífico, que también atraía cierta paz se postró frente a mí. Analizando mi pesar con el ceño fruncido en un rostro rojo muy violento. Nada pudo hacer para deshacerse del malestar de mis propios demonios. Intentó otros medios para distraerme y regresar a la paz. Sentí mi derrota por un instante, pude regresar al punto cero. No duró suficiente para quedar cautivo de por vida en ese primer nivel de los siete. Por lo tanto, me molesté todavía más. Creció mi ira, hacia el djinn, hacia la maldición, hacia mi propia familia, mi madre. Una fuerte explosión roja sacudió toda la dimensión de la ira.
Esperaba un castigo. Desde mis pies se abrieron grietas en el suelo —también rojo—, surgió un diminuto torrente de lava como geizer. Todo mi cuerpo sufrió las consecuencias del calor de la furia. El djinn no disfrutaba, en cambio, se enojaba más que yo. La llave del pecado de la ira solo se podía conseguir de un modo, al interpretar adecuadamente el papel que representa. Gané así la primera batalla. Mientras me ardía la piel cuando el sigilo se dibujaba como si su djinn estuviera marcando cada línea con su garra.
Espero el mismo resultado con las otras seis llaves, aunque mi dominio en otras emociones es menos dominante.
Por J. Azeem Amezcua
(México, 1991). Licenciado en Diseño Gráfico. Maestro en Comunicación para medios Virtuales. Escribo cuentos desde los 15 años. A los 18 años empecé un grupo de escritores amateur llamado Anominis, activo por más de tres años. Desde entonces he participado en algunos concursos. Tengo unos cuentos publicados en la antología “Hoja en Blanco”; otro cuento en la “Antología 21-1” de Kanon Editorial; y dos cuentos más en la “Antología 21-2” de Kanon Editorial.
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