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Espérate un minuto

Ya está, ocurrió. Ya me parecía que algo raro iba a pasar comenzando el 3000. Mientras los últimos habitantes de uno de los últimos pueblos cedían a la tecnología, (todo este “progreso” que no me deja ver un horizonte limpio) yo pensaba en todas esas personas que no pudieron darse el “lujo” de vivir dos milenios. Por esto mi corazón latía débil, apagado, inconstante. Por eso comprendía que pasaba algo antes de que amaneciera justo después de brindar. También, por mis pensamientos sobre esas personas combinado con mi lógica “irracional” (eso decían todos, pero solo se basa en buscar lo simple) me dijeron la causa de esto cuando todos se la comenzaban a preguntar.

No dormí esa noche (o día...da igual), solo veía pasar los minutos de todo el “día” en el reloj de mi abuelo y cronometraba cada segundo que pasaba tal cual como cuando iba a natación y terminaba tomando los tiempos… Mientras tanto, el pueblo se maravillaba de ver el crepúsculo, seguido del ocaso y luego el anochecer y así una y otra vez hasta el cansancio. Llegué a una conclusión 24 horas después:

Cada minuto dura un segundo

Nadie me creyó. Todos estaban pendientes de los viejísimos televisores de pantalla plana de cristal líquido en los que el ministerio mundial del tiempo (que hasta ese momento no había cumplido ninguna función) debatía en directo una re-acomodación de los horarios. Se suspendieron las clases, los trabajos que dependen del tiempo se pararon y el boliche cerró por falta de noche. Yo me resigné.

<<Ahora podemos jugar un partido de 90 minutos>> Me dijo un amigo en cierta etapa de mi resignación y accedí, ¿Qué más se podía hacer?

Jugábamos hasta el anochecer (que usábamos de entretiempo) y seguíamos al día siguiente o al próximo si fuera necesario definición por penales. ¡Esa es la simplicidad que me gusta!

Cuando nos cansamos de jugar, yo trataba de debatir mis ideas con los demás. No funcionaba.

Agotado de tanto fútbol y confusión, busco a alguien que pueda aceptar mis pensamientos. No veo a nadie. <<Deben de estar viendo el debate>> Pienso en voz alta.

Comienzo a clamar la base de mi idea en busca de alguna respuesta:

¡UN MINUTO DURA UN SEGUNDO! ¡UN MIN...!


<<Ya lo sabía>> me interrumpe una voz que había logrado escuchar antes. Digo que la había “logrado” escuchar porque provenía de una de esas chicas hermosas de las que pareciera un logro que silabeen una frase completa (y que uno siempre termina comparando con la hermana de un amigo). No conocía su nombre, y aunque supiera eso y mucho más, lo hubiera cambiado por saber qué me respondería si le dijera ¿Querés bailar? En el boliche, cosa que nunca le pregunté por, irónicamente, “falta de tiempo”.

Le comenté de la falta del tiempo para preguntar ese tipo de cosas y se sonrió. Comenzamos a hablar sobre mis ideas (¡Está tan de acuerdo!).

Paramos para ver el debate un rato. Era la viva imagen de lo que nunca cambia. A cada chispazo de solución, todo un incendio de problemas. Fatigante.

Esto ya no me importaba tanto ya que no dependía de ellos. Con todo el apoyo que tenía podía llegar a imponerme y si no fuera así, no me interesaba. Todo lo que necesito está aquí, en mis brazos.

Me habla desde afuera:

-¡Amor! ¡Vamos a festejar nuestro quinto aniversario!

-¡Si festejamos el cuarto hace dos semanas!

-Ya sé, pero dale, va a ser divertido.

-Para festejar boda, tras boda, tras boda ¿Por qué no festejamos nuestro amor eterno?

-Dale, deja de decir tonterías (mientras me guiña un ojo) ¡y apurate que se nos va a juntar con la boda de plata!

-Bueno, ¡espérate un minuto, amor!

Me levantó lanzando maldiciones al cielo cuando me doy cuenta de la estupidez que acabo de decir y vamos a festejar nuestro segundo aniversario en un mes.

 

Por Alejandro Mársico

Nació en Capital Federal, Argentina en 1990. Es Editor, Licenciado y Profesor en Letras por la Universidad de Buenos Aires.

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