Absurdamente se piensa que los monstruos aterradores tienen forma, cara, identidad… pero el verdadero enemigo del humano son las voces atrapadas en la jaula de su mente, qué decir voces, los ruidos, respiraciones, lamentos que taladran las ganas de vivir o al menos, de vivir así. Lo digo por mí que fui llevado al camino en que hoy me encuentro, yo, que alcanzo la verdad al mismo tiempo que la libertad. Yo, que conocí las pesadillas de la duda y el desespero del nulo control de mi mente.
Soy Lucas y tengo veinticinco años. Habito una casa pequeña heredada por mis padres hace pocos meses. Hoy logré completar mis veinticuatro horas de vigilia, pero pensándolo bien ya no sé qué es peor. Me vi arrastrado a evitar la vulnerabilidad de dormir porque los fantasmas de la culpa siguen estando aquí. Lo he dicho y mantendré: -yo no lo maté, no fue mi culpa, él resbaló, pero sigue apareciendo esa misma escena. Andrés y yo caminamos bordeando el río por las piedras y entonces él cae y resbala y yo lo llamo desesperadamente y sumerjo mis manos en el agua, pero él no está, no responde y desde ahí todos me culpan. El sueño acaba, pero la respiración agitada y tosca se escucha a mi lado cada maldito segundo desde ese día.
Andrés sigue aquí, jadeante, con una voz grotesca que de vez en cuando me llama susurrándome que seguirá conmigo, que no me dejará libre nunca, que todo va a empeorar. Yo, tan solo me tapo los oídos e intento distraerme, pero su voz se impone sobre cualquier sonido.
Hoy he tenido suerte, después de veinticuatro horas de vigilia nadie ha venido a perturbarme y por eso debo aprovechar la ocasión. No vaya a ser que una compañía desagradable se adhiera a mí. Hoy no. Yo espero que hoy no.
En medio de mi cansancio acumulado me recuesto en el sillón de la sala y así reconozco un halago muy particular, es una mujer arrullando a un niño, al parecer de avanzada edad. Debe ser una matrona con su nieto que no quiere dormirse. El sonido empieza a preocuparme, cualquier persona debe hacer pausas mientras habla, canta o susurra, pero esta mujer no lo hace, su sonido es continuo y se intensifica conforme el miedo empieza a absorberme y entonces recuerdo que no hay vecinos cerca de mí e identifico que el arrullo proviene de uno de los cuartos de la casa. Es alguien que ha entrado, alguien que quiere atacarme. Me acerco despacio y desde dentro de la puerta se escucha un golpe ensordecedor y tras de este otro, otro y otro… muchos golpes y voces confluyen al mismo tiempo y aquí estoy yo, oculto en una esquina de mi cuarto.
El ruido cesa paulatinamente y al segundo de sentirme a salvo, un eco burlón reverbera en mi interior, esta es una voz familiar, creo ser yo mismo: -¿estás seguro de que ya pasó? Eres débil. Vuelvo a mi cuaderno de notas y anoto la hora, son las seis con treinta y dos minutos de la noche. En medio del espejismo de un nuevo silencio emerge suave y junto a mí una voz infantil: -Lucas, mírame, estoy aquí, en el armario. -Sácame de aquí Lucas, estoy muy solo.
-¿Quién es ahora? ¿qué quieren de mí? ¿por qué me persiguen?
La voz infantil se confunde poco a poco con un llanto opresivo que eriza los poros de mi piel. El niño sigue suplicándome con voz quebradiza mientras un manto de ruidos convulsos se une en una psicofonía que me estruja el pecho. Allí vinieron las risas perversas y los insultos retadores. Una tormenta de terror me dejó claro que el verdadero monstruo no está afuera sino en el laberinto de mis pensamientos.
Era difícil apagar el bullicio de mi tormento, así que presioné el gatillo y así he matado al niño, la matrona y Andrés. Ahora solo retumba en mi cerebro una ráfaga de ruidos frenéticos que destellan pólvora y metal. Al parecer el silencio se convirtió en el mayor deseo jamás cumplido.
Por Stefany Herra Chaves "Biana"
(Costa Rica)
Soy educadora. En 2020 obtuve mi Bachillerato en la Enseñanza del Castellano y Literatura en la Universidad de Costa Rica y en 2023 obtuve mi Licenciatura en Docencia en la Universidad de San José.
Desde mis 18 años escribo poesía, pero recientemente he encontrado un cariño especial por la prosa, escribiendo cuentos de terror y psicológicos principalmente.
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