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Escondidas

Ya gané, seguro, otra vez. Soy una campeona de las escondidas, aunque Martina diga que hago trampa. Ella también hace lo mismo siempre. Yo ya me doy cuenta porque soy más grande y además porque mamá me dice todo el tiempo que cuando venimos con Martina a la plaza no tengo que abusar de ella porque es más chica y es medio retardada. Mamá no dice “retardada”, cuando habla conmigo pero yo la escuché varias veces cuando habla con la abuela Sofía, y le repite siempre que la tía Felisa es una pobrecita que la dejó el marido y le salió una hija retardada. 

Pero Martina se aprovecha de todo el mundo, yo ya me di cuenta así que ahora yo también. El señor me guiñó un ojo desde el banco donde estaba sentado y después se llevó el dedo a la boca, como la foto de la enfermera que había en el hospital cuando mamá me llevó a ver a Martina, que le habían operado las amígdalas. Yo no quería ir y encima mamá le compró un montón de helado y yo no pude comer nada porque no era la pobrecita que estaba internada.  

Yo me quedé quietita, metida dentro del arbusto y me tapé la boca cuando la oí a Martina, pero el señor, que se parece un poco al tío Pascual aunque bastante más viejo, le señaló con el dedo para el lado de los juegos. Después también le guiñó un ojo y siguió dándole de comer a las palomas y ella salió corriendo para los juegos. Ahí me di cuenta de que era mi amigo, porque la había engañado completamente. 

Entonces yo me empecé a mover para cambiar de escondite pero él me hizo un gesto de susto. Empezó a hacer que no con la cabeza y levantó las cejas. Así que me quedé quietita de vuelta dentro del arbusto. No sé cuánto tiempo pasó porque si algo tiene mi prima es que no deja de insistir. Así que esperé hasta escuchar el grito de “me rindo”. Pero Martina no venía y cuando vi pasar a la tía con cara de miedo yo también me asusté un poco. Pero el señor la tomó del brazo y le señaló los juegos también. Y a mí me señaló el pulgar hacia arriba, como hacen gestos los grandes para decir que algo está bien o para festejar un gol o algo. Así que me quedé mirando mientras veía que la tía iba para los juegos. Yo pensaba que iba a volver con Martina gritando me rindo, pero pasaron los minutos y como estaba debajo del arbolito no me había dado cuenta de que ya era de noche y que la gente se había ido de la plaza así que corrí hasta la reja. Pero la reja estaba cerrada y el señor placero no estaba. Ahí sí que me dio miedo, de noche encerrada en la plaza y sola. Bueno, sola no, pobre señor, también lo habían dejado encerrado en la plaza.

 

Por Mariano Carril

(La Plata, Argentina, 1975)

Desde 1998 realizó colaboraciones para el diario Página 12 y la revista La Maga entre otros medios. Publicó los libros de cuentos  “De por Ahí”, 1997 , “Piedra Libre”, 1998, “La Bolsa de las Sobras”, 1999  “Tal Vez Mañana”, 2000 – (Baobab), “El último empujón”, 2001 (El Escriba), “Soda en el exilio”, 2005 (El Escriba) y “Persistencia del fracaso”, 2015 (Duniashka), “Cuando muera quiero ser velador”, 2023 (Clara Better) y las novelas  “El Día de la Esperanza”, 2003  (El Escriba) y  “El Código Pochito”, 2023 (Duniashka).


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