Sabe que me vio, me percaté por el arqueo de sus cejas, los ojos abiertos sin parpadear. Se quedó sin mover, con los puños apretados. Luego, bajó la vista y se talló la cara con las manos para hacer un reset de lo visto. Siempre repite en voz alta “No vi nada, no era nada, estoy loca, estoy loca”.
Inhala y exhala profundamente para domar sus agitadas palpitaciones y tranquilizarse. Luego gira el cuerpo en un solo cuadro del piso, como un adorno de aparador automatizado que muestra cada ángulo de su figura en un solo lugar.
Ella observa cada detalle del cuarto. Yo me volví invisible de nuevo, no me conviene manifestarme en tercera dimensión. Podría suceder que ella me dé un golpe por el susto. Me gusta permanecer entre la sutileza de una imagen velada por el tiempo, como el vaporoso humo que se exhala al dar una bocanada.
Así he estado a su lado por tantos años, acompañándola día a día, aferrándome a permanecer. Luchando contra el deseo de liberarse de mi significado. Me aferro a sus sueños más lúcidos cuando introduzco mis mensajes para que sea dependiente de mí. En la oniria de sus temores soy quien le acompaña como una memoria sepultada entre las neuronas.
Desaparecí rápido y difuminé mi alargada forma para esconderme debajo de su cama como siempre. Me siento cómodo ahí, es más fácil deslizarme hacia ella cuando duerme. A veces solo la observo sin hacer nada, otras, espero algunos movimientos del cuerpo y sé que es el momento justo para entrar en su mente. Entonces me expando como humo y cubro su cabeza totalmente. Ella permanece tranquila mientras me adentro a sus sueños.
Karla ya no es una niña. Su cuerpo ha cambiado al igual que los recuerdos de aquella vez. Solo tenía cinco años de edad cuando su tío en el auto le cambio la vida para siempre por un momento de satisfacción. Después, el solo negó todo el daño que le hizo cuando se supo la verdad. Desde entonces aparecí en sus oscuros pensamientos. Sin querer me dio forma para ser parte de su vida.
Karla lleva ese recuerdo disfrazado de una infancia feliz con fiestas coloridas de cumpleaños, globos y payasos. Con viajes a Disneylandia y muchas fotos sonriendo. Solo existo en lo más íntimo de su subconsciente. En el temor más profundo y vulnerable que una adolescente puede tener.
Otra vez es de noche, afuera los árboles danzan de un lado a otro en la solitaria calle que empieza a cubrirse de escarchas. Zumbidos como abejas se cuelan por la ventana. Es el sonido del gélido viento de invierno. Karla se mantiene en silencio durante la cena con sus padres. Sube a su cuarto donde la espero impaciente. Me emociona escuchar el crujido de las escaleras de madera. No sé si me vio la noche anterior, si lo hizo, no quedará más remedio que manifestarme claramente. Haré un último esfuerzo por acompañarla a dormir en mi estado sutil. Vigilaré sus reacciones y si ella me enfrenta yo me presentaré.
Entra nerviosa volteando para cada rincón como en mi búsqueda, sí, mi búsqueda debo admitirlo. Mi presencia es algo que ella conoce desde siempre, sabe que soy la confrontación de sus miedos.
Espero debajo de la cama. Desde este ángulo veo sus pies descalzos acercarse para luego subirlos, siento el colchón que se hunde por encima en un rechinido. Karla ya está en su cama y es mi turno acompañarla. Oigo que habla muy quedito, no parece estar rezando. He visto que lo hace solamente cuando su madre la acompaña para dar las buenas noches. Últimamente Karla no ha querido que lo haga, le dice que ya está grande y no la trate como una niña. De su voz no salen rezos, más bien habla para sí misma, para llamarme… ¿a mí? Si, Karla me está llamando, sabía que esto iba a suceder algún día.
—Ya sé que vives debajo de mi cama, quiero conocerte, dice murmurando.
No sé qué hacer, siempre he vivido en la comodidad de mi escondite, mimetizado por la noche. Podría quedarme en silencio para siempre o escoger ser visible.
No respondo, Karla me sigue llamando, no sabe cómo soy o qué represento, apenas ha comenzado el proceso de descubrimiento en su memoria inconsciente. Debo preparar su mente o su mente me debe preparar a mí.
Por fortuna apaga la luz, eso me hace sentir mejor, creo que ya se quedó dormida. Aguardo el momento para nuevamente hacer mi sutil abordaje de rutina. Espero las señales corpóreas, es momento de llegar. Me desplazo hacia arriba, comienzo mi expansión y al llegar a su coronilla justo antes de convertirme en vapor ella me detiene con sus manos agitadas. Prende rápidamente la luz del buró. Me mira con los ojos adormilados, yo me encogí lo más que pude, sin embargo estamos de frente.
— ¿Me tienes miedo? Es lo único que se me ocurre decir.
—No, ella responde.
— ¿Desde cuándo sabes que vivo en tu cuarto? Le pregunto titubeante.
—Desde aquel día del paseo en auto con mi tío, yo era muy pequeña, no sabía que me había pasado pero ese día tú surgiste dentro de mi mente.
— ¿Entonces, recuerdas lo que te hizo?
— Tengo recuerdos, fue algo muy feo que mis papas me prohibieron decir. Ya estoy más grande y no lo he olvidado. Sé que me acompañas en mis sueños y pesadillas. He crecido contigo, me has servido de ayuda pero quiero que te vayas.
No esperaba tal petición, ni siquiera que Karla me viera. Retrocedo deslizándome hacia el piso, caigo de golpe y me escondo en mi lugar habitual. Ella se asoma desde la cama estirando medio cuerpo hacia abajo, ya no me ve. Me enrosco en forma temerosa. Quien lo hubiera dicho, el que teme ahora soy yo.
Los siguientes días hace mucho frio. En el cuarto no hay calefacción. Karla se acuesta y arropa con tantas cobijas que yo solo veo un bulto arriba de su cama pero eso no impide que siga habitándola como cada noche.
Parece distinta. Cuando llega me habla casi a diario. Yo no respondo. Quiero pensar que se está familiarizando a nuestra convivencia nocturna. Si alguien más la escuchara pensaría que está enloqueciendo. Sí, al borde de la locura conmigo o por mí. Vivo en su realidad distorsionada como un recordatorio de haber sido dañada. Represento sus más íntimos pensamientos subjetivos. A veces soy como reptil deslizándome hacia ella, luego me hago vapor y disfruto entrar por su nariz, llegar a su psique y cimbrar las ondas cerebrales, modificar el ritmo de sus sueños y permanecer con ella en su alterada realidad.
Por Claudia GonUr
Claudia González Urías (Claudia GonUr)
Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Sonora. Trabajó en agencias de publicidad como productor creativo, redacción de textos publicitarios y creación de contenido para diversos medios impresos y de televisión. Reside en la ciudad de Tijuana, Baja California desde hace un par de décadas. Aquí ha encontrado inspiración diaria para sus escritos en la movilidad de la frontera y su población multicultural. Desde niña ha tenido fascinación por las historias de fantasía y de ciencia ficción. Fue así por este gusto que decidió iniciar el viaje formal en el camino de las letras hace algunos años. Ha tomado distintos talleres de narrativa y escritura creativa. Le apasiona la tecnología, pensar en universos paralelos y seres extraños. Administra el blog y cuenta de Instagram “Sublingua” donde comparte escritos y reflexiones cortas. Ha publicado textos en Lunáticas MX y forma parte de la antología “Nacidos en Lunes” de la editorial bajacaliforniana Lapicero Rojo. Prefiere ser una mente rara en apariencia normal
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