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Elías y Antón, otra versión, otro lugar

Ocasionalmente deseo confesarle a la madre de Elías dónde se encuentra él; cada amanecer la observo con sus ojos llorosos, se desvela, sus pensamientos anhelan una respuesta sobre el paradero del retoño, “su hijito” ¡Pobre mujer! Quizás entenderá algún día que Elías está más cerca de lo que ella supone, solloza, cuida sus nochebuenas, mismas que una vez florecidas regala a las vecinas; mi abuela las acepta agradecida, inmediatamente las desaparece, pues cambian su color rojo por obscuro y apestan. Yo soy Antón, un chico tranquilo, criado solitario con mi abuela. Mis padres murieron víctimas de peste, no sé qué peste, pero eso dice mi abue. Mi casa es acogedora, como el lugar cálido que ofrece una buena mujer a su nieto. Elías mi supuesto amigo, vivió con su madre, ella amante de las flores frecuentemente maltratadas en berrinches por él.

Nuestras casas separadas por una breve callecita empedrada, escasamente transitada. Hace dos años fui atropellado, no platiqué a nadie cómo ocurrieron los hechos esa Navidad. Recibí por la fecha una bicicleta, gustoso la monté esa maravillosa mañana, me dirigí en busca de Elías, lo encontré alcoholizado, bebió oculto la sidra del brindis; lo invité a una aventura, me miró desdeñoso, yo absurdo insistí, ¡desacierto!, enfadado y amenazante, me mostró la calibre 22 con la que se suicidó su padrastro meses atrás. Asustado subí a mi bicicleta y de pronto me arrolló un automóvil; resultando una pierna fracturada. Días después, Elías se presentó en mi hogar con chocolates y bombones, en un simulado abrazo me advirtió secretamente que callara lo del “accidente” por mi bienestar, mientras mi abuela y su madre celebraron su falsa nobleza. Sus juegos enfermizos y perturbadores consistían en matar gatos, apalear perros, reventar pollitos pisoteándolos. Incluso fui su víctima de burlas por largo tiempo: una vez Elías echó entre mis útiles escolares un separador de páginas que era una lagartija seca, sí, disecada lentamente, a la que permitía respirar y volvía a aplastar, haciéndole larga su agonía, pues precisamente ésta cayó de los libros, quedando la crueldad de su muerte expuesta, mis compañeros de clase me recriminaron. Elías lo explicó como un acto proveniente de mi enferma mente.

Otra de sus hazañas predilectas era quemar las cartitas que escribían y dejaban en el buzón de la plaza los niños pequeños y los que habitaban en la casa hogar, eran para Papá Noel, y mi amigo disfrutaba del llanto lastimoso de los vulnerables por no tener posibilidad de poseer nada.

Se murmuraba que el padre de Elías fue un demonio habitante de gélidas montañas.

Transcurrió el tiempo, luego de otra cena del 24 de diciembre, todo para mí fue escalofriante. Recuerdo estar en extremo inquieto en cama, con las sábanas cubriéndome hasta la cara, pese a eso, vislumbré gracias a la farola de la cochera a través de la ventana de mi dormitorio, ¡un ser infernal!, lo identifiqué, ¡era Krampus! Temí viniera por mí. Krampus llega en temporada decembrina; se alimenta de individuos perversos o con deudas morales, y yo fui cobarde, lo merecía, por no decir nada de las fechorías de Elías. Se detuvo justo en el sitio donde me atropellaron, luego, creo me observó por un instante que me resultó interminable. Quise llamarle a mi abuela, me asfixié en palabras. Después suspiré aliviado, no podría negarlo, pues él entró por Elías, lo arrastró, golpeó con su látigo, el chico horrorizado fue introducido en un quilma (costal) por Krampus y se esfumaron lentamente en la niebla.

Permanecí atónito hasta que percibí el bálsamo que despedía el trote de los renos de Papá Noel, la paz se hacía presente, aliviado dormí. El buen espíritu se presentó y alentó mi esperanza.

En la mañana sucesiva, la madre de Elías lo llamaba, halló el quilma con las todavía calientes cenizas de los restos de su malcriado, ella demente las consideró fertilizante. El quilma era el obsequio para ella proveniente de Krampus, quien así devolvió al hijo ¡Por eso las flores de su jardín huelen mal y su color es mortífero! Elías subsiste con su madre, fusionado con las flores de manera benévola, pero pestilente, a la par, extraño favor que Krampus quiso hacerle a la desdichada mujer ¡Cuidado, asume un buen comportamiento o Krampus te llevará! ¡Feliz Navidad!

 

Por Fátima Chong S.

Nacida en Chihuahua México.

Es Licenciada en educación, ha incursionado estudios de posgrado en evaluación y planeación educativa, actualmente es estudiante de la Licenciatura en derecho. Ha publicado en varias revistas impresas y digitales en México y Latinoamérica, en algunas páginas literarias de España; también ha sido antologada en libros de habla hispana. Tiene su propio libro titulado: “Cuentos grises y niñas rotas”. Siempre ha amado las letras y su afición por crear cuentos, microcuentos y poesía representa su mayor gusto, tiene especial inclinación por el terror, horror, suspenso y relato oscuro, para la autora; escribir es su aliciente y forma de crecimiento humano. Considera que su “alma es un sinfín de hojas, que esperan siempre la creación y recreación de su mejor historia en ellas”.

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