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Foto del escritorcosmicafanzine

El templo de los gigantes

Actualizado: 1 ago 2021

El joven piloto salió despavorido en cuanto aterrizó la nave interestelar. Su pasajero y amigo, un muchacho de la raza arcyel, le llevó una copa de vino, pero él la rechazó. Éste le volvió a insistir, al fin y al cabo ya no pilotearía por un buen tiempo y sin reparos decidió tomar de golpe el vino de la otra copa. El piloto explotó en imprecaciones. No quería que se le acercara, ni que lo tocara. Se alejó, pues estar junto a el joven sólo traía hechos catastróficos.

¿Cómo era posible tanta sangre fría ante los acontecimientos? Una nave robada, él secuestrado por su padrino en plena boda, y ahora estar en un mundo arcaico a miles de años luz de cualquier ayuda posible. El piloto se desabrochó el cuello del traje, un huracán invadió su cabeza. El chillido de extraños pájaros y un penetrante olor de plantas de ese mundo desconocido le revolvieron el estómago. Caminó unos cuantos pasos pero su cuerpo ya no respondió. Se desmayó. El arcyel no desperdició su copa de vino.

Cuando el piloto despertó, lo arrastraban en una camilla hecha de ramas y liana moradas. Estaba por caer la noche. Su amigo iba al frente, enfundado en su capa azul favorita. Desde que lo conocía nunca se separaba de ella. Era un recuerdo de su fallecido padre. Llevaba unos biocristales azules en su mano derecha para iluminar el oscuro y frío camino. Después de mucho rato llegaron a una pequeña aldea. No entendió su lenguaje, algunos estaban sorprendidos de verlos, otros no tanto, como si no fuera la primera vez que vieran a este tipo de extranjeros interplanetarios. Estaba desorientado, su respiración se agitó. Tenía el corazón acelerado al no entender si les ayudarían, los torturarian, se los comerían o algo por el estilo. Cuando los pudo ver mejor notó que eran humanoides, pero con la piel morada.

El arcyel sacó un pequeño cuadro metálico plateado de dos partes, se lo colocó al piloto en el cuello y oído. Al encenderlo todo cambió: podía entender sus palabras. Les ofrecieron comida y donde dormir, al parecer su amigo tenía sus propios contactos. Él hablaba muy ameno con el jefe de la aldea sin dispositivo traductor, de hecho por sus expresiones y ademanes, su habla era mental. Al amanecer partieron con dos guías nativos a buscar el hogar de unos seres de una mítica leyenda en diario del padre del arcyel. Eso era una locura, lo había arrastrado con él y pronto lo comprobó. A medio camino se accidentaron. Encontraron a un joven malherido, los nativos no quisieron ayudarlo, lo repudiaban por qué su piel no era morada, era grisácea. El arcyel lo atendió, le dijo que le quedaría una cicatriz en su brazo derecho pero que no se sintiera mal, pues la herida no era tan fea. Le mencionó que le recordó a una ave marina de su lejano planeta natal. Una vez que terminó de curarlo decidió llevarlo con ellos, aún con la protesta de los demás. Eso los retrasó mucho, sin embargo aquel desconocido en agradecimiento le confió al extranjero un atajo secreto, pero sus guías los traicionaron al no ser incluidos en su nueva ruta.

Al parecer kilómetros más adelante habían sido comprados por alguno de los tantos enemigos silentes del joven arcyel. Se enfrentaron a ellos y lograron salir casi ilesos, menos el pobre piloto, quién se llevó la peor parte. El joven grisáceo se ofreció a darles cobijo en su escondite secreto, allí se recuperaron y le enseñó al arcyel cómo llegar al punto místico de la supuesta leyenda que el extranjero investigaba. Le entregó un puñado de insectos guías bioluminicentes zenok dentro de una cajita de madera labrada. Lo acompañó hasta cierto punto, pues, más allá solo podía seguir el interplanetario si quería saber la verdad con sus propios ojos. Se despidieron, luego el extranjero siguió solo y silente por la bifurcación.

Recorrió extraños paisajes rojizos, vió animales bioluminiscentes, aves y peces translúcidos e incluso algo mítico como las flores fantasma, que solo conocía en ilustraciones de cuando tuvo acceso a estudiar los eternos. Pero después de admirar aquella belleza natural, un enorme animal amorfo lo atacó, rasgó su espalda y una pierna, cojeando tuvo que trepar los árboles. Brincó de uno a otro hasta que se acabaron y en un descuido ante el dolor de apoyar la pierna herida cayó al agua. Su peor pesadilla, pues su genética la consideraba veneno. La fuerte corriente lo desvió algunos kilómetros, en cuanto pudo salir del agua se apresuró a revisar la cajita de madera, por fortuna los insectos estaban bien y le mostraron por dónde seguir. Una vez recobró el aliento sacó su pequeño kit médico. Tomó las pastillas y se inyectó, aún así tuvo secuelas, dio cinco pasos más pero al sexto todo se volvió oscuridad.

En su inconsciencia una ronca voz lo cuestionó. "Ríndete" dijo, pero él contestó: "¡No!". "¿Por qué?"."Porque en mi espalda viven todos mis antepasados que fracasaron". "Pero ellos ya no existen". "Pero mi palabra de honor sí". La voz quedó silente.

Pasaron días y aún no encontraba la dirección correcta, además parte de los bichos habían muerto. A los pocos que quedaban les habló para que hicieran un último esfuerzo. Estos parpadearon con sutileza y comenzaron a salir de la cajita. Con pequeños aleteos formaron una figura o símbolo extrañó que él tradujo como la dirección por dónde debería seguir. Miró al cielo nocturno, era una constelación, su nueva guía. Les agradeció y los guardó en su cajita.

Era un camino muy escabroso pero siguió adelante, "siempre hacia adelante..." como decía su amado y difunto padre. Llegó a un valle solitario lleno de niebla. Se dirigió a los insectos para preguntarles si se habían equivocado, pero estos volaron hacia la densa niebla, brillantes chispitas lo escoltaron, con sigilo los siguió sin titubear. "Adelante, siempre hacia adelante a pesar de la adversidad". Entonces la niebla se disipó y el joven arcyel entró al gran salón gris de piedra basáltica. Caminó entre estatuas gigantes del mismo color, aprisionadas bajo el piso a la altura de la cintura. Una corriente de aire frío envolvió su cuerpo, y provocó un escalofrío. Conforme se acercó al altar, un aroma a incienso llenaba aquel lugar de solemnidad.

El recorrido había sido toda una odisea, sin embargo, estaba muy satisfecho por haber llegado entero, casi sano y salvo pero sobre todo con vida, al lograr superar todas las pruebas para poder presentarse con el líder supremo. Terminó su andar, dejó caer su gran capucha azul y con un gran dolor debido a las heridas de su espalda exteriorizó sus alas. No las de arcyel, sino las verdaderas, como ancestral. Arrancó sus siete plumas ocultas, las especiales, las de diferentes colores y las colocó frente a él como ofrenda de paz. Flotaban gráciles como cisnes en el agua.

El lugar se cimbró. En la pared central a él apareció un rostro gigante. La leyenda decía que ese sería el jefe de la familia Laifer, luego hubo más temblores. Ahora su enorme cuerpo emergió, estiró su gran mano para tomar aquellas valiosas plumas. Él arcyel notó que su fibroso y perfecto brazo tenía una marca conocida. Hizo una reverencia y sonrió. El tratado de paz había sido pactado, ahora eran aliados eternos. Los seres gigantes se habían despertado. El interconsejo siete ahora estaría completo, para buscar la verdad con sus propios ojos y regresar el balance del universo.

 

Por Eugenia Nájera Verástegui

Tampico, Tamaulipas, México. Técnico en Computación. Artes Gráficas en la rama de Serigrafía. Su pasión por la música fue la principal inspiración para comenzar a escribir y capacitarse en literatura.

Ha colaborado en las revistas: El Recuento del Cuento, La Cigarra. Ha publicado en la Antología de Cuentos Infantiles "Pequeños Gigantes", Bolivia. Revista Literaria Raíces, Revista Letras Indelebles. Participará en el Diario Literario Mensual de Cuentos de Hadas y Fantasías, 1a. Antología Internacional de Cuentos de Hadas y Fantasías de Argentina, Revista Palabrerías y un libro de cuentos de Perú.



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